Hacía un tiempo desde que el regente de la zona había sido asesinado por un refulgente, al igual que muchos nobles. Pero, eso no cambiaba en nada la vida en los callejones. Rara vez algo lo hacía. Y ese día no era diferente a ninguno de los anteriores. solo porque la gente de las calles estaba un poco más agitada de lo normal, se podía decir que había pasado algo.
Ella tenía que seguir buscando la comida entre los desechos de las demás personas. Que inexplicablemente seguían defendiendo, a pesar de que ya no harían nada con eso. Era basura, pero era SU basura. El hambre cada vez estaba más cerca, y la poca comida que había logrado robar hacía días que dejó de ser suficiente. Todavía contaba con una última carta. Una con la que estaba totalmente en desacuerdo. Y no la usaría a menos que el hambre le nublara la mente. Y eso sucedería en tan solo unos días.
Se obligó a salir de su escondite, en busca de comida. Los pasos con los que se movía eran lentos y apelmazados. Solo hacía 3 días que la sorprendieron robando y la golpearon hasta que perdió la conciencia. Seguramente fue lo mejor, ya que lo que vino después sería peor.
Caminaba por los tejados, pensando cual sería el destino más seguro para obtener algo para comer sin tomar ningún riesgo de más. La idea de sacar provecho a su estado todo magullado para causar lastima y obtener un poco de dinero, comenzaba a afianzarse en su cabeza. Tanto que se permitió ver por el borde del tejado hacia la calle (una de las más concurridas de la ciudad). Vio lo que parecía un ave cruzando un enjambre de insectos. Todos se apartaban de aquel hombre con una armadura de bellas plumas. Algunas eran tan largas que caían desde una placa en su hombro hasta peligrosamente cerca del suelo. Aquellas plumas eran de un azul que destellaba con la luz del naol-lin, justo en las puntas un gran circulo negro las adornaba. Nunca había visto unas plumas tan hipnotizantes como aquellas. Había tantas como para hacer la capa que aquel hombre portaba. El resto de la armadura no se quedaba atrás, placas de lo que parecía plata le llenaban el pecho y el brazo que tenía expuesto. Todo esto con unas plumas de un profundo carmesí e intensos púrpuras. Parecía un caballero salido de las historias que contaban. Ella siempre había dicho que los refulgentes parecían pollos, con tantas plumas que se ponían. Pero, aquel tipo las portaba con una majestuosidad tal, que por un solo momento hizo que olvidara que tenía hambre.
Se obligó a quitar la vista de aquella figura, perder su mente con cosas como esas no le servirá de nada. Entonces hizo lo que mejor sabía hacer. Juzgar. Forzó la vista para pasar por encima de toda aquella opulencia magnética que desprendía. y se fijó en los pequeños detalles, pero notó que tardaba más que nunca en encontrar algo en lo que aquel hombre flaqueara. No fue hasta que llegó a las piernas cuando se dio cuenta. Era sutil, pero ahí estaba, aquel refulgente cojeaba del pie derecho. Darse cuenta de ese dato hizo que su pecho se hinchara de petulancia. sabía algo que todos aquellos de la calle ignoraban. Cuando estaba por irse, satisfecha consigo misma, el refulgente se quedó parado. Aun estando tan por encima de todos pudo notar como la gente aguantaba la respiración y miraban al refulgente con miedosa expectación. Los hubo algunos que salieron de la calle lo más raudos que pudieron, por el miedo de lo que fuera a pasar.
Aquel hombre de leyenda, parecía estar buscando algo. La mirada con la que escrutaba a la multitud parecía tener un peso físico, ya que hacia donde volteaba a ver la gente retrocedía un paso, o se encogía en señal de sumisión. Mientras duró aquel escrutinio el tiempo parecía estar detenido, ni un solo ruido provenía de aquella calle (normalmente bulliciosa). Aquella escena se asentó en su cabeza y pudo ver el conjunto de todo lo que estaba pasando, y peor aún, de todo lo que podía llegar a pasar. Una sensación siniestra le atravesó el cuerpo. De pronto aquel caballero de fábula, se convirtió en un monstruo de cuento. Sintió como todo el cuerpo se le entumecía, pero parecía que nadie había notado el cambio en aquel hombre.
Cada segundo que pasaba mirando, su cuerpo se entumía más y más. Amenazando con dejar de responderle. Justo cuando ahogaba un sollozo de asombro, él levantó la mirada para entrelazarla con la suya. El miedo se apoderó de ella y salió corriendo, olvidando por completo su dolor y su hambre. No quería saber nada de aquel lugar, ni de aquella bestia.
Los días desde aquel encuentro habían pasado, al final resultó que aquel refulgente no hizo nada. Ella sinceramente tenía la impresión de que haría una masacre. De vez en cuando estaba bien equivocarse, pero no por eso dejaba de molestarla que su juicio la hubiese traicionado. El hambre la había forzado a usar su última carta. Cuando eso pasaba, ella separaba la mente del cuerpo mientras todo el asqueroso proceso terminaba. Distraía su mente con cualquier cosa, en estos últimos días el refulgente de brillante armadura que vagabundeaba por la ciudad era un buen tema. Ella lo había visto un par de veces más desde aquel día, pero en cuanto sus ojos se posaban en él, sus pies le rogaban que corriera.
Salir de aquel estado autoinducido le costaba mucho tiempo. Su propia mente no quería regresar, generalmente tardaba más tiempo del necesario para asegurarse de que hubiera terminado. Cuando aquel lento proceso de volver a la conciencia terminaba y comenzaba a recobrar los sentidos. Un fuerte miedo la asaltó. tenía todo el cuerpo entumecido, pero no como de costumbre sino como aquella vez. Cuando volteó a ver a su alrededor lo vio. Aquel caballero/bestia estaba sentado en una caja en las cercanías y el hombre con el que ella estaba ahora soltaba humo por todo el cuerpo.