Prejuicios

Final

Han transcurrido seis meses desde que Mao y Sierra se despidieron. Para ella, la ausencia de su amigo ha sido muy difícil de sobrellevar, puesto que la pelirroja no es una chica sociable, por lo tanto, no tiene más amigos que Mao y la morena, pero esta última se fue al extranjero a hacer una especialidad.

Por supuesto, ella ha conocido gente nueva en su trabajo y nuevo vecindario, ya que decidió vivir por su cuenta y no regresar a su ciudad natal. Por suerte consiguió una buena posición en la empresa del amigo de su padre, también está ayudando a Mao para que sea contratado por ellos. Pese a que en los primeros meses los dos se mantuvieron en contacto muy a menudo, en estas últimas semanas apenas han podido saludarse de vez en cuando.

Es sábado en la tarde y Sierra ha recibido la confirmación que estuvo esperando por seis meses, así que se arregla el cabello, pone un poco de maquillaje y se prepara para una video llamada con su mejor amigo.

—¡Te tengo una excelente noticia! —exclama muy feliz, una vez su amigo la saluda del otro lado de la pantalla. A diferencia de ella, el rostro de Mao luce triste y desesperanzado—. ¡Te van a contratar y te darán una visa de trabajo! ¡Ya me lo confirmaron, Mao! ¡Lo lograste! —celebra entusiasmada.

Mao traga pesado y los ojos se le cristalizan. Lo que tanto quería está frente a él; sin embargo, la buena nueva llegó un poco tarde.

 —Lo siento, Sierra, pero no podré aceptar la oferta de trabajo. Yo… voy a casarme… —Ella escucha a través del monitor de su laptop. La cara triste del asiático, que se refleja en la pantalla, se va tornando en una llena de preocupación al no recibir una respuesta de su amiga, quien se ha quedado congelada en su lugar y en pleno mutismo.

Después de varias insistencias del chico, ella vuelve en sí. Con voz temblorosa suelta un "felicidades" no muy convincente, mientras que las lágrimas se abren paso. Ante aquel bochorno de verse tan expuesta ante su mejor amigo, Sierra cierra el aparato de golpe. Sus manos temblorosas limpian de forma inútil las lágrimas que se desbordan por su rostro y, es en ese momento, que decide ser sincera con ella misma. Por lo tanto, se permite llorar con libertad y sin dejar oculto ningún sentimiento; ella deja salir lo que por cinco años había escondido dentro de sí.

***

Por toda una semana, Sierra ha tenido que lidiar con el sufrimiento de haber perdido al hombre que le gusta y todo por no haber tenido la valentía de sincerarse con él.

—No lo entiendo, ¿cómo te vas a casar así de rápido? Nunca me dijiste que estuvieras comprometido, ni siquiera que tenías una enamorada —murmura para sí mientras trata de hacer su trabajo. Ella se reportó enferma esa semana, por lo que ha estado laborando desde casa. La notificación de una videollamada resuena en el aparato, lo que la hace detenerse y quedarse absorta en sus pensamientos.

Ya ha perdido la cuenta de todas las veces que Mao ha tratado de contactarse con ella desde la última vez que hablaron; no obstante, Sierra lo ha ignorado porque le apena mucho la manera en que reaccionó cuando supo que él se va a casar.  

—¡Hasta que por fin! ¡Estuve a punto de comprar un vuelo si no me contestabas! —La voz en la otra línea se escucha agitada, llena de angustia y preocupación.

—¡Eres un exagerado! —Ella sonríe con amargura mientras se limpia las lágrimas que escapan de sus ojos, ya que no se siente capaz de disimular su dolor.

 —Me dejaste muy preocupado. ¡¿Qué rayos te pasó?!

 —Sólo me impresionó la noticia. No sabía que estabas con alguien. —Sierra se sacude la nariz.

 —¿Estás llorando? —La preocupación del chico aumenta.

 —Ya sabes que todo está bien, así que, si me disculpas, estoy ocupada ahora... —No le importa la rudeza con las que suelta las palabras, es más, le satisface tratarlo mal. Es consciente de lo injusta que es; sin embargo, ¿cómo debe lidiar con la rabia y los celos que la embargan?

 —Ella es una vieja amiga —ignora su mal genio y opta por explicarle—. Bueno, en realidad, es hija de unos amigos de la infancia de mis padres. Ellos insistieron con lo del matrimonio y con que yo me encargue del negocio familiar de mi suegro...

 —Espera, espera, espera... —La incomodidad es muy obvia en su tono de voz—. ¿Te vas a casar por capricho de tus padres? ¿Acaso te has vuelto loco?

 —Pues... —Mao se pellizca la nariz—. No le veo importancia, de todas formas... —Hace silencio.

 —¡Eres un idiota!

 —¿Vas a regañarme? Mejor prepárate para visitarme y ser mi madrina.

Los temblores que azotan su cuerpo en ese momento no se comparan con el dolor que le atraviesa el corazón. Esta vez, las lágrimas son incontrolables y desde la otra línea su amigo puede presenciar sus sollozos.

 —¡Maldito infeliz! —estalla, fuera de sus cabales.

El mutismo se instala entre ellos por un largo rato. Mao la observa incrédulo y muy confundido, pero espera a que ella esté lista para aclarar su extraña reacción. Sierra, en cambio, mantiene la vista enfocada en sus manos temblorosas y sin reparar en el tiempo. Es el suspiro de su amigo que la trae de vuelta a la conversación.

 —No iré a tu boda. —Ella rompe el silencio—. ¿Sabes por qué? —Traga pesado, decidida a liberar su verdad, esa que hace mucho tiempo había ocultado por temor—. Porque estoy enamorada de ti, como la gran idiota que soy, y nunca tuve el coraje de decírtelo. —Limpia las lágrimas que inundan sus mejillas—. Entiendo que los chicos como tú no se fijan en las chicas como yo. Por eso preferí enterrar este ridículo sentimiento y fingir que todo estaba bien cuando te veía ligar con otras mujeres. Adiós, Mao... Me imagino que ya nada será lo mismo entre nosotros, así que ésta es nuestra despedida. Mao, te amo —concluye. Sierra no responde al llamado desesperado de su amigo y cuelga.




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