— Disculpe ¿Es usted, Carl Donovan?
El forense aún se sentía adolorido por el golpe de su espalda contra la mesa de autopsias, y no fue consiente de la pregunta que le acababan de hacer. La grabadora seguía reproduciendo su voz en off, narrando la inserción de los órganos de Joe Materson, y todo parecía muy confuso. Al elevar la vista, vio al hombre que le había ayudado a levantarse del suelo. Tenía alrededor de 35 años. Su estatura, era de 1.80 metros, según la observación detallada de Donovan. El hombre, tenía una complexión atlética, pero no tenía músculos muy definidos, su piel era clara, y algunas pecas se escondían detrás de los lentes que llevaba puestos. Vestía una camisa negra de manga larga, y un pantalón dril de color beige, y seguía observando a Donovan, con una clara confusión en su rostro.
— ¿Es usted Carl Donovan? — Volvió a preguntar, pero de nuevo; la respuesta fue un silencio sepulcral, digno de un cementerio.
Donovan continuaba escuchándose a sí mismo, a través de los audífonos que tenía puestos, y se giró una vez más para observar el recipiente que contenía el corazón de Joe Materson. No había ningún liquido dentro de él, más que algunas pequeñas gotas de sangre; pero que no se comparaba con la visión, donde el corazón seguía palpitando y bombeando el líquido hepático a raudales. No entendía, cómo había llegado hasta la sala de autopsias, si hacía unos pocos segundos se encontraba sentado al frente de su computador, redactando el informe de la inusual autopsia, que había practicado hacía menos de dos horas. El recuerdo fugaz de observar aquella figura fantasmal en las fotografías, y de escuchar aquel sonido palpitante dentro de la grabación, lo llevó a pensar que era probable, que ya se hubiera vuelto loco, y que tenía que preparar las maletas para disfrutar de unas merecidas vacaciones, en el manicomio de la ciudad. Una vez más, se resintió de su dolor lumbar y cuando se dio la vuelta, el hombre que había aparecido para ayudarlo, continuaba observándolo fijamente, y con algo de preocupación.
— Disculpe ¿Quién es usted? — Le preguntó, Donovan, mientras detenía la grabación que seguía sonando en sus oídos.
— ¿Es usted el médico forense, Carl Donovan?
— El mismo ¿Y usted es?
— Soy Liam LeBlanc —. Le respondió, el hombre extraño —. Hablamos por teléfono antes del mediodía de hoy. Teníamos una cita, y usted nunca llegó ¿Lo recuerda?
— Oh, sí, señor LeBlanc. Claro que recuerdo. Le debo una disculpa. Surgió algo de última hora. Una autopsia, puntualmente. De hecho, fue aquí, en esta misma sala.
Al escuchar eso, LeBlanc, se alejó un poco de la mesa de autopsias, y a Donovan, extrañamente, le pareció divertido.
— Si, de hecho fue en esta misma mesa — Le mencionó, el forense —. Y dígame ¿Cómo llegó aquí? ¿Cómo supo, dónde encontrarme?
— Un periodista nunca revela sus fuentes, Doctor —. Le señaló, LeBlanc.
— Entiendo, señor LeBlanc. La verdad, se escuchaba usted muy interesado en hablar conmigo, y creo que usted debe saber, que no simpatizo mucho con los periodistas, ni con los abogados, ni con los agentes de seguros. Así, que si accedí a verme con usted, es porque realmente me intrigaba lo que mencionó en la llamada. Y le agradezco por ayudarme a levantarme, pero en este momento me encuentro en una situación, digamos…comprometida, y no podré hablar con usted, así que lo veré mañana, si le parece.
El forense trató de salir de la sala cuanto antes, y poco le preocupaba que una persona ajena a la morgue, estuviera dentro del recinto. Le era más importante llegar a su oficina, terminar de redactar el informe y salir rápidamente del lugar. Llegar a su casa, tomar una siesta, y despertar al siguiente día como si nada hubiera pasado, con la esperanza; que todo lo que había sucedido fuera producto de una pesadilla. Despertaría en su cama, iniciando una vez más el 13 de Octubre de 2021 en el calendario gregoriano, y con el recuerdo confuso de un mal sueño, en que el cadáver que abría se movía extrañamente, y veía cosas inverosímiles y sobrenaturales, pero claro; todo producto de un mal sueño. Tomaría una taza de café, llegaría a la morgue para cumplir su jornada de trabajo, se burlaría de los tontos estudiantes, que no tenían ni idea en lo que se habían metido, y si acaso llegaba un cadáver con el nombre de Joe Materson, se negaría tajantemente a practicarle algún procedimiento.
Cuando volvió de su ensoñación y su desconexión de la realidad, el forense pasó por el lado de Liam LeBlanc, pero este, lo tomó por el brazo e impidió su huida.
— Escuche, amigo — Le sentenció, Donovan —. He tenido un día de locos, y aunque usted sea más alto que yo, y definitivamente más corpulento, le romperé la cara, si no me suelta en este instante.
Pero aquel hombre, que había mencionado ser un periodista, no tenía ninguna intención de soltarlo.
— Doctor, estamos del mismo lado —. Le dijo, acercándose más a su rostro.
— ¿De qué carajos, me está hablando?
— De lo que pasa en esta morgue, y de lo que pasa en esta ciudad —. Le remarcó, LeBlanc —. Ya se lo dije en la llamada. Debemos hablar, y pienso, que usted también quiere respuestas tanto como yo. Respuestas acerca de Samuel Dean, por ejemplo, quien es su jefe, si no me equivoco.
Donovan, se dijo a sí mismo, que era una pésima idea hablar con aquel hombre que lo había llamado, solicitando una reunión urgente para discutir asuntos, que según él, eran de vida o muerte, y que podría involucrarlo directa o indirectamente. Pero la curiosidad y el ferviente deseo de averiguar de una vez por todas, que era lo que sucedía en la morgue, desde hacía seis meses, cuando Samuel Dean, había sido elegido para ser el director, lo había empujado a aceptar reunirse con el periodista que tenía ante sí. Y al escuchar el nombre del director de la morgue, de la boca del mismo reportero, había decidido que era imperativo, que le compartiera toda la información que tuviera de su investigación, si es que había alguna.
Editado: 15.09.2024