El tiempo parecía haberse congelado. Rebecca, observando a su hija frente a Ethan encadenado, experimentó una intensa desesperación. La gravedad de la situación la abrumaba. Era consciente de que se encontraba en una encrucijada peligrosa. Las palabras de la figura etérea resonaban en su mente y, aunque su instinto le advertía que no debía rendirse, el temor por la seguridad de Gianna y Ethan era demasiado abrumador.
Con un suspiro pesado, Rebecca bajó la mirada, sintiendo que su resolución se quebraba. No podía arriesgar la vida de su hija. Con una voz temblorosa pero decidida, levantó la mirada hacia las brujas que sobrevolaban el jardín, y comenzó a hablar.
—Por favor, escúchenme. No hace falta más violencia. Estoy dispuesta a entregarles el cuarzo, pero a cambio quiero la libertad de mi hija y de Ethan. No pido más que eso, solo que los dejen ir —expresó Rebecca con tono suplicante, intentando llegar a un entendimiento.
Sin embargo, las brujas no mostraban interés en negociar. Sus risas siniestras resonaban entre ellas como un eco aterrador. Sus rostros retorcidos y miradas vacías estaban fijos en Rebecca, pero lo que reflejaban era codicia y desprecio, no compasión. —¿Acaso piensas que puedes imponer condiciones, Rebecca? Lo único que nos interesa es el cuarzo. Poco nos importa el destino de tu hija o de este demonio —contestó una de ellas con sarcasmo.
Otra bruja de la Hermandad de la Noche Eterna intervino con voz profunda y resonante, como si proviniera del fondo de un abismo. —¡No hemos venido aquí para negociar! El cuarzo es nuestro y lo obtendremos por la fuerza si es necesario —declaró Selena, manteniendo una mirada desafiante hacia su prima Maya.
Rebecca sintió su corazón latir con fuerza en su pecho, su mente luchando por encontrar una salida. Pero antes de que pudiera responder, Berenice dio un paso adelante, con una mezcla de ira y preocupación en sus ojos. — ¡No puedes hacer esto! Es demasiado arriesgado. ¡No puedes confiar en ellas! Si les das el cuarzo, estaremos perdidos. Ellas no cumplen promesas, solo buscan poder.
Elena, que había permanecido en la retaguardia, también se adelantó, su rostro mostrando una mezcla de miedo y desaprobación. —Rebecca, estás cometiendo un error. Entregarles el cuarzo solo fortalecerá su maldad. No podemos permitir que controlen ese poder. Ya no hay vuelta atrás si les das lo que quieren. —Expresó tratando de hacerla entrar en razón.
Rebecca cerró los ojos por un momento, sintiendo el peso de la elección que tenía que hacer. Sabía que sus aliadas tenían razón, pero la visión de Gianna, con el miedo en su mirada, era más de lo que podía soportar.
—No puedo arriesgar sus vidas... No puedo...susurro más para ella misma.
Las brujas comenzaron a descender lentamente, sus risas transformándose en murmullos oscuros mientras esperaban la decisión de Rebecca. Castelli permanecía inmóvil, observando desde lo alto con una paciencia cruel, sabiendo que la desesperación de Rebecca podría ser su ventaja.
Gianna, sintiendo la tensión en el aire, levantó la mirada hacia su madre. No quería que Rebecca sacrificara todo por ella, pero el miedo por Ethan y por lo que podría sucederla paralizaba. —Madre... No tienes que hacer esto. No podemos dejar que ganen.
Rebecca se giró hacia las brujas, sus manos temblando en un puño. Sabía que estaba a punto de cometer un error, pero el amor por su hija nublaba su juicio. Con un último suspiro, dio un paso hacia adelante. —¡Está bien! Les daré el cuarzo. Pero juro por mi vida que, si tocan a mi hija o a Ethan, me aseguraré de que sufran por toda la eternidad.
Las brujas intercambiaron miradas de complicidad, satisfechas con la rendición de Rebecca. Sabían que tenían la ventaja, y sus risas llenaron el aire mientras se preparaban para recibir el cuarzo. Castelli descendió un poco más, extendiendo una mano, como si esperara recibir el preciado objeto.
Con el cuarzo en mano, Castelli, la figura flotante que había orquestado el ataque, levantó el preciado objeto en señal de triunfo. La luz emanada por el cuarzo parecía resonar con el poder oscuro que lo rodeaba. Con voz resonante, Castelli anunció su victoria y la inminente realización del ritual.
Castelli con un tono triunfal se dirigió a todos. —¡Prepárense para el ritual! ¡El poder de las sombras será nuestro!
Las brujas de la Organización Oscura, en sincronía, comenzaron a moverse rápidamente, formando un círculo cerrado alrededor de la estatua del demonio Dylan. Sus movimientos eran precisos, casi mecánicos, como si estuvieran ejecutando un plan que habían ensayado innumerables veces. Una fuerza mágica invisible y abrumadora comenzó a llenar el aire, deteniendo cualquier intento de resistencia por parte de las brujas de la mansión Celestite. Rebecca, Elena y Berenice intentaron moverse, conjurar algún hechizo para intervenir, pero era inútil; estaban completamente paralizadas, como si una red invisible las mantuviera atrapadas.
Mientras las brujas de la Organización Oscura y la Hermandad de la Noche Eterna se preparaban, Gianna sintió una mano fría y fuerte aferrarse a su brazo. Se giró rápidamente, esperando enfrentarse a una de las horrendas brujas, pero lo que vio la dejó completamente atónita. Era Patricia quien la sujetaba, su rostro marcado por una expresión de culpa profunda.
—¡Patricia...! ¿Qué estás haciendo? —Preguntó la joven bruja sorprendida.
Patricia evitó la mirada de Gianna, sus ojos llenos de vergüenza. Por un momento, parecía que quería decir algo, pero el peso de la situación y su propia complicidad la hicieron permanecer en silencio. La lucha interna era evidente en su rostro, pero, aun así, no soltó el brazo de Gianna, y sin decir una palabra más, la condujo hacia la plataforma que Castelli y Darlene habían preparado.
La plataforma estaba ahora completamente dispuesta, rodeada por símbolos arcanos y elementos rituales que irradiaban una energía oscura. Castelli y Darlene, ambas de pie junto a la plataforma, esperaban impacientes mientras Patricia traía a Gianna. Una vez que llegaron, Patricia soltó a Gianna, quien, aunque asustada y confundida, mantuvo la mirada desafiante, intentando no mostrar su miedo.