Presa: La Comunidad Roja

MÁS TIEMPO

El frío era tan intenso que tiritaba y me estremecía. Miré a los lados, pero lo único que veía era que estaba sola. La nieve caía en pequeños copos blancos, los árboles desnudos y ennegrecidos regalaban un paisaje en blanco y negro. Percatándome por primera vez de mi posición, supe que estaba tirada en la nieve, y después de sentarme con cierta dificultad, vi que ese lugar era un gran bosque. A mi alrededor las sombras se arrastraban y alargaban por la puesta de un pálido y helado sol.  

De pronto el miedo por algo que no podía explicar se apoderó de mí, miré alrededor y a través de los árboles distinguí una silueta indefinida. Paralizada por lo que parecía un miedo ya antes sentido, retrocedí a gatas... 

 

Abrí los ojos con la respiración entrecortada y el corazón martillando contra mi pecho, todavía sintiendo el frío en la piel y el miedo en la sangre. Aún era de noche y la oscuridad era casi total, suspiré varias veces mientras trataba de calmarme, todo fue silencio, pero unos segundos pasaron y la tranquilidad se vio sustituida por el tenue sonido de voces; una conversación. Ladeé la cabeza y agucé el oído, pronto percibí palabras ininteligibles, murmullos quedos. Un tanto curiosa me levanté de la cama y entreabrí la puerta, enseguida las voces se oyeron más claras, la conversación venía de la habitación de mis padres.  

Vacilé en la puerta, sabía que estaba más que mal espiar dos veces la privacidad de los demás, pero quería saber porque tanto misterio, y qué era lo que escondían con tanto celo. Mi curiosidad disipó mis dudas y en el mayor silencio posible dejé mi habitación, de puntillas fui por el pasillo hasta su recámara.  

      —Lo sabes... no podemos ayudarla… estará a salvo… —Pegada a la pared fruncí el ceño, lo que decía Elizabeth no tenía sentido—. Lucas, ella no es como sus hermanos, es una chica fuerte… Este es su destino, no podemos hacer más por ella, sólo esto. 

Decidí no acercarme más, me podrían oír y eso era lo que menos quería; guardaron silencio otra vez, y una eternidad después, papá susurró en tono apresurado:  

      —No podemos hacerle esto, no sabrá qué hacer y podría… —Se le quebró un poco la voz—. Es mi pequeña, lo sabes, Elizabeth. Aunque suene estúpido, ella es mi pequeña.  

Mamá hizo un sonido entrecortado, igual a un sollozo.  

      —Sólo pensé que tendríamos más tiempo… —suspiró papá un poco más calmado, aunque su voz todavía sonaba afectada, como si estuviera malherido—. Ella es mi niña, yo la crie, la vi crecer, si le sucede algo no podré perdonarme.  

Esperé hecha un lío, no comprendía nada. 

      «¿De quién hablaban?».  

No pude seguir cavilando, enseguida siguió un sonido que indicaba que alguien estaba removiendo cosas, y un segundo después la luz azulada se filtró bajo la puerta. Me pegué más a la pared.  

      —No necesitará nada más —La voz de mamá era firme, como pocas veces la había escuchado—. Ella tendrá su Despertar y se volverá muy fuerte. Recuerda que es hija de un hombre excepcional, ella será capaz de hacer lo correcto, no es como tú y yo.

Y de la nada la extraña luz desapareció tan repentinamente como había aparecido, supuse que la habían vuelto a guardar.  Quise quedarme a escuchar más y saber de qué tanto hablaban, pero repentinos movimientos me indicaron que se iban a dormir, aproveché el ruido para volver a mi habitación. Me envolví en las mantas hasta la barbilla y traté de asimilar todo lo que oí y vi a lo largo del día, aunque un rato después me rendí y cerré los ojos. 

Cuando desperté por la mañana, tenía tanto sueño que no abrí los ojos y me quedé en la cama medio adormilada, esperando descansar un rato más. Pasaron lo que a mí me parecieron sólo algunos minutos, sin embargo, al volver a abrir los ojos y mirar los rayos de una mañana ya avanzada, me di cuenta de lo tarde que era, me levanté de un salto y salí disparada de casa llevando mi canasto, lleno de ropa sucia, rebotando en la cadera. Para la hora en la que llegué al río mi lugar favorito ya estaba ocupado, y cómo no tenía ganas de convivir con mis vecinas de colada, me senté un poco lejos del grupo, donde nadie estaba lavando, así mi mente se puso a divagar a su antojo sobre los últimos acontecimientos en casa.  

Un par de horas y muchas teorías más tarde, al fin tuve un par de cosas claras: lo que fuera que mis padres ocultaran, al parecer era peligroso, sin contar que también sumamente valioso; segundo, según lo que había escuchado a hurtadillas la noche anterior, estaba destinado a una de las hijas de la familia. Y las mujeres sólo éramos Eli y yo, Marian todavía era una niña y no podría ser ella. 

Me encontraba analizando todavía a detalle esta última teoría, cuando de pronto tuve la clara sensación de que alguien me observaba, lo sentí en la piel y en los vellos de los brazos. Levanté la cabeza igual que un cervatillo, y con los oídos atentos a cualquier ruido, miré en torno, el bosque otoñal y sus animales callaban, no vi a nadie oculto entre la maleza. Nerviosa volteé a ver a las mujeres que lavaban río arriba, ellas charlaban y reían, nada parecía fuera de lugar. Pero a pesar de eso aún sentía la vívida sensación de ser observada desde las sombras, desde la tupida maleza que crecía a orillas del arroyo. Bastante asustada me puse a fregar la ropa más rápido a fin de terminar cuanto antes, pero luego de un cuarto de hora ya no pude soportarlo más, rápidamente recogí mis cosas y me pasé a donde se encontraban las demás. Me acomodé lo más cerca que pude de dos mujeres jóvenes que hablaban animadamente de sus compromisos, y traté de distraerme escuchando su conversación, pero no podía dejar de mirar a mi alrededor. Sabía que alguien me miraba, estaba segura de ello, sentía una mirada traspasarme desde quién sabe dónde; es un instinto simple y natural, todos podemos notar cuando somos observados a hurtadillas.   




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