Presa: La Comunidad Roja

VIDAS PASADAS

La empuñadura del cuchillo se sentía helada en mi mano, fría y consoladora. Ese era un buen día, brillaba el sol y la nieve era firme, apenas una molestia. Ya no tenía que preocuparme si pisaba el bajo del vestido, no tenía que hacerlo por qué ahora me llegaba poco abajo de las rodillas; durante la noche había rasgado la falda para permitirme mejor movimiento. Más adelante vi el reflejo del sol en el agua, y paré de pronto al darme cuenta de la sed que tenía, no había estado en un lago desde lo del papel y el extraño mensaje. Corté la distancia rápidamente, pero vacilé en la orilla del río al recordar la experiencia pasada, ya no quería nada de eso, para mí ya habían sido suficientes acontecimientos extraños para recordar toda la vida, pero también tenía demasiada sed, por lo que me arrodillé con recelo. El agua era tan clara y limpia que se podía ver el fondo, aunque solo a través de los pequeños bloques de hielo que cubrían la superficie congelada.   

      —A Marian no le gustaría meterse aquí —dije con una sonrisa, todavía recordaba vívidamente la expresión de mi hermana pequeña cuando fui por ella aquel día. Quién diría, de eso apenas habían pasado unos días, pero ya se sentía como si esos recuerdos pertenecieran a una vida lejana. 

Bebí hasta hartarme, ni siquiera me importó que su temperatura glacial me congelará el cerebro. La superficie limpia me ofreció mi reflejo y me sorprendí ante los notables cambios en mi persona, solo llevaba unos pocos días allí y mi cara ya no parecía la misma. Podía ver la determinación en mis ojos ámbar, un poco de valor en la forma de mi mandíbula, fuerza en mis labios rojos, la esperanza enmarcaba mis cejas y pómulos, la forma en cómo mi estropeado cabello realzaba la forma ovalada de mi cara detonada algo de la belleza salvaje de mi madre. De alguna manera podía ver esos pequeños cambios en el rostro que me miraba desde el agua. Me pasé los dedos por el cabello tratando de desenredar los nudos, quitar las ramitas y hojas; pero no sirvió de nada, mi apariencia no cambió mucho. Al final me rendí y me puse en pie, miré las montañas que se elevaban sobre los pinos. No podía dejar de agradecer que esta vez la reliquia me hubiera llevado a un lugar distinto al anterior, una parte del bosque que era mucho mejor.   

Ya era tarde cuando me detuve, mi estómago se empezaba a quejar por falta de comida, paré a sentarme en un árbol caído para tomar un respiro bien merecido, era un alivio descansar después de andar todo el día. Muy a mi pesar acepté que ese día no estaba resultando bueno para mí, incluso el día anterior me había ido mejor; pero por lo menos ahora ya sabía qué clase de bestias habitaban en esa parte del bosque.   

Estiré las piernas para desentumecerlas y accidentalmente toqué un bloque de hielo, la carne se me puso de gallina y me estremecí. Estaba harta, mi situación con la vestimenta no dejaba de empeorar, cada vez mi ropa se arruinaba más; la falda ya no llegaba hasta los pies y las mangas elegantes no eran más que trozos raídos de tela. Gracias a Dios la prenda no incluía corsé, por qué no podía imaginarme sobrevivir con una cosa así de complicada. Dejé de divagar y volví a mi estado de alerta, no tenía ganas de ver un monstruo como el de antes por andar en las nubes. Por la noche había concluido que mis encuentros con todas las bestias habían ocurrido gracias a lo distraída que era.  

Barrí el paisaje con la mirada, desde mi encuentro con esa extraña cosa estaba más nerviosa que nunca, y después de ver lo que había visto, no me apetecía correr la misma suerte que la rata. Arranqué la corteza de un cerezo y me puse a morderla, tenía mucha hambre, pero hasta ese momento ningún animal se me había cruzado, el sabor de la corteza no me parecía tan malo, ni siquiera desagradable; pero preferiría una comida de verdad.   

Hacía días que no pensaba en casa, en mi familia o en Alan. Tragué el nudo en mi garganta. No era tan difícil sobrellevar mi situación sí ignoraba lo que había tenido antes, fuera de ese lugar, lo que alguna vez fue mío, o aún peor, lo que tal vez todavía me esperaba en casa. Sacudí la cabeza, no tenía caso pensar en el futuro, no sí mi presente era indeciso. Pero también me di cuenta de que ya estaba mejor, más fuerte y que podía controlar mis emociones mejor que antes, no romperme tan fácilmente. Me permití recordar a Marian, lo fuerte que era, el hoyuelo que nacía en su mejilla cuando sonreía; lo tranquilo y paciente que era Cris, nunca se quejó por siempre trabajar y nunca tener tiempo para chicas. Todos me hacían falta, pero Eli, a ella la necesitaba todavía más, tal vez necesitaba su apoyo moral, o quizá, lo que me hacía falta de ella era su perseverancia. Papá y mamá, no quise pensar en ellos, me era imposible dedicarles un solo pensamiento; en eso aún no podía, era demasiado. Todo lo que me ocultaron, las cosas que provocaron… Aún me dolía su traición, mi resentimiento hacia ellos era tan grande que cuando más pensaba en lo crueles que fueron conmigo, sentía más rabia y odio, me sentía ahogada, asfixiada. Simplemente no podía soportar recordarlos.  

Y Alan… tal vez parece egoísta, pero era a quien más quería conmigo, solo no lo estaba. Alan siempre había sido algo constante en mi vida, tan natural como respirar: necesario para vivir, algo que no sabes lo importante que es hasta que desaparece… O en mi caso, cuando tú desapareces. Respirar no es algo en lo que tengas que pensar, solo se da y te sientes incómoda cuando paras de hacerlo, aunque sea solo un segundo. Eso representaba Alan para mí, era un importante eslabón en la cadena de mi vida; me sentía incompleta, cada cosa parecía estar fuera de su sitio, simplemente todo se volvía insípido y gris sin él. El bosque, Alan y yo, todo traía un deja vu, mi situación actual me estaba haciendo sentir como en el instituto, cuando yo estudiaba y Alan no. Claro, él no podía estudiar sí tenía que trabajar todo el tiempo, entonces yo tenía la misma sensación que ahora, y el problema era el mismo: la distancia, el instituto estaba hasta el pueblo vecino y yo no soportaba estar tan lejos de él. Pero gracias a Dios eso cambió pronto, dado que mamá siempre se quejaba de la lejanía entre el colegio y nuestra casa, dejé de ir cuando cumplí quince años y a partir de ese punto, Elizabeth empezó a dedicar parte de su día a darnos clases a Cris, Eli y a mí. Para mí fue mejor, veía a Alan todos los días y solo debía preocuparme por la colada.  




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