Presa: La Comunidad Roja

UN DESCONOCIDO APARECE

odé en mi lecho con pereza, igual que un saco de papas. Abrí somnolienta un ojo y miré la luz de un nuevo día filtrarse por mi única ventana, ya era muy tarde, pero no importaba a qué hora despertara, de todos modos, no tenía obligación de nada allí. No tenía ninguna colada esperándome ni a nadie a quien ver los fines de semana; esos eran recuerdos de otra vida. Intenté recordar lo que había hecho después de llegar del bosque la noche anterior, pero al parecer solo había caído en la cama para enseguida quedarme dormida. En cuanto el pensamiento pasó por mi mente mis tripas rugieron y recordé la razón de mi mala noche, el hambre ya era insoportable, mi estómago hueco y la fuerte acidez eran síntomas claros de no haber comido más que la corteza de ese cerezo.  

Arrastré mi cuerpo fuera de la cama, todas mis cosas seguían conmigo, así que solo me calcé las botas y estuve lista. Somnolienta y con hambre le balbuceé a la reliquia, enseguida llegó el ya familiar vértigo y un segundo después la nieve en mi cara terminó por despertarme completamente. Escupí los copos de mi boca y jadeé en cuatro patas, no importaba cuantas veces tocará esa sustancia blanca, nunca dejaba de sorprenderme lo helada que era.   

      —Lo primero es lo primero —hablar conmigo misma se estaba convirtiendo en una muy preocupante costumbre.  

Me senté sobre los talones, dispuesta a quitarme la nieve del vestido antes de buscar algo para comer, pero enseguida mis manos se paralizaron sobre la tela y abrí los ojos de par en par, mi vestido estaba más desgarrado que el día anterior, la falda apenas era un deshilachado trapo que ya no cubría lo que debería. Frustrada metí una mano en el bolsillo y saqué mi cuchillo, no quería hacerlo, pero ya no tenía de otra. Corté la falda del precioso vestido por encima de las rodillas, me deshice de las partes inservibles y deshilachadas que en su momento habían sido de un intenso verde. Al terminar volví a guardar mi cuchillo, y suspiré viendo el mediocre resultado, en casa jamás me hubiera atrevido a arruinar una prenda tan hermosa, pero en ese bosque no servía de nada vestir con elegancia, los vestidos largos se arruinan y conservar el mío solo me entorpecería, sería un estorbo. 

Al mediodía tomé de nuevo la reliquia, en toda la mañana nada se había cruzado conmigo, ya no tenía caso rondar más por allí.   

      —A otro lugar.  

Esta vez traté de caer sobre mis pies, pero en cuanto toqué suelo, trastabillé y terminé en cuatro patas. Di un respingo cuando sentí el frío de la nieve congelarme en las rodillas, me paré de un saltó. Al momento deseé gritar y la irritación llenó mis ojos de lágrimas, lágrimas de rabia y furia, me sentía humillada y avergonzada. Yo era una chica recatada, ¿por qué tenía que exhibirme con algo tan indecente? Me incliné un poco y pude ver gran parte de mis piernas expuestas al frío, había recortado el vestido demasiado y la tela no cubría más que la mitad de los muslos.  

      «Yo jamás…» Me dije con la cara roja y las manos en puños. «Yo jamás usaría algo así de expuesto».   

Tuve que respirar varias veces y recordarme el por qué lo había hecho, eso ayudó hasta que logré calmarme un poco, solo un poco. Después me puse a caminar de un lado para otro con expresión pensativa, mordiéndome el labio inferior mientras decidía qué hacer a continuación. Al final decidí regresar a mi cabaña a pie, necesitaba serenarme más, además me serviría para explorar la zona. No le di más vueltas y de inmediato me puse en camino, pero al poco tiempo de andar sin rumbo mis ojos se posaron en un alto abeto, y tuve una idea, aunque quería explorar yo no sabía qué tan lejos estaba de mi cabaña, y cuanto me llevaría llegar hasta ella. Parada en el pie del árbol miré hacia arriba, me pareció bastante alto, pero sentí un inmenso alivio al ver que mi calzado seguía estando en buenas condiciones. Yo era buena trepando, así que empecé a subir, concentré mi mente en apoyar los pies en las ramas correctas y evitar caer, por suerte el árbol tenía suficientes ramas fuertes, y no tardé mucho en llegar cerca de la copa. 

Mis labios se curvaron en un ademán victorioso, sin embargo, me quedé boquiabierta al ver todo lo que se extendía ante mí; árboles, infinidad de árboles llenaban el paisaje, y todo parecía estar glaseado de azúcar blanca: las montañas, los riscos, las rocas. Y por primera vez en toda mi estancia allí, el cielo era completamente azul y el sol brillaba fuerte contra el hielo; los rayos caían sobre la nieve y provocaban que todo brillara como diminutos diamantes, y que majestuosos arcoíris nacieran entre las montañas y los lejanos riscos.   

Permanecí embobada mirando ese paisaje imposible hasta que la rama en la que estaba parada crujió, entonces parpadeé, retrocedí y me encaramé en otra. No debería distraerme, ese lugar no debía engañarme, nada era tan bonito como parecía. La próxima vez que miré lo hice con precaución, busqué algún indicio de la cabaña, inspeccioné todo lo que alcanzaba a ver.  

      «¡Bingo!» 

A la distancia y rodeada de apretados árboles se veía un punto marrón, resaltando como un dedo que apunta al cielo. Entrecerré los ojos y alcancé a mirar los ladrillos rojos que componían la chimenea, si no conociera perfectamente la construcción, la habría pasado por alto. Calculé la lejanía de la casa mientras bajaba del árbol, y concluí que a lo mucho eran unos veinte kilómetros, eso no era nada para mí, podía hacerlo. Tenía suerte de que el sol quedará justo sobre mi cabeza todavía, pero pronto podría ocultarse y entonces la temperatura descendería varios grados. El vestido no cubría gran parte de mi cuerpo y cuando el sol se ocultará, empezaría a sentirse el frío de verdad. No lo pensé más, rápidamente me puse en movimiento.  

Avanzaba pegada a los árboles y con cuchillo en mano, solo en caso de encuentros desafortunados. Avanzar despacio y mirar bien en donde pisar, me lo repetía a cada paso. Aunque mi rutina no duró ni media hora, un sonido cercano hizo que parara en seco, de inmediato me agazapé bajo el árbol más cercano y esperé conteniendo el aliento; mis deseos de ver otro monstruo eran nulos. Oculta por las ramas, no movía ni un músculo, apenas respiraba, esperé con el corazón en un puño hasta que el ruido se volvió a repetir. Fruncí el ceño, había esperado un siseo o el clic de pinzas, pero en cambio eso sonaba más bien como el andar de una persona. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.