Presa: La Comunidad Roja

BELLEZA MUERTA

«Sacra» la palabra se deslizó silenciosamente en mis pensamientos, igual que una serpiente. Aún no sabía lo que quería decir, pero presentía que era importante saberlo. Miré al suelo todavía cavilando los emocionantes últimos sucesos, pero no tardé en prestarle toda mi atención al cuchillo del Cazador, el cual descansaba en el piso.  

      «¿Por qué la palabra Sacra había venido tan repentinamente a mi mente? ¿Por qué la había pronunciado inconscientemente antes de ir a parar a ese extraño lugar»?  

Limitada por el dolor me incliné y tomé el cuchillo por la empuñadura de metal, lo observé con atención. Ahí, cerca del comienzo de la hoja, la misma palabra que había visto antes en ese árbol era bastante visible: Sacra, tallada en letras pequeñas con una elegante caligrafía victoriana, y de una manera casi amorosa. No amorosa, más bien como si quien la escribió haya querido dejar su legado, su marca, su motivo de orgullo. La diferencia en la que Sacra estaba escrita en ese tronco y el cuchillo dejaba mucho que pensar; por un lado, había un profundo odio, y por el otro, una infinita veneración...  

Solté el arma igual que si el contacto quemara, el cuchillo cayó al suelo con un repiqueteo y la luz dio de lleno en la lustrosa hoja, y por un breve instante pareció indefensa, repulsiva. Le di una última mirada y recogí la reliquia junto con mi propio cuchillo, luego los guardé bajo las tablas del suelo e ignoré el arma de mi Cazador. No quería nada de él, para empezar, había sido un error recoger esa cosa. Le di un breve vistazo cargado de repugnancia antes de tirarme en la cama una vez más. En cuanto cerré los ojos el sueño me arrastró, y dormí por primera vez como si no volvería a hacerlo.  

La próxima vez que abrí los ojos, la noche me hizo creer por un instante que estaba ciega, aunque el débil brillo de la nieve más allá de la ventana enseguida alivió mi paranoia, en la oscuridad y el silencio de la cabaña, creí necesario empezar otra clase de búsqueda para salir, una que no implicará ataques de cazadores y lobos enormes.  

Cuando amaneció por completo, salí de mi lecho y comí junto a la chimenea, ese día no saldría, me quedaría en casa a descansar. Cociné toda la carne que quedaba y al terminar guardé el insignificante resto en un bolsillo, luego me senté en mi mecedora y permanecí el resto del día viendo pasar las horas a través de la ventana, con la cara enterrada en los pliegues de mí ya bastante desgastado vestido, tiempo atrás color verde intenso. En verdad, el vestido que se había llevado días enteros en confeccionarse, ahora era digno de una salvaje; el color verde oscuro era ya un verde desvaído, sin contar lo sucio y asqueroso de su apariencia, la parte baja estaba tan rasgada y deshilachada que inspiraba más pena a mí, ya descuidado aspecto, y los pliegues estaban arrugados y desgarrados. El magnífico, elegante y espectacular traje de baile era cosa del pasado, no quedaba nada de él; ahora solo funcionaba como un pedazo de trapo hecho jirones que evitaba, muy apenas, mi completa desnudez.   

Tras pensarlo toda la tarde y parte de la noche, no me quedó más opción que aceptar mi impotencia para salir o buscar una salida por mí misma. La próxima vez solo «viajaría» (a falta de una mejor expresión) por medio de la reliquia, no caminaría ya por ese bosque y así evitaría encontrarme con mi Cazador, por lo menos por un periodo. De esa manera abarcaría una parte más extensa del bosque, tendría la posibilidad de transportarme a diferentes lugares en un segundo, y al terminar el día, le pediría a la cosa regresar a la cabaña. Continuaría con esa rutina hasta encontrar una salida o algo, cualquier cosa que me ayudara a entender qué sucedía.  

Seguía firme y fiel a mi resolución de saber todo lo posible sobre la reliquia, no se la entregaría de buena gana al Cazador, ni mucho menos. A pesar de los métodos de mis padres para implicarme en sus retorcidas vidas, yo no fallaría, no podía permitirme fallar. La reliquia era lo único que me quedaba de casa, mi único lazo con mi familia. Era todo lo que me conectaba a mi mundo...  

Ya muy entrada la noche empecé a sentir mis párpados pesados, bostecé y me arrastré hasta la vieja cama de madera, en ella apreté el cuchillo contra mi pecho antes de quedarme dormida.   

Planté mis pies con firmeza y fingí no darme cuenta de los temblores que recorrían mi anatomía. Estaba parada en la entrada de mi nueva casa, aún era de madrugada y casi no había nada de luz. Palpé mis bolsillos, quería comprobar por quinta vez que no olvidaba nada; mi cuchillo y el de mi candidato a asesino descansaban en un solo bolsillo, mis escasas reservas de carne en el otro y la reliquia seguía anudada en mi cuello. Suspiré profundamente antes de acercar la reliquia a mis labios.  

      «No pasa nada, volveré y esta vez tendré más suerte» yo misma me di ánimos. «Suerte, eso es lo que necesito».   

      —Llévame a otro lugar.  

No tuve tiempo ni de coger aire, al momento sentí mi cuerpo fragmentarse y ser vomitado, colores se entremezclaban, colores arremolinados...  

Como no tenía aire que expulsar, el impacto solo provocó un agudo dolor en mis pulmones. No tuve tiempo de nada antes de que la inercia hiciera su trabajo, y empezará a rodar cuesta abajo; pequeñas piedras se clavaron en mi piel, sentí la bilis subir a mi garganta; quería gritar, pero mis pulmones todavía estaban vacíos. Mientras giraba sobre mí misma, solo lograba ver nieve y más nieve, mi cuerpo rodaba a tanta velocidad que no podía sujetarme de nada por más que lo intentara.   

De pronto paré de un tirón, sentí un jalón en una pierna y me quedé viendo al cielo con brazos y piernas extendidas, respiré grandes bocanadas de aire y esperé sin moverme hasta que el cielo nublado dejó de girar a mí alrededor. Cuando recuperé el aliento, me senté toda temblorosa y desaté mi pierna de las raíces que me habían frenado, gracias a Dios. Hice una mueca de dolor cuando me puse en pie, aunque todavía seguía aturdida por la caída, traté de ver todo a mí alrededor, adaptarme lo más rápido posible.    




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