Post Mortem Cadáver

Capítulo 15: Trece (Volumen 1)

Jerusalén, Año 33 D. de C.

— Tengo un mensaje para vos —. Le dijo el hombre, con expresión despreocupada y serena.

— ¿Quién desea hablar conmigo? — Preguntó otro hombre con cabello rojizo, y una espesa barba del mismo color, que cubría su mentón y parte de sus mejillas. Su piel trigueña se encontraba un poco abrasada por el sol, y al preguntar quién le enviaba el mensaje, esbozó una amplia sonrisa que proyectaba codicia y disposición para hacer un buen negocio.

— El Sanedrín requiere vuestra presencia —. Manifestó, Hafel.

Judas Iscariote se lo quedó viendo fijamente, evaluando la situación, y buscando encontrar la mentira en lo que le había dicho aquel hombre, que el hijo de Dios había invitado a su séquito, y que en la práctica; oficiaba como su nuevo discípulo.

— Dudo mucho que los Sumos Sacerdotes requieran mi presencia. ¿Acaso, qué querrían ellos de mí?

Judas lanzó la pregunta con mucha suspicacia, buscando quebrar el rostro imperturbable de Hafel, que mostraba un gesto de suficiencia y control de la situación, y que por momentos le producía un temor desconocido, evitando por todos los medios posibles que su mirada quedara atrapada, por el magnetismo inexplicable del hombre que tenía ante sí. Hafel se acercó lentamente, pero a paso decidido, y posteriormente lo tomó por el hombro, y Judas sintió cómo un frío le bajaba por todo el cuerpo desde su espalda, hasta la punta de los pies. El discípulo de Jesús se echó hacia atrás, para evitar el tacto con aquel hombre misterioso, que había aparecido apenas unas pocas semanas atrás, pero que el Hijo de Dios, le había dado la bienvenida; e incluso, le había permitido sentarse en su mesa.

— No debes temer nada, hermano mío — Le dijo Hafel —. Yo solo soy un mensajero, y un fiel sirviente de la ley. Los sabios, requieren tu presencia, y yo solo te pongo en conocimiento de su deseo.

Judas se alejó un paso más, al ver el brillo rojizo de los ojos de Hafel, y trató de convencerse, que fue causado por algún efecto del sol, que les bañaba el rostro desde que se habían encontrado en el camino. La túnica y el soporífero calor, le provocaron a Iscariote un aumento de su temperatura corporal, y sentía, cómo las gotas de sudor bajaban por su rostro, y desaparecían detrás de su espesa barba. El brillo rojo de los ojos del hombre impasible, había desaparecido en un parpadeo, pero para la extrañeza de Judas, Hafel no mostraba ningún signo de sudor en su cuerpo, a pesar, de que llevaban casi quince minutos, bajo el sol abrasador de Jerusalén.

— ¿Qué os enseñó? — Preguntó, Judas Iscariote.

— ¿Quién? — Contra preguntó, Hafel, con un tono de presunción, porque sabía, a dónde quería llegar, aquel pérfido discípulo de Jesús, que era el encargado de manejar las finanzas de su séquito.

— El maestro — Manifestó, Judas —. Fuiste al único al que el Maestro le permitió acompañarlo en su retiro por el desierto. Cuarenta días y cuarenta noches, estuvo allá.

— Yo no estuve con él, hermano mío — Declaró Hafel —. Pero, conozco al que sí lo acompañó en su ayuno.

— ¿Quién fue? — Indagó Judas, con urgencia —. No permitió, que ninguno de sus discípulos lo acompañara. ¿Quién tuvo la dicha, de acompañar al Hijo de Dios?

Hafel, desvió su mirada hacia el suelo y volvió a encarar el rostro dubitativo de Judas.

— Tendrás que preguntarle al Maestro — Le dijo —. Pero por ahora hermano mío, debes ir al templo de los sabios. Ellos requieren tu presencia. Solo puedo decirte que Jesús, solo es un mortal; un profeta que predica la palabra de Dios Padre, pero para nada es divino. Y como no es divino, no solo será juzgado por el Dios Creador, sino por las leyes de los hombres, y serán ellos los que decidan su destino. Sigue tu camino hermano Judas, y no olvides presentarte ante los sabios, y que la palabra del Dios de los cielos, esté contigo.

Judas Iscariote observó como Hafel se dio la vuelta, y tomó rumbo en dirección contraria.

— ¡Hafel!

El hombre detuvo sus pasos, pero no se dio la vuelta. Su paciencia se iba agotando, y ya no tenía más ánimo de seguir discutiendo. Solo quería encausar los acontecimientos para lograr su cometido, y quería lograrlo, sin más obstáculos.

— Te escucho, hermano Judas.

— ¿Qué es lo que los sabios quieren de mí? Sé que lo sabes.

— No sé cuál es su propósito, hermano mío. Lo que sí puedo saber, es que habrá frutos de tu visita al templo de los sabios, y ante los designios de los sabios, siempre hay recompensa. Además, porque no sería bueno para tu seguridad, que decidieras no ir.

Judas Iscariote, se rindió ante la negativa de Hafel de decirle, por qué era requerido por la autoridad judía y lo vio alejarse por el camino de piedra, que serpenteaba hasta terminar en el desierto. Observó, cómo aquel hombre misterioso se hacía cada vez más pequeño en el horizonte, preguntándose hacia dónde se dirigía. Sin embargo, le intrigaba mucho más, qué era lo que le dirían los sabios del Sanedrín, y por qué era requerido con tanta urgencia por ellos. Dio un nuevo vistazo a donde había visto a Hafel por última vez, pero ya no había ningún rastro de él, así, que tomó rumbo hacia donde estaban los otros discípulos, para prepararse al primer día de la fiesta de los panes sin levadura, todavía dubitativo, si presentarse o no, ante los sumos sacerdotes.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 09.08.2024

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