Presa: La Comunidad Roja

LO QUE SIENTO POR TI

Veía los amaneceres y las puestas de sol sin moverme de la cama, sin escuchar realmente las palabras que salían de los labios de mi familia. Me sentía abrumada, confundida, temerosa y llena de otras sensaciones; apenas era capaz de pensar a través de toda esa maraña de emociones. Había ido a ver a Alan para disfrutar un poco de tranquilidad y consuelo después de tantos días llenos de nerviosismo, preocupación, angustia y temor; pero él lo había empeorado todo, me había dado otra carga y las dos estaban aplastándome.  

Pasado un par de días vi entrar a mamá con algo en brazos, y este extraño acontecimiento en mi monótona rutina hizo despertar mi curiosidad; giré la cabeza para observarla. Detrás de Elizabeth entró mi hermana de quince años, Eli Videla, traía el taburete de mamá bajo el brazo. 

    «Claro, hoy es la noche de la dichosa fiesta» pensé con amargura.  

Mi madre me miró desde su altura, y la compasión en su semblante hizo que mi labio inferior temblara.  

Por primera vez en varios días me senté y resolví salir, esa mujer se había esforzado, y Eli quería tanto ese baile que ni yo era tan cruel como para privarla de ello. Ellas me miraron sorprendidas, supuse que habían entrado a mi habitación esperando más pelea de mi parte, pero lo que no sabían es que estaba cansada de pelear, ya lo había hecho conmigo misma durante los últimos cuatro días, y fue igual de agotador que inútil.  

Sin decir nada se apresuraron a vestirme y yo coloqué mi mejor cara, no quería arruinarles la noche con una actitud pesimista; dos horas después salía de casa acompañada de mi familia, iba embutida en ese pesado y elegante traje, con un peinado sencillo de moño alto, sujeto por un grueso listón verde-oscuro a juego con el vestido, y unos cuantos mechones de rizos acariciándome el rostro. Caminaba cogida del brazo con Eli, ella iba resplandeciente con un suave vestido blanco, completamente liso y con un grueso listón rojo ceñido a la cintura, dándole un porte erguido y delicado.  

Mantuve mis emociones a raya durante todo el trayecto hasta la plaza principal del pueblo, pero en cuanto llegamos dejé de fingir, y miré con impaciencia en todas direcciones buscando a Alan entre la multitud. Mi pecho se oprimió cuando me di cuenta que no estaba ahí, quizá no quería verme y no podía culparlo por ello, me había comportado como una estúpida con él; abatida busqué un lugar para sentarme y jalé a mi hermana conmigo, mientras el resto de la familia se dispersaba entre la gente, de mala gana Eli se sentó a mi lado.  

Observamos la fiesta, a las personas que llegaban con sus mejores trajes y más bellos vestidos, a las chicas que disfrutaban con sus parejas, muchas de las cuales rápidamente empezaban a bailar animadamente y sus risas se mezclaban con la alegre música. Pronto Eli se cansó de mí y se fue a buscar a su amiga Ariel, dejándome sola, algunos jóvenes me pidieron un baile, pero me negué; era tonto, lo sabía, pero le había prometido a Alan bailar sólo con él, o más bien, me lo había prometido a mí misma.  

Debido a mi exhaustiva y continua búsqueda, pude ver el momento exacto de la llegada de Alan a la fiesta, traía un elegante traje negro que le sentaba como guante, en respuesta me quedé sin aire y sentí mi cara tornarse roja poco a poco; podía decirse que vestía como todo un caballero, seguro que había gastado lo que no tenía en un traje así de caro. Como tonta me quedé mirando cómo sus negros ojos escudriñaban a la gente, entonces me permití una pequeña sonrisa y su mirada se posó en mí, pude ver asomar el alivio mezclado con alegría en su atractivo rostro.   

Avanzó un paso y se detuvo con indecisión, para animarlo le sonreí abiertamente y se apresuró a acercarse con una tímida sonrisa pintada en sus rosados labios, volvió a detenerse cuando estuvo a pocos pasos de mí, me observó detenidamente, dividido entre la admiración y el más profundo dolor, me sentí mal. No quería verlo sufrir y menos por mi culpa, por lo que le ofrecí la mano, sorprendido Alan la tomó entre las suyas y depositó un cariñoso beso en ella, luego me llevó al lugar donde se congregaban los bailarines. Bailamos un momento sin decirnos nada y yo cavilé un poco, no tenía claro si ya había definido lo que quería, pero en ese momento sólo deseaba no estar distanciada de él, con su cuerpo tan cerca del mío me sentía en paz, llena de tranquilidad… en casa.   

Y me di cuenta que mis meditaciones habían sido inútiles, jamás tuve que decidir nada real, descansé mi mejilla en su pecho, más feliz que nunca.  

      —Lamento haberte dicho lo que siento por ti —dijo, y su voz sonó llena de tristeza. Alcé la vista, pero él no me miraba—. Por cierto, te ves hermosa—añadió con una media sonrisa. 

      —¿Por qué decidiste decírmelo en ese momento? —quise saber.  

Bajó la vista, y sin parar de bailar me llevó a un espacio entre dos callejones.  

      —Vamos a caminar —propuso.  

No entendí, pero tampoco me negué, lo seguí de buena gana.  

La reciente lluvia había dejado húmedas las calles, formando pequeños charcos entre las rocas irregulares; traté de no mojar el vestido de mi madre mientras caminábamos en la oscura y fría noche. Todo el pueblo estaba muy tranquilo, y solo poca luz se filtraba por las ventanas de algunas casas, en ese momento vacías. Alan me guiaba de la mano, eso no se sentía extraño, nosotros siempre andábamos de la mano.  

      —Hace tiempo que tengo claro lo que siento por ti, Carol —comenzó a hablar, rompiendo el silencio que nos rodeaba—, pero sabía que no querías compromisos y lo que piensas de ellos. Y yo no quería que te alejaras de mí, por eso preferí verte sólo como amiga… o aparentarlo.   

Se detuvo y se giró para mirarme con ojos vivaces.  

      —Pero, ¿sabes? No se puede ver a alguien como un amigo cuando los sentimientos ya no expresan el afecto de una amistad.  




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