Presa: La Comunidad Roja

BESTÍAS EN LA NIEVE

La noche pasó sin incidentes y por la mañana me desperté mucho mejor desde que llegara a ese lugar. Guardé un poco de mi cena del día anterior en un bolsillo, y con la reliquia y mi cuchillo en mano salí de la cabaña. La temperatura no había cambiado nada, pero, aun así, esta vez avancé más despacio y prestando suma atención a todo. No quería pasar nada por alto, ni que nada me tomará por sorpresa; como un lobo o mi Cazador, me estremecí ante el último.  

Caminaba envuelta con la primera falda del vestido, apretando mi única arma con fuerza, temerosa del bosque a pesar de mis progresos. Todavía le temía al hombre que me buscaba, y eso probablemente jamás cambiaría, sabía que él me estaba buscando, después de todo, la reliquia lo llamaba, según él. Me sorprendía que después de tres días aún no me encontrará.    

El bosque parecía tan silencioso, solo de vez en cuando un ave cantaba, no había huellas de animales y la nieve seguía tan gruesa como siempre, los altos pinos proyectaban sombras oscuras a causa del amanecer, y podía escuchar con claridad el sonido de mis pasos. La soledad que se sentía era escalofriante, el aspecto tan frío y desolado del lugar me hizo querer salir disparada de regreso a la seguridad de mi refugio improvisado, pero me obligué a seguir caminando. De mí dependía volver a casa, abandonar ese horrible bosque. Al mediodía seguía sin encontrarme con nada, me senté cansada bajo un pequeño árbol, apoyando la espalda en el tronco, cerré los ojos un rato. Calculé el tiempo y al fin concluí que ya llevaba por lo menos una semana atrapada en ese bosque, y eso hacía todo más extraño, especialmente porque nadie se había topado conmigo hasta el momento. Comenzaba a creer que ese era un bosque desierto, pero no podía ser, ¿o sí? No, si fuera de esa manera nunca habría encontrado mi cabaña, y lo que me dijo el Cazador tampoco tendría sentido: «Nadie sale». Él lo dijo. Y sí el bosque estuviera desierto ¿A qué más podría haberse referido con lo de «nadie sale»?  

      «Entonces, ¿dónde estarán todas las personas?» Me pregunté. «¿Qué pasa con este lugar?».   

Continúe cavilando por un rato hasta que mi dolorida espalda me hizo girarme para ver qué era lo que tanto me estaba molestando. Al principio no vi nada, pero al mirar con más detalle noté algo más; lo que en un principio solo había tomado como arañazos de animal en la corteza del tronco, eran en realidad letras, una palabra:   

SACRA. 

Al instante el aire abandonó mis pulmones y la sangre mi rostro; y me recordé con viveza pronunciando esa misma palabra antes de ir a dar a ese lugar. Esa noche mis labios se habían movido por su cuenta. 

En la corteza, la palabra estaba tallada con una caligrafía filosa como cuchillas, eran letras escritas con odio, a juzgar por la manera en que se marcaban profundas en el árbol; como si la persona que la escribió quisiera expresar su miseria en cada una de las irregulares letras. Pasé un dedo y seguí el contorno de los trazos, el tiempo y la naturaleza casi los hacían ilegibles, pero aún podía sentir la fuerza con que la palabra estaba escrita. Sacra, esa palabra no tenía mucho significado para mí a pesar de estar sin duda relacionada a mi llegada allí, aunque por la fuerza con la que estaba grabada en el árbol, sin duda debía significar algo muy importante. De no ser así, la persona que la escribió no hubiera marcado las letras con tal fuerza.  

Fruncí el ceño, confusa.  

Los trazos eran bruscos y toscos, no parecía que fuera un código o algo secreto, ya que no eran letras tan pequeñas como para pasar desapercibidas; ni tampoco parecía algo que quisiera hacer público su escritor, por qué tampoco tenían un gran tamaño. Más bien parecía ser solo la confirmación de un hecho, lo que haces para nombrar una cosa, un lugar, persona u objeto; una marca de que has estado en el lugar, una huella de tu existencia ahí. 

      «Sacra» sonaba un poco sádico y cruel, al menos así me pareció mientras me ponía en pie. Le di un último vistazo a la palabra grabada en la corteza, también me tomé un segundo para admirar la cruda belleza del bosque, y después continué mi camino.  

     «Sacra» esa palabra continuó aferrada a mi mente por un rato más.  Incluso mi lengua parecía tentada a pronunciarla de nuevo. 

 

Alcé la vista al cielo, copos esponjosos y blancos caían muy lentamente, arremolinándose por el viento, yendo a parar directamente en mi cara. Apreté los labios disgustada, la última vez que había nevado así estuve a punto de morir congelada, no es que esta vez fuera peor; de hecho, la nieve era pacífica y suave, por decirlo de una manera, aun así no confiaba en ese clima tan traicionero, no después de lo sucedido días atrás.  

Me eché la primera falda del vestido como una capa, siempre deseé una, pero nunca había podido comprarla.  

      —Seguro que, si alguien me ve, pensará que estoy completamente loca —me dije, y mi voz sonó algo metálica por el desuso. Hablar conmigo misma se estaba volviendo una costumbre fastidiosa, consecuencia de mi continúa soledad—. Apuesto a que tengo un aspecto ridículo —bufé, y con un resoplido quité los pequeños copos que se habían alojado en mi cabello.   

Sentía los pies helados, estaba muy segura de que la nieve se había colado y fundido dentro de mis botas, cada vez la nieve me gustaba menos. En mi caminata de ese día no se veía nada distinto o fuera de lo común, todo carecía de vida, como siempre. Seguía sin encontrarme con alguien o algo, la única excepción había sido la rara palabra grabada en ese árbol, el cual ya hacía mucho rato que se había quedado atrás.  

Paseé la vista en torno, pero como siempre, no encontré más que nieve acumulada por doquier, además de la que caía del cielo nublado para descansar en el suelo. Era el mismo paisaje de los últimos días, y eso no me estaba gustando nada.  

Mis pies dejaban profundas huellas en la nieve, el aire era más frío y pesado, demasiado tarde me di cuenta que la puesta de sol se aproximaba. Me detuve estupefacta, no podía creerlo, pero efectivamente, el horizonte se teñía lentamente de un rosa nacarado. El tiempo se había ido deprisa, y dado que estaba tan concentrada en encontrar pistas, no me había dado cuenta. Al ver las sombras de los árboles comenzar a alargarse, un miedo irracional se filtró por mis poros, rápidamente di media vuelta y esta vez deshice mi camino a paso rápido. Avancé por un buen rato, sorprendida por la cantidad de espacio que había logrado cubrir en un día, y no es que no me hubiera esforzado, pero los kilómetros pasaban bajo mis pies lentamente.  




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