La Mansión Celestite había recuperado gran parte de su antiguo esplendor después de la intensa batalla que la había sacudido. Aunque aún se podían ver cicatrices en la estructura, como grietas en las paredes y algunos muebles dañados, el lugar empezaba a cobrar vida nuevamente. El jardín, que anteriormente fue un campo de lucha, ahora brillaba con flores frescas, mientras que el aroma de las plantas rejuvenecidas se mezclaba con el aire fresco de la mañana. Las hojas de los árboles caídas sobre el jardín creaban una alfombra multicolor en tonos verdes, marrones y amarillos, señalando la llegada del otoño.
Dentro de la mansión, el ambiente era animado y lleno de energía. El sonido de risas y conversaciones alegres resonaba por los pasillos mientras las brujas y demonios trabajaban juntos para restaurar cada rincón. La sala principal, con su techo alto y candelabros brillantes, volvía a iluminarse como en los viejos tiempos, gracias a los esfuerzos combinados de todos los que ahora llamaban a la mansión su hogar.
En la cocina, un espacio acogedor con una gran chimenea de piedra, Elena y Berenice estaban ocupadas preparando el desayuno. El aroma a pan recién horneado y café llenaba el aire, creando una sensación de calidez y hogar. Berenice, con una sonrisa en el rostro, mezclaba ingredientes en un tazón grande mientras canturreaba una melodía suave. Elena, siempre eficiente, cortaba frutas frescas en rodajas perfectas, organizándolas en un plato con un cuidado casi maternal.
—Parece que la mansión vuelve a ser lo que era, —comentó Berenice mientras echaba un vistazo por la ventana, donde algunos demonios estaban reparando las estatuas dañadas en el jardín.
—Sí, pero esta vez es diferente, —respondió Elena con una sonrisa—. Ahora, es un hogar compartido por todos nosotros. Y eso es algo que ninguna batalla podrá destruir.
Poco a poco, el comedor comenzó a llenarse de vida. Ethan y Dylan fueron los primeros en llegar, haciendo bromas entre ellos como si fueran niños otra vez. La risa de Dylan, clara y contagiosa llenó la sala, mientras Ethan se reía con él, sus ojos brillando con un resplandor que no había tenido en mucho tiempo.
Amadeo, siempre encantador, entró en la cocina y sin previo aviso, rodeó la cintura de Berenice con sus brazos, haciéndola girar en una pequeña danza improvisada antes de plantarle un beso en los labios. Berenice, sorprendida al principio, se relajó rápidamente y correspondió, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello para prolongar el beso. Ethan y Dylan no tardaron en lanzar comentarios sobre su romanticismo, lo que provocó una ola de risas en la cocina.
Gianna, junto con Maya, Sarah, Nora y Eva, llegaron al comedor entre risas. Las jóvenes brujas habían formado un vínculo aún más fuerte después de todo lo que habían pasado juntas. Se sentaron a la mesa, aún riendo y hablando de recuerdos recientes, mientras los demonios las acompañaban, creando un ambiente de camaradería y felicidad.
Saul, que había desarrollado una amistad más íntima con Maya, se unió al grupo poco después, sonriendo al ver cómo todos parecían tan contentos. Su mirada se cruzó con la de Maya, y compartieron una sonrisa cómplice, un entendimiento silencioso que había crecido entre ellos.
Finalmente, Elena fue la última en sentarse. Como nueva directora de la mansión, ahora que Patricia había caído en la batalla, había asumido su responsabilidad con determinación y gracia. Irene, la madre de Maya, la acompañaba como su asistente, y juntas habían asegurado que la mansión no solo se recuperara, sino que prosperara.
La sorpresa llenó los rostros de todos cuando Rebecca apareció en la puerta del comedor. Después de semanas de descanso, finalmente se había levantado, y su presencia en la sala fue como un rayo de luz en un día nublado. Elena, siempre atenta, la invitó a sentarse y descansar, mientras Irene, curiosa, le preguntó cómo había sobrevivido cuando las demás brujas no lo hicieron.
—El compás, —explicó Rebecca con voz suave pero firme. — Fue la clave. Es el artefacto que se usó para transferir el alma de Dylan a mí y cuando Castelli, la bruja original, murió, las almas de los demás demonios fueron liberadas, pero la de Dylan regresó a su estatua reviviéndola. Por eso estamos aquí hoy, vivos.
Todos escucharon la historia con una mezcla de emoción y melancolía. Si bien estaban felices de que Rebecca y Dylan hubieran sobrevivido, no pudieron evitar sentir tristeza por los demás demonios que no habían tenido la misma suerte, pero al menos habían sido liberados. Pero antes de que el ambiente se volviera sombrío, Elena, con su sabiduría práctica, decidió cambiar el tema.
—Hoy no es un día para recordar tristezas, —dijo con una sonrisa radiante. — Hoy es un día para celebrar. Y qué mejor forma de hacerlo que anunciando que esta noche celebraremos el cumpleaños de Gianna en el Palacio del Mundo de las Sombras.
La noticia fue recibida con entusiasmo y algunas miradas de sorpresa. Los demonios, inicialmente reacios a la idea de regresar al Palacio, cambiaron de parecer cuando Berenice explicó que, gracias a su ayuda en la batalla, había hablado con el Rey Astarot, y todos estaban invitados a la fiesta. Allí, se anunciaría que podían regresar al Mundo de las Sombras y recuperar sus puestos si lo deseaban.
Las caras de todos se iluminaron, la anticipación de la fiesta llenando la sala con una energía renovada. El día que comenzó con risas y trabajo conjunto ahora se dirigía hacia una noche de celebración, de promesas cumplidas y nuevos comienzos.
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El Palacio del Mundo de las Sombras, imponente y majestuoso, estaba decorado con luces que danzaban como estrellas, bañando todo el lugar en un resplandor etéreo. Los muros, hechos de una obsidiana brillante, reflejaban la luz con un efecto mágico, haciendo que el salón pareciera un cielo nocturno viviente. El sonido de risas y música llenaba el aire, mientras todos los presentes celebraban el cumpleaños de Gianna.