El ambiente en la mansión Celestite se hizo más relajado mientras las jóvenes y los demonios terminaban el desayuno. El murmullo de las conversaciones y el aroma del café recién hecho llenaban el aire, proporcionando un breve respiro de las tensiones que habían dominado sus vidas en las últimas semanas.
Sin embargo, la paz se rompió abruptamente cuando un sonido inusual llegó desde la puerta principal. Elena, quien ya había terminado su comer, intercambio una mirada con Rebecca. Elena se levantó y se dirigió rápidamente a la entrada.
Al abrir la puerta, Elena se encontró con una figura que la sorprendió: una mujer alta, de cabello negro como el azabache, con ojos intensamente verdes que la miraban con una mezcla de desesperación y determinación. Era Irene, la madre de Maya.
—Buenos días, — dijo la bruja, con un tono que dejaba claro que no había tiempo para cortesías. —Mi nombre es Irene. Soy la madre de Maya, y necesito hablar con Patricia... es urgente. —
Elena parpadeó, sorprendida por la petición. —¿La madre de Maya? — repitió, intentando procesar la información. No había esperado encontrarse con alguien de la Hermandad de la Noche Eterna, y menos con una solicitud tan directa. —Por supuesto, sígueme. Te llevaré con Patricia. —
Con una mezcla de curiosidad y precaución, Elena condujo a la recién llegada a través de los pasillos hasta la oficina de Patricia. Abrió la puerta y asomó la cabeza, interrumpiendo a Patricia, que estaba sumida en sus pensamientos.
Patricia, hay alguien aquí que quiere hablar contigo, — anunció Elena con una voz tensa. —Es... la madre de Maya. —
Patricia alzó la vista, sus ojos estrechándose al escuchar esas palabras. Se levantó de su asiento, su expresión revelando una mezcla de intriga y desconfianza. —Déjala pasar, — ordenó, sin apartar la mirada de la puerta.
Irene, la madre de Maya, entró en la oficina con una actitud decidida, pero su mirada traicionaba una angustia interna. Patricia la estudió por un momento antes de hablar.
Es un placer conocerte, aunque las circunstancias no sean las mejores, — dijo Patricia con una voz calculada, cerrando la puerta detrás de ella.
Irene no perdió tiempo en ir al grano. —Patricia, sé que no tienes razones para confiar en mí, pero estoy aquí porque no tengo otra opción. Las cosas en la Hermandad están... fuera de control. Necesito un lugar seguro para mí, si es posible. Sé que mi presencia aquí es inesperada, pero te lo ruego, necesito protección. —
Patricia la miró con escepticismo, cruzando los brazos sobre el pecho. —Refugio no es algo que ofrezcamos fácilmente, especialmente a alguien que pertenece a una organización que ha sido hostil hacia las organizaciones. ¿Por qué debería ayudarte? ¿Qué me garantiza que esto no es una trampa? —
Irene respiró hondo, sabiendo que estaba en una posición delicada. —No es una trampa, lo juro. Estoy dispuesta a darte la información que necesitas sobre la Hermandad. Sé que las relaciones entre nuestras organizaciones no son buenas, pero la situación ha cambiado. La Hermandad se está desmoronando desde dentro con Úrsula delicada de salud y en sus últimos días y las facciones más radicales están tomando el control. La hermandad se ha aliado con la Organización Oscura algo que podría afectar a todos..., incluidas ustedes. —
Patricia se acercó un poco más, estudiando cada palabra de Irene con atención. —¿Qué es exactamente lo que están tramando? Necesito detalles, no vaguedades. —
Irene asintió con una expresión seria. —Úrsula se encuentra en sus últimos días físicos; comenzará a realizar rituales con los demonios, ya que cada vez le resulta más complicado encontrar jóvenes. Si Úrsula logra apoderarse del alma de un demonio y llevar a cabo la transferencia de cuerpo a una joven, su propósito es restaurar el portal y así sería indestructible.
Patricia guardó silencio por un momento, sopesando la información. Su mirada seguía fija en Irene, evaluando su sinceridad. Finalmente, asintió lentamente.
Está bien, —dijo Patricia, su tono más frío. —Puedes quedarte, pero solo bajo mi supervisión. Y espero que tu información sea tan valiosa como dices. Si descubro que esto es una trampa, no dudaré en actuar. —
Irene asintió, aceptando las condiciones. —Gracias, Patricia. No te arrepentirás de esta decisión. —
Patricia hizo un gesto a Irene para que se retirara. —Elena, — llamó a su asistente que esperaba en la puerta, —llévala a una habitación donde pueda descansar. Y asegúrate de que Maya sepa que su madre está aquí. —
Mientras Irene, la madre de Maya, seguía a su guía fuera de la oficina, Patricia se quedó sola, inmersa en sus pensamientos. Sabía que debía actuar con cautela, pero también reconocía el valor de la información que acababa de recibir. En un mundo donde las alianzas cambiaban como las mareas, cada movimiento debía calcularse con precisión.
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Rebecca se encontraba en la cama, observando por la ventana con una expresión de agotamiento cuando se abrió la puerta de su habitación, que había preparado Elena. Se volvió sorprendida al notar que Patricia entraba sin avisar, con un rostro serio y ojos rebosantes de determinación.
—Patricia, — dijo Rebecca, levantándose lentamente de la cama.
—Necesitamos hablar, —respondió Patricia con un tono firme, cerrando la puerta detrás de ella. —Y no voy a andar con rodeos. —
Rebecca frunció el ceño, percibiendo la tensión en el ambiente. —¿De qué se trata esto? ¿Ha ocurrido algo? —
Patricia avanzó un paso, sus ojos fijos en los de Rebecca. —Tengo información nueva, y no puedo ignorarla. Necesito saber dónde tienes el cuarzo.
Rebecca se quedó en silencio por un momento, sorprendida por la directitud de Patricia. —Ya te dije antes, está en un lugar seguro. No quiero que nadie más se vea involucrado en esto. —
—Eso no es suficiente, —replicó Patricia, cruzando los brazos. —No podemos permitirnos el lujo de secretos, no ahora. La situación es crítica, y si la Hermandad de la Noche Eterna está planeando manipular el portal, necesitamos ese cuarzo para detenerlos. No puedes seguir ocultándolo.