Después de lo que pasó en pleno centro de Nueva York nos dirigimos a mi casa, aunque me costó hacer entrar a Katrina en su coche, estaba empeñada en comprobar los signos vitales del vehículo… Cuando llegamos me percaté de que mi abuelo no había llegado todavía. Por un lado eso era bueno, ya que no haría preguntas, por otro no tanto, me preocupaba que no hubiese llegado a esas horas. Intenté no pensar en mi abuelo y llevé a Kat hasta mi habitación, ella cayó rendida en el suelo en cuanto entramos. Quise intentar que durmiera en mi cama, pero no hubo manera de que soltara mi alfombra, por lo que me ahorré una discusión inútil y ahí durmió hasta el amanecer. Yo traté de repasar para mi examen, pero me fue imposible entre los ronquidos de Kat y los recuerdos de la noche. No podía sacar de mi mente los ojos de aquel chico al cual atropellé. Había algo en ellos que me hacían creer que ya lo había visto con anterioridad. ¿Quién era ese joven? ¿Estaría realmente bien? Lo único que hizo fue levantarse del suelo, tomar su guitarra y marcharse sin decir una sola palabra. Como no podía concentrarme decidí dejar todo e irme a la cama después de poner la alarma y comunicarle a Porter la situación de su hermana.
Cuando desperté eran las seis de la mañana. Mi examen era a las ocho, por lo que debería de salir a las siete para estar con tiempo en el aula. Me levanté de la cama y vi que Katrina seguía tirada en el suelo, el sonido de mi reloj despertador no pareció importarle en lo más mínimo. Decidí no molestarla en ese momento y aproveché para ir a darme una ducha y vestirme. Cuando estuve lista fui a la cocina para preparar café, Kat lo iba a necesitar. Fue allí cuando vi llegar a Charlie, mi abuelo. El hombre de cabello y barba castaña caminaba despacio y sin zapatos por el pasillo. Me crucé de brazos y me aclaré la garganta, evitando reír al recordarme a un adolescente que trata de escabullirse de sus padres tras una larga fiesta.
—Buenos días—lo saludé. Mi abuelo se sobresaltó y dejó caer al suelo los zapatos. Sus ojos castaños se clavaron en los míos mientras trataba de buscar una excusa —. Dichosos los ojos que te ven, abuelo. —Él sonrió tenso y desvió la mirada —. ¿Puedo saber de dónde vienes a estas horas? —Estaba claro que de una fiesta no venía. ¿Dónde habría pasado la noche? Su rostro blanco y un poco arrugado por los sesenta se sonrojó unos segundos, pero rápidamente recuperó la compostura.
— ¡Buenos días, Frey! ¿Qué haces despierta tan temprano? —Su voz grave y clara no mostraba indicios de alcohol, eso era bueno. Después de la muerte de la abuela él cayó en la bebida. Fue duro, pero consiguió salir al darse cuenta de que dependíamos expresamente de él.
—Tengo examen. ¿Qué hay de mi pregunta? —Rió con cierta incomodidad.
—Vengo del museo. Tenía un alto montón de documentos que clasificar, resulta que lo dejé todo para el último día. Ya sabes lo desastre que soy a veces. —Rió de nuevo. Mi abuelo se convirtió en el director del museo de historia de la ciudad después de haber dejado el alcohol. Él siempre fue profesor de historia en un instituto, pero tras la severa depresión en la que cayó terminó perdiendo el trabajo. Cuando se recuperó tuvo que buscar trabajo nuevamente, por suerte consiguió ese puesto en el museo —. Después me quedé dormido sin darme cuenta. —No estaba muy segura de creer su historia, pero hasta el momento él jamás me había mentido y no tenía una razón para hacerlo.
—Me preocupaste. Debiste llamar para saber que llegarías tarde. —Si llegaba a perder a mi abuelo… ¿Qué sería de mí y de Max? Bueno, yo me las podía arreglar, pero no podría ocuparme yo sola de esa chica rebelde.
—Tienes razón, lo siento mucho. Prometo avisarte la próxima vez, es que se me fue el tiempo. —Él recogió sus zapatos —.Voy a darme una ducha y a prepararme para un nuevo día laboral. —Empezó a caminar hacia las escaleras, pero lo detuve.
— ¿Tienes un momento? Me gustaría hablar contigo sobre algo.
—Deduzco que se trata de tu hermana menor, ¿me equivoco? —Negué con la cabeza —. ¿Ahora qué hizo?
—Nada, que yo sepa. Es sobre su interés en nuestra madre. Discutió conmigo ayer por la tarde por no tener mucho interés en que no contesta el teléfono y no se presentó a una cita que tenía conmigo.
—Bueno, es su madre.
—Abuelo, su madre es una irresponsable a la que todo le da igual. Va siendo hora de que Max entienda eso y vea la verdad. Tiene que entender que es un desastre porque ella quiere y que no va a cambiar. —Él suspiró. No era la primera vez que manteníamos esa conversación.
—Es mejor dejar así las cosas. ¿No te hubiera gustado a ti seguir teniendo a tu madre en un pedestal?
—La verdad es que no me gustaría vivir en la ignorancia, además lo pasé muy mal cuando vi a la verdadera Esmeralda. Es mejor que Max se entere por nosotros y que deje de excusarla y defenderla. ¿Es que no ves como se comporta?
—Solo es la edad, Frey. Tú siempre fuiste muy responsable y madura, pero Max es una chica normal.
— ¡No, abuelo! Una adolescente normal no es arrestada por estar ebria y golpear a un agente de policía. Me preocupa que Max pueda seguir los malos pasos de nuestra madre. Si está en una época difícil no debemos dejar que se vuelva imposible. —Se mantuvo callado por unos segundos.
—En eso tienes mucha razón. —Rascó su barbilla y luego me miró —Es que no soy capaz de matar sus ilusiones. Recuerdo lo mal que tú estuviste y…
—Pero lo superé. Tenemos que dejar de proteger y de tratar a Max como una niña, ya no lo es. Al menos eso es lo que ella dice, ¿no? Se cree muy mayor para unas cosas, pero para otras debemos tratarla con pinzas. Max tiene que entender que nuestra madre no es la persona alegre y animada que siempre ve. —Cuando Max y Esmeralda están juntas solo ocurre cuando nuestra madre está en unos momentos de euforia y parece que todo estará bien. Ella no bebe ni se droga delante de Max porque siempre las reuniones son en presencia de alguien más. Mi hermana siempre ha pensado que Esmeralda solo es una incomprendida y que no vive con nosotros porque ella y yo no nos llevamos bien... Yo soy la culpable de que nuestra madre no viva con nosotros, según ella —. Me preocupa que un día quiera irse a vivir con ella o algo así. No siempre vamos a impedir que estén a solas, no vamos a poder controlar eternamente lo que tu hija dice o hace delante de mi hermana menor.