La habitación de Gianna se encontraba en sombras, iluminada únicamente por la luz lunar que se colaba a través de las cortinas. Acostada en la cama, miraba el techo sin poder conciliar el sueño. Su mente estaba ocupada con las revelaciones de esa noche y los sentimientos que experimentaba hacia Ethan.
Se movía inquieta entre las sábanas, con sus emociones enredadas en un torbellino de confusión y miedo. La confesión que su madre le había hecho resonaba en su cabeza como un eco incesante: era la elegida, destinada a restaurar el portal. Pero más allá del peso de esa responsabilidad, había algo más que no podía pasar por alto: Ethan.
Desde que llegó a la mansión, Gianna sintió una conexión especial con el demonio, algo que nunca había sentido antes. A pesar de su naturaleza demoníaca, él siempre había sido amable y comprensivo; incluso le había brindado su confianza. Sus pensamientos regresaban a los momentos vividos juntos en la mansión, a las charlas nocturnas en el jardín y a esas miradas profundas que decían más que cualquier conversación.
—¿Qué pensará Ethan al descubrir mi verdadera identidad? —se preguntó para sí misma.
El peso de la incertidumbre sobre quién era realmente la abrumaba. —Aún no entiendo cómo puedo ser mitad demonio. — Se sentía perdida al tratar de procesar y reconciliar esa parte de sí misma que comenzaba apenas a comprender.
Recordaba las ocasiones en las que Ethan la defendió, así como aquellas miradas llenas de una tensión que ahora entendía como algo más profundo que amistad. Era una conexión compleja que le generaba temor y atracción al mismo tiempo.
Finalmente, el cansancio logró vencerla, aunque sus pensamientos continuaban agitados mientras soñaba. Gianna comprendía que tarde o temprano tendría que enfrentar la verdad sobre su destino y sobre sus sentimientos hacia Ethan. En ese instante, la oscuridad de la noche parecía más pesada que nunca, repleta de secretos y futuros inciertos.
*****
La mansión Celestite estaba en completo silencio, excepto por el leve crujido de las maderas antiguas que se mueven con el viento. Rebecca, incapaz de encontrar descanso, sintió una preocupación creciente por su hija. Decidida a estar cerca de ella, se dirigió a la habitación de Gianna. Abrió la puerta con cuidado, tratando de no hacer ruido, y entró. La luz de la luna ilumina suavemente la habitación, revelando a Gianna dormida, pero con el ceño ligeramente fruncido, como si incluso en sus sueños, la carga de la verdad la persiguiera.
Rebecca se acercó a la cama y se sentó a su lado, tal como solía hacer cuando Gianna era niña y tenía pesadillas. Con ternura, rodeó a su hija con un abrazo cálido, sintiendo la conexión profunda que siempre han compartido.
Gianna se despertó lentamente al sentir el calor de su madre. Abrió los ojos y se encontró con la mirada amorosa de Rebecca, llena de comprensión y fortaleza. —Mamá... ¿Qué pasa? ¿No puedes dormir? —Dijo Gianna aun media dormida.
Rebecca devolvió la mirada de su hija con una sonrisa. —No, querida. Estaba pensando en ti... en todo lo que te espera. Deseaba estar a tu lado —respondió suavemente mientras acariciaba el cabello de Gianna.
Rebecca tomó una pequeña daga que había traído y la colocó delicadamente en las manos de Gianna. La daga, hecha de plata pura, era pequeña pero poderosa, adornada con intrincados grabados de runas antiguas y una brillante piedra azul en su extremo. —Quiero que lleves esto contigo, Gianna. Esta daga no solo es un arma; es un medio para canalizar tu magia, una herramienta que te permitirá dirigirla con precisión. Tu padre la dejó para ti antes de partir hacia el mundo de las sombras. Sabía que algún día la necesitarías —le explicó con seriedad.
Gianna observó la daga con asombro, sintiendo el peso tanto de su historia como de la responsabilidad que implicaba. La piedra azul parecía emitir un brillo interno, como si respondiera a la magia que llevaba dentro.
—Es... hermosa. No sabía que papá había dejado algo para mí —dijo la joven bruja mientras acariciaba la piedra con sus dedos.
Su madre asintió con un tono más suave. —Siempre pensó en ti, incluso cuando no podía estar aquí. Esta daga es un símbolo de esa conexión, de la fuerza que compartes con él. Y hay algo más que quiero que tengas.
Rebecca saca un compás antiguo y lo colocó en las manos de Gianna. El compás, aunque simple a primera vista, tiene un diseño intrincado, con grabados que parecen moverse bajo la luz, revelando una historia oculta.
—Este compás... lo encontré en la galería cuando fui a buscar el cuarzo. Ha estado conmigo durante mucho tiempo, y en su momento, fue tanto una bendición como una maldición para mí. —Dijo con melancolía en su voz.
Gianna se quedó mirando el compás con curiosidad. —¿Qué significa, mamá? ¿Por qué fue una maldición?
La madre miró hacia otro lado. —Es una historia larga, una que algún día te contaré. Pero por ahora, solo quiero que sepas que este compás tiene un poder único. Puede guiarte cuando te sientas perdida, pero también puede mostrarte caminos que no siempre son fáciles de recorrer. —Agregó, sus ojos llenos de recuerdos dolorosos.
Gianna sintió el peso de las palabras de su madre y guardó tanto la daga como el compás con cuidado, entendiendo que ambos objetos son mucho más que simples herramientas. Son símbolos de su herencia, de su destino y de la fuerza que necesitará para enfrentar lo que viene.
—Gracias, mamá. Prometo que los usaré bien. —Respondió Gianna con determinación.
Rebecca sonrío, orgullosa de la fuerza que ve en su hija. La abrazó una vez más, sabiendo que el camino de Gianna será difícil, pero confiando en que ella está preparada para enfrentarlo. —Lo sé, mi amor. Y recuerda, pase lo que pase, siempre estaré contigo.
Gianna cerró los ojos, esta vez encontrando un poco más de paz, mientras el calor del abrazo de su madre la envolvía. La noche sigue siendo larga, pero al menos, ahora, ambas se sienten un poco más preparadas para lo que vendrá.