Presa: La Comunidad Roja

DESOLACIÓN GRIS

No entendí cómo era posible, pero su mirada salvaje reflejaba perplejidad, igual que si también estuviera sorprendido de verme ahí. Sin embargo, esa perplejidad no duró mucho, pasada la primera impresión los peculiares ojos se volvieron recelosos y precavidos.  

      «Parece que yo soy la mala aquí» me atreví a pensar con ironía. «Mientras la enorme bestia eres tú».   

Extrañamente sus ojos parecían humanos, fríos y calculadores, pero humanos. No me moví, lo seguí observando y el lobo a mí, había algo en su mirada que me inspiraba más que simple miedo, aparte de su peligrosa anatomía y sus visibles incisivos filosos, esa mirada poseía algo que me perturbaba... Entonces abrí los ojos de par en par al recordar porqué se me hacía tan familiar ese semblante, sus ojos eran los mismos que había soñado antes, una vez, cuando mi lecho todavía era una cama.  

Durante una noche que pertenecía a otra vida, yo había soñado con unos ojos idénticos a esos... Antes de que todo cambiará para mí, yo había visto esos ojos. ¿Era posible? ¿Los presagios existen?  

El lobo ladeó la cabeza, intrigado por mi expresión aterrada, entonces retrocedí despacio, al tiempo que sacaba la reliquia del bolsillo para llevármela a la boca. Por un breve segundo su mirada se fijó en el objeto en la palma de mi mano, pero de inmediato volvieron a mi cara. El sobresalto que reflejaban sus irises me desconcertó por un momento.  

      —Quiero irme de aquí —pedí.   

El habitual vértigo comenzó y el animal se convirtió en una figura borrosa, apreté los ojos.  

Caí en cuatro patas y tosí sentándome sobre los talones. Lentamente descubría que cada vez me acostumbraba más a la sensación mareante del viaje, aunque todavía no sabía sí eso era algo bueno. Y aún llevaba la reliquia en la mano, cuando anteriormente siempre terminaba a varios metros de donde yo caía.  

      «Esta vez no la perdí» me dije animada «Cada vez mejor».  

Me levanté y seguí caminando, era posible que la reliquia me hubiera regresado sobre mis pasos, o peor, que mi rumbo fuera otro. No me importaba, solo quería alejarme del animal, y lo único que debía hacer para ello era caminar, hacer algo para salir de ahí y volver a casa. Para volver con mi familia primero debía descubrir qué sucedía y por qué; buscar respuestas era mi objetivo a corto plazo, y para lograrlo, caminar sin rumbo era tan buena idea como cualquier otra.  

Al menos lo era para mí. 

*** 

A pesar de tratar de concentrarme en lo que me rodeaba, la imagen de la bestia se aferraba a mi mente. Sus extraños ojos, la manera en que sus emociones se reflejaban claramente en ellos, tan visibles… tan humanos. A consecuencia de ello, no paraba de mirar sobre mi hombro con nerviosismo, temiendo que apareciera de la nada para atacarme. El crepúsculo estaba cerca y yo aún no hacía muchos progresos, no había visto a nadie en todo el día, al menos a nadie que fuera humano, y la temperatura había disminuido muchos grados. Sentía que a pesar de mantenerme en movimiento mi piel no entraba en calor, y que el vestido ya no era suficiente.  

Ante la poca luz que todavía quedaba, busqué un lugar para descansar y tratar de dormir. Los altos árboles eran más frondosos en esa parte del bosque, sus ramas se entrelazaban y la nieve que relucía en ellas era tan blanca que me cegaba, impidiéndome ver algo más allá de sus hojas; hecho que me obligaba a pasar entre las nevadas ramas para captar algo. Por otro lado, a pesar de ya haber devorado lo que quedaba de mi presa y haber bebido de la misma nieve, podía sentir como mis fuerzas empezaban a flaquear, mi cuerpo comenzaba a quejarse por el agotamiento y tantas heridas. No podía dormir a la intemperie otra vez y arriesgarme a morir congelada, ese bosque ya me había demostrado lo que me podría pasar si volvía a dormir a su merced. No quería repetir la experiencia, debía encontrar un lugar para refugiarme.   

Además, mi vestido se encontraba empapado a causa de haberlo arrastrado tanto tiempo por la nieve, y mis botas estaban tan llenas de agua que cuando avanzaba hacían un ruido de succión muy molesto; así jamás lograría sobrevivir a las inclemencias de la noche. Pero por fin, antes de que decidiera dormir bajo los árboles como un animal, lo que quedaba de una vieja cabaña apareció entre unos altos y frondosos abetos, como una luz al final del túnel.  

Ya había aprendido a no fiarme de nada en ese lugar, por lo que me acerqué tan lenta y silenciosamente como pude a la construcción, respirando de manera superficial por miedo a que incluso un pequeño ruido me delatara ante alguien indeseado.   




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.