Portal de Sombras

Capítulo 3

Después de hablar con Elena, Gianna se dirigió a su habitación sin ganas de socializar, especialmente porque aún no tenía noticias de su madre. Se tumbó en la cama intentando conciliar el sueño cuando Sarah llamó a su puerta y entró sin esperar permiso.

—Déjame dormir, —pidió Gianna cubriéndose la cara con la almohada. —No quiero hablar más hoy. —Añadió.

—Entiendo y te pido disculpas, —dijo Sarah sintiéndose culpable. —Me siento responsable de cómo te trajimos aquí. Lo peor es que estabas a punto de ser secuestrada y yo contribuí sutilmente a que te sintieras peor, —confesó sinceramente.

Gianna retiró la almohada de su rostro y se sentó en la cama.

—Creo que dejé mi teléfono en tu auto, ¿podrías traérmelo, por favor?, —preguntó Gianna.

—Tu teléfono no te servirá de nada, todas las líneas externas están bloqueadas. No tenemos comunicación con el mundo exterior, —respondió Sarah.

—¿Cómo es posible? ¿En qué siglo viven? El teléfono es una necesidad, no un lujo. Quiero intentar llamar a mi madre, —dijo la joven con lágrimas en los ojos. —Déjame sola, por favor. —Demandó la muchacha.

—Está bien, hasta mañana, descansa. —Sarah se retiró de la habitación.

Gianna se encontraba recostada en su cama, con la mente todavía revoloteando por los acontecimientos del día que le impedían conciliar el sueño. Después de un tiempo indeterminado, finalmente sus párpados se cerraron. En medio de la madrugada, un penetrante olor a cigarrillo la sacó de su letargo. Sin saber su procedencia, se asomó por la puerta de su habitación hacia el pasillo en busca de alguna pista, pero reinaba el silencio. Decidió entonces dirigirse al balcón de su cuarto, orientado hacia el jardín. A pesar de escudriñar con detenimiento, no logró divisar a nadie en aquella oscura noche. Al final del jardín distinguió una pequeña cabaña, iluminada por una vela o algo similar debido al parpadeo de la luz, evidenciando que no era eléctrica. Gianna se adentró en su habitación para ponerse unos zapatos y algo abrigado, ya que la noche estaba algo fría. Después de prepararse con esfuerzo, bajó por el balcón. En su camino hacia la cabaña, se distrajo en el jardín. En el centro de este, había un área circular rodeada de hermosas flores, iluminadas por una luz azul iridiscente que impedía distinguir sus colores. «Qué bonita apariencia les da esa luz a las flores, al menos algo moderno en este lugar», —pensó Gianna. En el centro del círculo se encontraba una estatua de piedra con la figura de un joven. A pesar de sentir como si la estatua la estuviera llamando, Gianna decidió ignorarla, pues ya había tenido suficiente con las voces que escuchó el día anterior. Se alejó para dirigirse hacia la cabaña y justo cuando estaba a punto de llegar a la pequeña verja de madera, las luces se apagaron. Gianna se detuvo repentinamente, sintiendo un profundo temor. Observaba a su alrededor en la oscuridad y se preguntaba si alguien la estaba observando, pero todo parecía tranquilo. Con calma y sin hacer ruido, decidió regresar a su habitación, aunque le resultaba difícil subir por el balcón. Recordó la advertencia de que después de las diez de la noche nadie debía estar en el jardín, y a pesar de intentar mantener la calma, el pánico comenzaba a apoderarse de ella. Buscó desesperadamente alguna escalera o algo que le ayudara a subir, pero fue en vano. Abatida, no pudo contener las lágrimas, no solo por su incapacidad para volver a su habitación, sino por todo lo ocurrido hasta ese momento. Logró contener su llanto al escuchar un sonido similar al de alguien encendiendo un cigarrillo. Después vino el olor y luego una figura que no pudo distinguir debido a la oscuridad, con un cigarrillo en la mano.

— ¿Quién eres? —preguntó la joven, evidentemente asustada.

—Tú debes de ser la nueva de la que todos hablan, supongo —respondió él, ignorando su pregunta. Su voz era tranquila, pero con un toque de indiferencia.

—Pregunté quién eres y ¿qué haces en mi balcón? —exigió la muchacha.

—¿Y tú qué hacías espiándome en mi cabaña? —preguntó el.

—¿Tú vives en esa cabaña? —preguntó ella.

—¿No crees que estás haciendo demasiadas preguntas?

—¿Me ayudas a subir, por favor? —suplicó la chica.

—Está bien, te ayudaré; realmente me daría pena ver a una chica como tú castigada severamente por seguir su curiosidad. Dame tu mano. —

El joven la ayudó a subir y cuando sus miradas se cruzaron, Gianna quedó impresionada por los ojos del chico; nunca había visto unos ojos así, negros con destellos plateados, fuera de este mundo, junto a un rostro perfecto y bien definido. Ambos quedaron hipnotizados el uno por el otro.

—Gracias por tu ayuda, titubeó. — ¿Qué quieres decir con que seré castigada severamente si me descubren?,— preguntó la chica con curiosidad.

—Exactamente eso, y es mejor que no lo descubras por ti misma. Lo siento. ¿Cómo te llamas?

—Soy Gianna, ¿y tú? — preguntó ella.

—Soy Ethan, —respondió mientras daba una calada a su cigarrillo. —Bienvenida a la Mansión Celestite.

—¿Dónde estamos? Me quedé dormida en el camino.

— Estamos en Jonesville, aun en Virginia con la frontera con Tennessee y Kentucky. Es común quedarse dormida o tener lapsos de memoria la primera vez que llegas aquí.

—¿Por qué sucede eso?, —preguntó Gianna con curiosidad.

—Es parte del proceso cuando te aíslan, estas brujas son capaces de cualquier cosa.

—¡Ja! La señora Davis definitivamente parecía una bruja. ¿Qué hago aquí? — preguntó nerviosa la muchacha.

—No debería decírtelo, me castigarían severamente, —respondió él.

—No diré nada a nadie de lo que me digas.

—No hace falta, las brujas saben todo, —dijo Ethan tirando la colilla de su cigarrillo. —Ya casi se pone el sol, debo irme y es mejor que no menciones que hemos hablado ni que me conoces.

—Puedes irte tranquilo, Ethan. No diré nada, —aseguró Gianna.

—Nos veremos pronto, Gianna. —Y en un salto, Ethan desapareció del jardín dejando a Gianna sin poder seguirle el rastro.



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En el texto hay: romance juvenil, brujas, magia

Editado: 27.09.2024

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