Presa: La Comunidad Roja

ASESINOS

Pero el dolor nunca llegó, abrí los párpados. Mi presunto asesino me miraba con la cabeza ladeada, sujetando firmemente el largo cuchillo.   

       —La puedo sentir cerca de ti, chica, así que no trates de engañarme—musitó con un leve matiz de amenaza.  

Por un momento se quedó callado y totalmente quieto, aunque no por eso me atreví a moverme. Me había dado cuenta que ese hombre era sobrehumano, y que no lograría nada echando a correr.  

De súbito estrechó la mirada y reafirmó el cuchillo en sus manos. Apuntándome con él, habló ansiosamente: 

      —Está bien, te creo—dijo, y me alivié—. Creo que no sabes de qué te hablo —prosiguió y sonrió maliciosamente—. Sin embargo, sé que la traes contigo y ahora me la entregarás.  

Paralizada, no me moví. Simplemente yo no podía traer ninguna «reliquia» conmigo, más bien, estaba segura de no traer nada encima. Ese traje no estaba hecho para ocultar nada.  

      —¡Pálpate la ropa! —gritó, y yo di un respingo.  

Quería ganar tiempo para pensar en algo, por lo que obedecí apresuradamente y pasé las manos por el vestido, tal vez si veía que no era la persona que buscaba me dejaría ir. El cuerpo y las manos me temblaban como hojas, unas lágrimas rodaban por mi cara a causa de mi desesperación, y la punta del cuchillo rozándome la piel no ayudaba a mejorar mi torpeza natural.   

      —¡Apúrate! —Me apremió con urgencia.   

Recorrí con ansiedad los costados del vestido, y ahí, entre el corte de los pliegues sentí un objeto; olvidé momentáneamente al hombre que me amenazaba y busqué en el bien oculto bolsillo, cuando lo encontré, metí los dedos en él; al principio me pareció no haber tocado nada, pero cuando saqué la mano, un pequeño objeto rodó al húmedo suelo. El hombre se olvidó de mí presencia como yo de la suya, bajo los ojos y miró con anhelo al pequeño cristal en forma de gota de agua que reposaba en el suelo. El objeto era una diminuta pieza del tamaño de la yema del dedo pulgar, la joya resplandecía con un extraño brillo azulado, enmarcado por las piedras grises del callejón.  

      «Es esto» pensé sin apartar la vista del extraño objeto. «Es lo que tanto ocultaban mis padres».  

Sin ser consciente de mis actos, me arrodillé y tomé el objeto con delicadeza, temiendo romperlo, parecía tan frágil y delicado. 

      «No es cristal, sino líquido solidificado» me dije con maravilla, a pesar de mi situación; aunque se parecía al hielo no lo era, no sentía frío al tacto.   

Mi asesino seguía sin verme a mí, sus ojos hipnotizados miraban a la pequeña gota que lanzaba su brillante luz en la palma de mi mano, ninguno de los dos parecía ser capaz de apartar la vista. El extraño objeto resplandecía con un intenso brillo azul metálico, y el líquido del que parecía estar hecho era de un peculiar azul pálido. Dentro se podía apreciar el movimiento del agua, pequeñas olas chocaban entre ellas y contra los muros invisibles de sus límites. Nunca había visto algo más hermoso que ese diminuto objeto, y embelesada por su belleza, pasé el dedo índice por su superficie anormalmente lisa, la sentí igual que la caricia de la seda.  

      «¿Esa era la reliquia que tanto buscaba mi agresor? Era una joya hermosa, sin duda, pero, ¿cuál era su valor? Había estado oculta bajo el piso de casa, ¿acaso algo tan hermoso representaba un peligro de tal magnitud?». 

Totalmente maravillada la sostuve a la altura de los ojos, mientras de reojo miraba a mi asesino, él seguía cautivado por el extraño objeto, igual que yo. No entendía por qué todavía no me atacaba y arrebataba la reliquia, eso era lo que quería de mí, ahora estaba segura… Y me di cuenta del porqué, el hombre no sabía exactamente que buscaba, se hallaba deslumbrado y desconcertado. Él sabía que yo tenía algo que él deseaba, pero todavía no digería que la pequeña gota en mis manos era lo eso que tanto buscaba.

Con la desesperación por vivir y escapar de aquel hombre, una extraña sensación que no parecía venir de mí comenzó a invadirme; e hizo que en un acto impulsivo nada propio de mí acercará rápidamente el objeto a mis labios. Me daba cuenta que esa era mi única salida si quería escapar de él: ese era mi pase para seguir viva. Mi asesino volvió en sí demasiado tarde, y tardó más en darse cuenta de mis intenciones.   

      —Sacra —Mis labios susurraron esa única palabra en un arrebato de osadía.  

Y al mismo tiempo, él gritó:  

      —¡NO!  

En un segundo la luz de la diminuta reliquia se intensificó hasta volverse enceguecedora, apreté los dientes para acallar el grito que crecía en mi garganta. Al momento sentí una fuerza jalarme desde abajo, igual que atraída por un imán gigante; y enseguida todo se volvió borroso y difuso. Giré en un montón de sombras indefinidas sin poder moverme, pero deseosa de gritar.  




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