Prejuicios

Primera parte

El autobús se mueve de un lado a otro con violencia, por lo tanto, es difícil mantener el equilibrio. Ella se sostiene con fuerza de forma mecánica e ida en sus pensamientos, sin prestar atención a las sacudidas del repleto transporte. Ya está acostumbrada, puesto que hace ese viaje a diario.

Ignora el bullicio que se cuela por la ventana o la queja de uno que otro pasajero, cuando el autobús los sacude o sólo por el simple hecho de que éste va lento y ellos llevan prisa. Allí, como aguja en un pajar, se sumerge en sus sueños y fantasías de una vida mejor. Un cosquilleo incómodo la saca de su ensoñación y su tranquilidad es reemplazada por inquietud y miedo, al percatarse de unos dedos escurridizos que viajan por debajo de su falda.

Traga pesado antes de intentar moverse y liberarse del osado tacto; no obstante, no hay espacio suficiente para deshacerse de aquel abuso. ¿Debería gritar? ¿Qué tal que lo confrontase y le dijese sus verdades a aquel acosador?

Da un respingo cuando su muslo es apretado y no le pasa desapercibida la respiración agitada sobre su cuello, así también, el bulto duro que se apretuja contra sus glúteos. Un malestar se apodera de su cuerpo, las lágrimas amenazan con salir y sus manos se tornan temblorosas. Debería hacer alguna acción, pero sus músculos no responden y la voz se le ha quedado atascada en la garganta. Inhala y exhala para recuperar el control de sí. Un trago amargo libera su garganta y decidida a parar la tortura abre su boca, pero algo la detiene.

  —¡Quite su sucia mano de ella si no quiere quedarse manco! —La voz demandante de un chico resuena en el transporte público. Todos lo observan atónitos mientras él sostiene la muñeca de aquel señor entrado en edad.

 —¡Es solo un abuelo, mono amarillo! —vocifera un hombre con indignación y desprecio.

El chico ignora la defensa hacia el abusador y lo sigue sosteniendo con mirada amenazante y expresión de enojo. Es cuando todos empiezan a proferir injurias contra el joven y justifican al señor blanco porque aparenta debilidad.

 —¿Cómo es que se ponen del lado de un sujeto que está acosando a una jovencita? —grita una señora, indignada, ganando la atención de los presentes. Al cabo de unos segundos, se arma una acalorada discusión, ya que una parte de los pasajeros defiende al hombre viejo; mientras que la otra, a la jovencita y a su salvador.

La chica siente mucha vergüenza y las lágrimas se acumulan en sus ojos listas para salir. Es en ese momento que desearía tener poderes de invisibilidad o teletransportación.

Por su parte, el joven nota la incomodidad y bochorno de la muchacha, y aprovecha que el autobús hace una parada para sostenerla de la muñeca y correr con ella a rastras hacia afuera.

No se detiene al pisar el fuerte pavimento, por el contrario, continúa su escape mientras sostiene la mano de una chica que se deja llevar, como si de una muñeca inflable se tratara. Tras de haber corrido por unos largos minutos, el extraño se detiene para recuperar el aliento; ella, por su parte, se queda de pie como si fuera una estatua, un cuerpo sin alma que se ha quedado estático y en el limbo.

 —¿Estás bien? —pregunta el joven. Ella reacciona como si de un sueño despertara, entonces repara los temblores que sacuden su cuerpo, el sudor que le recorre la blanca piel y lo frenético que late su corazón; y es en ese entonces, que despierta de aquel extraño trance que la había sacado de la realidad por unos minutos.

Dado que las palabras no llegan a ser pronunciadas, gracias al nudo que se le ha formado en la garganta, ella se limita a asentir con la cabeza mientras mantiene la mirada perdida en un punto fijo. Él, en cambio, aprovecha el momento para permitirse detallarla. Recorre a la joven de grandes curvas con fascinación y curiosidad. Ella es la típica chica pelirroja de piel pálida y ojos grandes. Todo lo contrario, a las féminas de su nación; quienes, en su mayoría, tienen complexión delgada, piel amarilla, cabello lacio y oscuro, y ojos pequeños.

No obstante, esa diferencia le parece exótica, hermosa, inquietante en el buen sentido y un deleite a la vista. Aunque de donde viene aquel escrutinio es descortés, no disimula la admiración que la figura voluptuosa de la muchacha le provoca. Se entretiene con sus rizos rojizos y traviesos que juguetean en la piel blanquísima —haciendo un notable contraste—, para luego detenerse en sus ojos, apreciándolos como si de dos diamantes verdes se trataran. Es que es la primera vez que ve una mirada tan linda.

¡Se siente hipnotizado! No puede apartar la vista de aquellos orbes esmeraldas que se muestran idos y angustiados, rodeados por largas y frondosas pestañas, hermoseando aún más los grandes ojos de la chica. Sus cejas no son abundantes y poseen el mismo color rojizo de su cabello, que sí es mucho. Detiene su contemplación en los pequeños y llenos labios rosados, y sonríe al descubrir las pecas marrones claras que adornan sus mejillas rosas y esponjosas, de esas que te dan ganas de pellizcar.

 —Gracias —dice ella al fin, sacándolo del placentero trance en el que se había sumido. Es que admirarla le parece fascinante.

 —No tienes que agradecerme, más bien lamento el haberte sacado del autobús sin tu consentimiento; actué por impulso.

 —No te preocupes... En realidad, fuiste mi héroe. —El sonrojo en su mejilla se roba la completa atención del chico. Es impresionante cómo su tono de piel cambia con tal facilidad. Ella es la criatura más hermosa que él haya visto jamás.

 —Por lo menos permite que te pague un taxi.




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