Hacía un tiempo desde que su padre se había marchado. Lo último que le dijo fue que el trabajo que tenía que hacer era uno de los más importantes, pero uno de los menos peligrosos. Él había insistido en acompañarlo, pero su padre se lo negó. Sea cual fuera el motivo que lo llevó a marcharse, hacía 4 meses que lo había hecho. si bien es cierto que las tareas que le habían sido encomendadas estaban casi todas completadas, aún tenía mucho trabajo que hacer.
Ese día por la mañana al igual que todos los días desde que llegó a su nueva casa, se levantó con los primeros rayos de luz. Su habitación era grande, pero solo tenía los muebles más básicos y todos ellos con un aspecto inacabado. Ya después se pondría con ello, ahora tenía lo que ocupaba y eso le bastaba. Todo aquello era más de lo que nunca había tenido. Se acercó al armario de donde tomó su ropa de práctica y se enfundó en ella.
Debajo de la cama en una caja de madera que contrastaba mucho con todo en aquella habitación, por lo exquisita de su manufactura se encontraba una de las cosas que Xiuh más atesoraba, el matla que le regaló su padre. Él tomó aquella caja alargada y al colocarla sobre la cama acarició todos los grabados al estilo tradicional, donde se veía a un hombre en una armadura de refulgente entregándole un rayo a un hombre normal. Con toda la ceremonia él abrió la caja para encontrar una barra de metal negro bruñido, con el grabado de una serpiente a todo lo largo, reposando al lado de una pluma de tonos azulados. Inspiró hondo y tomó el matla para colocarlo en su lugar.
Cuando salió de su habitación una mujer de unos 50 años lo esperaba. Aquella señora tenía una paciencia que hacía que los nervios de Xiuh se crisparan, tenía la impresión de que ella le ganaría a las rocas en una batalla de esperar pacientemente. La mujer le hizo una reverencia y todos los collares que tenía sonaron a el ritmo de una canción improvisada. Y las plumas que tenía en el tocado de la cabeza ondularon grácilmente.
—buenos días, joven señor. —fue el saludo de aquella mujer.
—buen día, Ratle. ya te he dicho que no es necesario que me esperes en frente de mi habitación todas las mañanas. —dijo Xiuh con una sonrisa en el rostro. Aquella conversación era la misma todas las mañanas desde el día que llegó. Eso aplacaba un poco la preocupación de que a su padre le hubiese pasado algo.
—No. No hay noticias del señor Realt. —se adelantó Ratle ante la siguiente pregunta del joven maestro— el almuerzo ya está listo, sugiero que comas algo antes de que empieces con los ejercicios de hoy.
Como todas las mañanas él pensaba negarse, pero se sintió con la suficiente hambre como para comer algo antes de empezar. Se notó mirando hacia la entrada principal por el amplio ventanal que había en frente de su habitación.
—Esta vez gana usted Ratle. Que preparen todo y bajo justo después. —la mujer no se volvió, ni se movió un solo paso.
—como le dije antes, el almuerzo ya está listo. Lo siento, pero hoy nunca tuvo la oportunidad de decidir. — habiendo dicho eso se marchó con el paso decidido que la caracterizaba.
Él la siguió y de nueva cuenta no pudo evitar esbozar una sonrisa. Últimamente lo hacía mucho y de forma natural. Ella lo llevó directo hacia el comedor principal, donde lo esperaba todo un manjar. En aquella mesa había tanta comida que lo hizo sentirse culpable. Justo detrás del asiento de su padre, se encontraba el retrato de kaztlan (el dios del rayo) pintado en arte tradicional. Xiuh caminó hasta el cuadro de inmensas proporciones e hizo una reverencia. Su padre le había dicho que aquel que estaba representado ahí, seguramente fue un refulgente tan magnífico que ahora todos lo recuerdan como un dios.
Caminó hasta su asiento y comenzó a comer. La mirada inquisitiva de Ratle lo obligaba a no equivocarse en los modales sobre la mesa. Ella se encargaría de recordárselo muy insistentemente si se equivocaba. Cuando terminó de comer y colocó los cubiertos en señal de que estaba satisfecho, todavía quedaba demasiado. Él se dispuso a salir y todavía no salía del comedor cuando ya al menos tres muchachas entraban para recoger todo lo que había quedado sobre la mesa.
—Que tenga un buen entrenamiento joven señor. —Xiuh la hoyó decir, antes de él abandonar del todo la estancia.
Cuando salió a los jardines, tomó una gran bocanada de aire. El frio que hacía le llenó el cuerpo, su padre le había enseñado a que aquella sensación le gustara. Por fortuna solo una pequeña capa de nieve cubría todo, no sería una molestia. Y como de costumbre se puso a calentar, aunque su cuerpo era mucho más fiable que cuando llegó, todavía le quedaba un largo camino por delante. Él se tomó su tiempo para no dejar nada fuera y mientras calentaba repasó todo el menú de entrenamiento para hoy. Aunque los ejercicios físicos no le gustaban tanto como el entrenamiento con el rayo, no podía negar lo útil que era. Y ese momento de puro trabajo corporal le era agradable, le dejaba la mente libre para pensar en mil y una fantasías.
Una vez más, tomó una gran bocanada de aire frio y asintió, más para sí que para los jardineros que revisaban las flores en busca de plantas invasoras u otros males. El objetivo eran 10 vueltas a la casa, hacía un tiempo que él era capaz de dar esas diez vueltas, nuevamente no pudo contener una sonrisa al recordar lo débil que era cuando llegó. Las vueltas terminaron antes de que él se diera cuenta, y aunque notaba el cansancio no se sentía devastado. Podía continuar, pero tenía otros tipos de actividades que no eran simplemente trotar. Cuando terminó, el cansancio físico llenaba su cuerpo y el naol-lin ya había derretido la poca nieve que había. Se permitió descansar y tomar un respiro, el trabajo más difícil venía ahora.