Presa: La Comunidad Roja

CORAZONES ROTOS

La alarma retumbó en mi cabeza, y mis ojos se abrieron desmesuradamente ante la certeza de hallarme a punto de oír una declaración amorosa por parte de mí mejor, y único amigo. Sentí que el mundo se me venía encima e inmediatamente me di cuenta de que no quería escucharlo, no en ese momento, no cuando me hallaba asustada y llena de preocupaciones. 

       «¿Qué podría responder cuando me encontraba más confundida que nunca?». 

Pero las palabras para detenerlo nunca brotaron de mis labios, y el aire pareció extinguirse a mi alrededor. Cómo si notara el cambio de ambiente, Alan se separó de mí para poder mirarme a la cara.   

      —Nunca, en todo el tiempo desde que nos conocemos, he visto a las chicas como debería —meneó la cabeza, divertido—. Siempre lo atribuí a que no tenía tiempo para esas nimiedades.  

Unas cuantas lágrimas se derramaron por mis mejillas; estaba confundida, aterrada, nerviosa, y deseando que se callara.  

      —No llores —suplicó deslizando el pulgar por mi piel, limpiándome las lágrimas de la cara.  

Mi garganta seca no produjo sonido alguno.  

      —Te quiero —susurró, casi desesperado—, y quiero cuidar jardines contigo, y si es posible, deseo... envejecer contigo. Carol Videla, quiero saber si tú...  

Negué, y por fin hallé la voz.  

      —No, para —pedí con voz temblorosa, no quería escucharle decir nada más, después él lo lamentaría, y yo también.  

El dolor que reflejó su expresión me acobardó, y volví a cerrar la boca.  

      —Nunca pretendí enamorarme de ti, lo digo en serio, conozco tu opinión acerca de las relaciones y por eso intenté ocultarlo, pero aún creo que nosotros nos pertenecemos, así es cómo yo lo veo —acercó el dedo índice a mis labios, delineándolos, pero sin llegar a tocarlos—. Estoy seguro de amarte, Carol, y eso jamás cambiará, hagas lo que hagas, o digas lo que digas.  

Calló y me miró, esperando algo de mí. Traté de hallar una respuesta correcta a su declaración, sin embargo, de mi boca brotó algo muy distinto y nada amable.  

      —Y -yo no quiero nada de eso, no sueño con lo mismo que tú—susurré, de pronto armada de coraje y cruel seguridad.  

Mi corazón volvía a latir con normalidad, ya no sentía nervios, ahora sentía que Alan deliberadamente destruía mi cordura, traicionándome y provocando nuevos estragos en mis emociones.  

—Somos amigos, te quiero, y hay días en los que eres lo único en mis pensamientos, pero no hay más. Yo no siento lo mismo que tú. 

Vi con dolor el efecto de mis palabras en su rostro, aunque no por eso me ablande, estaba cegada por el sentimiento de traición por parte de mi único amigo. Precisamente porque era el momento donde más necesitaba de él, no de sus declaraciones, y no tuve reparos en añadir:  

      —Alan, así como dices que yo soy tu apoyo, tú fuiste una luz brillante para mí, un punto de iluminación en mi vida. Pero ha dejado de ser así, y ahora significas todo lo contrario, deja de fantasear, que seamos amigos no significa que forzosamente debemos convertirnos en pareja.  

Me puse en pie y cuando me alejé de él, no me detuvo, ni siquiera reaccionó, su mirada parecía haberse perdido en un lugar lejano y tormentoso. 

Avancé por la calle rodeándome con los brazos, y con lágrimas de un dolor nuevo deslizándose por mi cara; las emociones que las provocaban eran totalmente nuevas y eran contradictorias: un revoltijo que me decía haber actuado correctamente, y un puñado que me gritaba haber cometido la mayor estupidez de mi corta vida.

En cuanto llegué a casa, subí las escaleras de dos en dos, haciendo caso omiso a las exclamaciones de Elizabeth, me refugié en mi habitación. Mis pies temblaron y caí al suelo haciéndome un ovillo, sollocé por herirlo y herirme a mí. Lloré por no ser capaz de conocer mis sentimientos y por no darme cuenta de los suyos; y por último, me enfadé con él por retorcer nuestra amistad hasta convertirla en algo indefinido.  

No supe cuando tiempo estuve tirada en el suelo, sólo que cuando me levanté al dolor del pecho se le sumó el de la espalda. Tomé un estrellado espejo que sólo utilizaba para peinarme, lo puse frente a mi cara y por primera vez traté de verme cómo una chica se vería así misma; recorrí las facciones de mi cara con unos grandes ojos amarillo oscuro, ligeramente enrojecidos e hinchados de tanto llorar. Yo poseía un rostro que a muchos les podría parecer bonito, menos a mí.  

      «¿Desde cuándo Alan llevaba mirándome de esa forma tan íntima? ¿Desde que me quedaba dormida en su cama? ¿Desde qué jugábamos en el río solo nosotros dos? No, Alan no era un descarado, si sentía algo por mí debía ser por nuestra proximidad cómo amigos, no por mi físico y sus tentaciones».  

Devolví el espejo a su lugar y me tendí en la cama. Cerré los ojos, entregándome al dolor; cansada de repelerlo, lo acogí con un abrazo. A esas alturas del juego era bastante consciente de que no lo quería cómo amigo, ya no; pero no sabía si sentía otra cosa por él o, mejor dicho, sí quería sentirlo o sí ya lo sentía... Pensar en él como algo más me aterraba, le temía a ese nuevo sentimiento, a que todo se complicará y terminará perdiéndolo. Ya lo había visto antes: dos amigos se enamoran, deciden cambiar la amistad por el amor, salen y… Terminan distanciándose, entonces todo se acaba definitivamente, se pierde todo. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.