Presa: La Comunidad Roja

OFERTAS EN NIEVE

Nada podía ir peor sí el hombre que quería matarme era un cazador profesional, diestro en el arte de masacrar, un hombre dedicado a arrebatar vidas a sangre fría. Si perdía mi autocontrol, o bajaba la guardia, él me rebanaría en pedazos antes de darme cuenta. Almacené el término de su siniestro trabajo en el rincón más oscuro de mi mente para estudiarlo después.  

      —¿Cómo me encontraste? —pregunté en voz alta, ya había comprobado que el bosque era inmenso.  

Negó con la cabeza, como un padre decepcionado.  

      —Ya lo sabes, niña, puedo sentirlo. Me llama, nos llama a todos aquí. Claro que sólo puedes sentirlo si eres hábil.  

Su manera de hablar me dejó más helada que el intenso frío que empezaba a sentirse; sabía a qué se refería, a la reliquia, de alguna forma él podía sentirla.  

      «Tonta» me reprendí. «Tendré que pensar en algo para evitarlo».  

      —¿Por qué es tan importante? —grité a la figura nublada.  

Soltó una carcajada y avanzó unos pasos, yo retrocedí dos.  

      —Chica ingenua, lo que escondes puede cambiar el suelo donde estás parada —abrió los brazos, señalando a nuestro alrededor—. Este lugar existe y fue creado por lo que guardas en tu bolsillo.  

No podía verle, pero adivinaba su cruel sonrisa.  Palidecí, no podía ser…. 

      —No es posible —murmuré.  

      —Ya intentaste salir, ¿verdad? —interpretó mi silencio—. Y no pudiste, no hay salida. Nadie sale, fue creado con ese propósito.  

Mi determinación flaqueó al oír su última frase. «Nadie puede salir, no podré salir…» Estaba aturdida.  

      —Yo te puedo sacar —Me ofreció con voz persuasiva, traté de verlo—. Hablo en serio, dame la reliquia y podrás salir de este lugar, volver con los tuyos. Vamos, niña, tú lugar no es aquí, no perteneces a este mundo. Este bosque no fue hecho para albergar a los tuyos. Yo puedo hacer que vuelvas con tu querido novio, ¿no es eso lo que tanto quieres?  

      «Alan» su nombre me hizo reaccionar.  

El puño que sujetaba la reliquia tembló y apreté los dientes. No respondí nada, me limité a mirarlo fijamente. La fachada del Cazador se rompió y avanzó hacia mí, la neblina dejó de protegerlo justo en el momento que sacaba un afilado cuchillo de su bota. La perversión de su mirada hizo que rápidamente extrajera la reliquia de mi bolsillo; su habitual resplandor iluminó de inmediato todo a nuestro alrededor, y el hombre se detuvo en seco. Su mirada asesina decía que le encantaría matarme con crueldad, y yo medio sonreí.

No creía en su oferta, sabía que mentía.  

      —Nadie sale, tú mismo lo dijiste.   

Antes que llegara a mí, volví a llevarme la reliquia a los labios, y susurré:  

      —Sácame de aquí. 

Apreté los ojos, llegó el vértigo y la sensación de ser jalada en todas las direcciones, me sentí girar sin control y, por último, ser escupida.  

En cuanto logré ponerme en cuatro patas mi cuerpo convulsionó y vomité, sentía que mis entrañas se retorcían en mi estómago, esforzándose por salir de mi cuerpo. Recosté mareada la mejilla en la fría nieve, después me arrastré hasta un montículo de aquella sustancia blanca y esponjosa, me dejé caer encima y pensé en mi familia. Encontraría la manera de salir y volvería con ellos.   

Saqué todo mi sufrimiento y lloré todo lo que quise, a partir de ese momento ya no lo haría más, tenía que ser fuerte, era necesario; no volvería a poner mis sentimientos en evidencia allí, no volvería a mostrarle mis lágrimas a ese lugar. Estaba machacada, débil, y por no haber comido nada en dos días, terriblemente hambrienta. Cuando las últimas lágrimas se secaron, examiné el nuevo paisaje y me alegró descubrir que no parecía tan tenebroso; había árboles frondosos, el sol era cálido y la nieve firme. Esbocé una triste sonrisa, lo primero a hacer era saciar mi apetito. Un par de veces había acompañado a Cris de cacería, así que sabía algo de ese trabajo, y luego de buscar un lugar adecuado para montar una trampa, encontré un par de pinos que parecían prometedores, coloqué una sencilla trampa entre ellos; no traía nada conmigo para poner de señuelo, así que no había muchas esperanzas de que algo cayera. Estudié mi obra con ojo crítico, no parecía muy buena, suspiré.   

A unos metros de allí, un pequeño lago cubría una zona del bosque, y hasta que la trampa pescará algo, tratar de limpiarme parecía lo más sensato, me acerqué al agua y arrodillada en la orilla, miré mi reflejo; tenía la cara cubierta de cortes y rasguños, unas costras de sangre se mezclaban con la suciedad en ella, y mi cabello acaramelado no estaba en mejores condiciones, cualquiera que me viera con ese aspecto pensaría en mí como una pordiosera, o más bien, cómo alguien salvaje que jamás ha conocido la civilización. Fruncí el ceño a mi reflejo, y haciendo caso omiso a la helada agua, me lavé la cara a conciencia, junto con brazos y piernas lo mejor posible. Al terminar, volvía a tener la apariencia de una persona, sólo los cortes que aún no sanaban marcaban líneas rosadas por mi cara, pero no había nada que yo pudiera hacer al respecto. A continuación, miré mi destrozado vestido; esa prenda era lo único que tenía para cubrirme, y tendría que dejarla como estaba, aunque eso supusiera un problema después.   

Luego de darme un último vistazo fui a revisar la trampa, y una nota de alegría flotó de mi pecho: un conejo pequeño estaba atrapado en ella. De inmediato me dispuse a preparar a mi cena, despellejé al animal y limpié la carne lo mejor posible, y con mucho esfuerzo y tiempo al fin conseguí encender un débil fuego. Mientras la carne se cocinaba, me senté bajo la sombra de un pino y observé el cielo; el tiempo me sirvió para meditar lo que me había revelado el hombre. Pensé en sus palabras tanto como pude, pero aunque lo intentara no comprendía demasiado, solo que la reliquia era más peligrosa de lo que había imaginado en un principio. Y en cuanto a lo que me había dicho sobre bosque... sobre que no había manera de salir, preferí alejarlo de mis pensamientos.  




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