Porque eres perfecta

Capítulo III: El desagradable principio de reciprocidad

—Señorita Belmont, usted está embarazada.

Me quedé muda, cuando lo escuché al doctor soltar aquellas palabras. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, como si me hubiera empapado con agua helada.

«Debe estar bromeando» fue lo primero que pensé. Sin embargo, su rostro lleno de seriedad, y por supuesto, su profesionalismo me decía lo contrario.

Estaba preparada para cualquier cosa, es decir, para escuchar cualquier raro termino médico que se le ocurriera decirme. Pero esto, honestamente jamás lo esperé.
Tan sólo ayer, me reí cuando Ji-Yeon me daba su opinión acerca de lo que consideraba que se trataba mi sueño.

—¡Nos estas jodiendo Williams! —gritó el director, haciendo que volviera a la realidad.

—¡Luciano, no hago nada como eso! —se lo devolvió el doctor—. ¡Los análisis de sangre no mienten!

—¿Qué? Hablas enserio —soltó—. ¿Lo está?

Aunque lo último lo dijo más para él, quizá tratando de asimilarlo.

—¡Suficiente, paren de gritar! —dije, aunque también lo había hecho. Los dos por fin se calmaron.

El doctor se quitó los lentes y masajeó sus ojos, mientras que el director solo podía peinarse el cabello, acción que hace cuando algo le molesta.
Más que molesto, estaba super enfadado, podía notarlo.

—Al ver como reaccionaron, tal vez debí decirlo de otra manera, pero como dijo Luciano, lo mejor era ser directo y no alargarlo más —expresó el anciano después de unos segundos.

—Entonces, ¿Lo qué dijo es cierto? —pregunté—. Yo, no lo sabía.

—Lo supuse, cuando vinieron hasta el hospital por un desmayo —respondió.

—Mi periodo es irregular, por esa razón si se tarda unos días o incluso unas semanas no es motivo de alarma —expliqué tratando de no parecer irresponsable—. Creí que en esta ocasión no sería la excepción.

—Es entendible —dijo—. Al inicio de la sexta semana el embrión aún es muy pequeño. Aunque tu cuerpo en este punto comenzará a presentar cambios significativos de adaptación, no lo suficiente como para sentir algún síntoma de embarazo todavía.

—¿Seis semanas? —pregunté.

—Es un aproximado, sí.

Entonces, todo tuvo sentido...

La necesidad de llorar se apoderó de mí, pero no podía hacerlo. Este día ya había sobrepasado por mucho la cantidad de vergüenza y humillación que puedo permitirme, no creo poder soportar una más.

—Voy a darles una lista con la recomendación de los mejores obstetras en la ciudad, lo importante ahora que son conscientes, es elegir a uno para que pueda llevar el control y seguimiento de tu embarazo —señaló—. Pero si me lo permiten, puedo hablar con Sandra.

—Muchas gracias doctor Williams, pero ahora solo deseo descansar.

—Por supuesto, pueden consultar me cualquier cosa, estoy a sus órdenes —se despidió.

Cuando el doctor abandonó la habitación, nos quedamos en completo silencio. El director está sentado en una silla al lado de la cama y no ha dicho ni una palabra desde que le pedí que se calmará.

—¿Cómo pasó? —preguntó después de unos minutos.

—¿Perdón? —respondí confundida.

—El embarazo —indicó—. Ni siquiera sales con alguien, entonces ¿Cómo es que sucedió?

«¿Cómo esta tan seguro de eso?» me dije a mi misma.

—Se lo que estás pensando —me señaló con su dedo anular—. No necesito ser adivino para saber que no tienes una relación, pasamos prácticamente todo el tiempo juntos.

—Incluso si no tengo una, usted sabe bien que existen otras maneras —insinúe.

—Mientes —dijo, mientras fruncía el entrecejo—. Simplemente no puedo creerte.

No entiendo por qué hace todo esto, a él que más le da la forma en que quedé embarazada.

—No puede creer ¿Qué exactamente? —grité—. ¿Qué este esperando un hijo de alguien, a quién ni siquiera conozco?

—Mi señorita Belmont no es así —señaló, negando con la cabeza—. No es esa clase de persona.

—Pues tal vez no me conoce lo ...

No fui capaz de terminar la oración, mis ojos se llenaron de lágrimas, hice mi mejor intento por retenerlas, pero no pude evitar que mi voz se quebrará.

El director lo notó de inmediato, su mirada se suavizó. Y como si la iluminación de pronto hubiera llegado a él, se paró de la silla en un movimiento rápido.
Sostuvo mis hombros con sus manos y preguntó;

—¿Por favor dime que fue consensuado? —la preocupación en su rostro era evidente,

Jamás me había mostrado este lado de él; sus ojos me viéndome con verdadera preocupación y el que desesperadamente deseé obtener una respuesta, que sea en esta situación, solo me provoca náuseas.

—Cornelia —me llamó al ver que permanecía en silencio.

—Yo... —comencé a decir—. Sólo, quiero irme a mi casa.

—Está bien, no te presionaré si es lo que quieres —dijo soltando un suspiro cargado de cansancio.

Después de salir del hospital, ninguno de los dos habló. Así como salimos en silencio, así entramos en el auto y comenzó a conducir.
Como prometió, no insistió más en el asunto.

Mientras observaba la vista nocturna de la ciudad por la ventana, me percaté de algo, que no había notado por perderme en mis pensamientos.

—Señor, no es el camino a mi casa.

—Lo sé —contestó.

Cuando llegamos, el director se bajó del auto y observé como le dio las llaves a un trabajador del hotel. Luego, se acercó a mi puerta para abrirla.

—¿Señor? —dije cuando vi que extendía su mano, incitando me a que la tomará.

Al ver que no dijo nada, y seguía esperando con la mano en el aire, no tuve más opción que hacer lo que quería, titubeante sujeté su mano. Una vez que estuve fuera del auto, hice el intento por soltarme, pero él entrelazó nuestros dedos, haciéndolo imposible.

Me guío todo el camino hasta su apartamento, sin decir una palabra, mientras las personas a nuestro alrededor nos miraban con ojos curiosos.

Si no fuera porque no tenía energía, habría protestado por la situación. Recordándole al director que este no era un comportamiento adecuado.

—Es lo más chico que tengo —me dijo entregándome una muda de ropa, eran unos pantalones de chándal y una camisa de color negro.

Me preguntaba qué era lo que el director quería hacer cuando nos adentramos en el departamento con dirección a su habitación.

—Ya sabes dónde están las cosas, toma un baño —ordenó.

Abro la llave de la regadera, dejando que caiga el agua sobre mí. Ni siquiera me quite la ropa.

Mi vista baja hasta mi vientre plano, no veo nada. «¿Quizá...?» me pregunto, pero de inmediato borro ese pensamiento.

«No sirve de nada, estar en negación» me digo, el doctor lo afirmó.
No tengo fuerzas para mantenerme de pie, así que me deslizo lentamente por la pared, sentándome en el suelo. Atraigo mis piernas hacia mi pecho y las abrazo, quedando en posición fetal. Estoy agotada, pero no dejo de pensar, mi mente es un revoltijo en este momento.

Desde que mis padres fallecieron, solo pude pensar en una cosa, cuidar a mis hermanos. Ellos lo son todo para mí. Siento que, si están a mi lado no necesito nada más.
Es por esa razón, que me concentré en trabajar para que a nuestra pequeña familia, no le hiciera falta nada. Como consecuencia, los últimos diez años de mi vida he ocupado mi tiempo viviendo al ritmo de los demás, ocupándome de sus necesidades y dejando las mías de lado.

«Entonces ¿cómo es que las cosas terminaron así?» me pregunto.

Enzo me culpa por trabajar demasiado y no estar lo suficiente en casa.
Azra, se encuentra ocupado la mayor parte del tiempo, trabajando duro para alcanzar sus sueños, aunque eso signifique no vernos durante meses.

La presión en mi pecho se siente insoportable y las lágrimas inundan  mis ojos. Entonces, solté todo. Deje que el sonido de mi llanto llenará la habitación, sin tratar de reprimir mi voz, ni importarme que el director pudiera escucharme.

Unos golpes en la puerta irrumpen mi estado de abatimiento.

—Señorita Belmont, ya han pasado veinte minutos ¿Todo está bien? —preguntó. No dije nada, pensé que si no respondía se iría. Pero no pasó ni un minuto, cuando abrió la puerta con brusquedad, sobresaltándome.

Al verme, su rostro lleno de preocupación mostró alivio. Tal vez pensaba que podría haber tenido un accidente o peor aún, cometido una locura.

«Hoy las situaciones vergonzosas parecen no terminar, ¿Señor es acaso una especie de castigo?» cuestioné en mi mente, al ser supremo.

Creí que saldría al comprobar que me encontraba bien, pero no fue así. «¿Qué está haciendo?» pensé, cuando comenzó a quitarse los zapatos, se deshizo de la corbata y dobló las mangas de su camisa.

Abrió la puerta de cristal de la ducha, caminó hasta donde me encontraba, cerró la llave y se sentó a mi lado, yo por mi parte, me negué a mirarlo.

Él se mantuvo en silencio todo el tiempo. Sin mirarme, sin preguntar, sin obligarme a salir, sólo se quedó a mi lado. Era su forma de reconfortarme, de decirme que todo estaba bien.




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