Presa: La Comunidad Roja

PERDiDA

  «Ese hombre me quiere matar por esta cosa y, además, me ha traído hasta este extraño lugar» pensé con amargura. «Es por eso que ahora estoy perdida, por eso no estoy en casa».   

Mis amargos pensamientos se transformaron en furia, abrí los ojos de golpe, me levanté y fui a buscar esa cosa; ya no me parecía bella ni tentadora. Presa del odio y la furia removí la nieve donde había sido arrojada minutos antes, y pronto esa luz que ahora me era tan familiar se mezcló con el blanco de la nieve. Esta vez tomé la reliquia con precaución, cerré los dientes, apreté el puño a su alrededor y me preparé para arrojarla lejos de mí.  

      «Esa cosa te puede llevar a casa, con Alan» Me susurró mi subconsciente.   

Me detuve con el puño en el aire, escuchar su nombre me hizo vacilar, retrocedí un paso, me obligué a calmarme y a guardar la reliquia en el bolsillo. No, no me desharía de ella, no hasta que supiera qué era ese objeto, y qué era ese lugar al que me había arrojado, la tendría conmigo hasta que encontrará una forma de regresar a casa; entonces volvería junto a Alan y cuando eso pasara, arrojaría esa reliquia lejos de cualquier alcance.  

Lentamente volví junto al árbol, me senté en sus raíces y mientras trataba de tomar una decisión, observaba como mi aliento se convertía en volutas de vapor a consecuencia de la baja temperatura. Estaba claro que no podía quedarme allí en la intemperie, de hacerlo sin duda moriría congelada. En ese momento la lógica me golpeó en pleno rostro y me puse en pie de un salto, por fin sabía lo que tenía que hacer para regresar a casa, era tan obvio que quise reírme. Podía volver, sólo debía decirlo, era lo más sensato, y sí esa cosa me había arrastrado hasta ese lugar, sin duda tenía el poder de regresarme.     

      «Puedo regresar» pensé con alivio. «Solo necesito que esta cosa me devuelva a casa».  

Llena de esperanza me saqué el pequeño objeto del bolsillo, y lo acuné en las palmas, temblorosa y expectante me preparé para el vértigo que vendría, cerré los ojos con fuerza.  

      —Llévame a casa —dije casi suplicando.  

Aún con los ojos cerrados sentí que giraba, atraída y repelida con fuerza, y entre todas esas vertiginosas sensaciones, noté la increíble velocidad golpeando mi cuerpo. Pero todo acabó cuando sentí que chocaba contra algo invisible…

Y llegó el impacto.  

Esta vez tuve la clara sensación de ser escupida, como si un agujero negro me vomitara. Rodé sobre mí misma hasta que un objeto frenó mi aterrizaje, me quedé tirada sin aliento, con la cara enterrada en el suelo, aturdida y un tanto mareada. Después de un instante me puse a cuatro patas, levanté la cabeza y horrorizada, vi ante mí esos ennegrecidos y aparentemente muertos árboles de antes. Desalentada bajé la vista a mis manos, la nieve comenzaba a congelarme los dedos, tornándolos azules.  

Me levanté precipitadamente para volver intentarlo, y mis ojos fueron a dar en el tronco caído que había evitado que siguiera rodando, de la ennegrecida corteza caía una gota de sangre directo a la nieve, y en la blancura del suelo una manchita roja comenzaba a diluirse. Preocupada me llevé una mano a la cara, enseguida hice una mueca de dolor, por encima de la ceja derecha la sangre empezaba a deslizarse por un lado de la cara, enfadada por el fracaso ignoré mi dolor, y me preparé para volver a intentarlo.  

El mismo proceso se repitió múltiples veces, cuándo tenía la sensación de lograr algo, una fuerza me repelía y terminaba arrojada en un lugar distinto al anterior, pero nunca fuera de ese bosque; los paisajes variaban levemente en cada caída, pero los árboles muertos y la nieve nunca faltaban.  

Con el rostro lleno de copos blancos, el cuerpo cubierto de cortés, y ya sin fuerzas para volver a levantarme, me quedé tirada entre un par de pinos; no podía volver.  

      «Alan…» Su nombre en mi mente desgarró, y cortó la única pieza de mí que creía intacta: mi capacidad para centrarme en el problema, y evitar pensar en sentimentalismos.  

Los sollozos convulsionaron mi cuerpo, y con los miembros entumecidos me di por vencida, miré el nuevo paisaje solo para aceptar mi realidad y resignarme a ella. Aunque no había mucho que ver, la oscuridad de la noche contrastaba con la blancura de la nieve, y los altos pinos creaban aterradoras sombras alargadas, dignas de un escenario escalofriante. Probablemente en casa algo así me hubiera llenado de miedo, pero en ese momento no; el pánico, el dolor y la soledad superaban con creces al miedo. Y a pesar del frío, no tuve la fuerza para buscar donde refugiarme, y terminé haciéndome un ovillo ahí mismo, enterré la cabeza en las manos, las lágrimas rodaron y se fundieron en la nieve.  

Pensamientos dolorosos y llenos de miedo no tardaron en inundar mi mente, provocando estremecimientos en todo mi cuerpo. Parecía que alguien jugaba con nuestras vidas, con nuestros miedos, a lo que Alan y yo más le temíamos: a la separación.  

  

La cálida y reconfortante luz se filtró a través de mis párpados cerrados, lentamente abrí los ojos, acostumbrándome a la claridad del amanecer, después giré con mucho cuidado hasta quedar sobre la espalda; los cortes y rasguños empezaban a picarme la piel, la sangre seca de las heridas cubría mis brazos, piernas y cara. Sin darme cuenta, durante la noche me había envuelto en mi largo vestido, y la amplia falda había impedido que me congelara hasta morir; la larga prenda parecía ya estar seca, aunque seguía cubierta de fango, hojas secas, nieve y tenía rasgaduras por doquier. No me levanté, sólo miré y analicé lo que me rodeaba. Por la noche había pensado en mi situación con detenimiento, sopesando mi realidad y había decidido que buscaría la manera de salir de ese bosque a como diera lugar, volvería a casa… con Alan y mi familia. También resolví que conservaría ese extraño objeto, la preciada reliquia de mis padres, no la entregaría a mi asesino, sino que averiguaría todo lo posible sobre ella, y entonces decidiría qué hacer. Después de todo, ese objeto proclamaba ser la única forma de volver con ellos.  




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