Presa: La Comunidad Roja

PRESAS Y CAZADORES

Hablaba de mí como si yo fuera igual que él, como si yo perteneciera a un grupo. Tal vez él obedecía a su «Hermandad», pero yo solo me servía a mí misma, no era esclava de nadie. 

      —No entiendo nada de lo que dices —saqué el cuchillo de mi madre, lista para usarlo con él—, y tampoco pretendo hacerlo. 

Dicho esto, me lancé contra él, solo necesitaba estar lo suficientemente cerca para hacer mi movimiento. Pero el hombre era demasiado rápido, se hizo a un lado y mi cuchillo cortó el aire, me volví rápidamente y justo a tiempo para evitar un doloroso golpe suyo. 

Soltó una sonora carcajada, le divertía pelear, era un juego para él. 

      —Vamos, niña, seguro puedes hacerlo mejor —dijo moviéndose a mi alrededor con asombrosa facilidad, jugaba conmigo y se burlaba al mismo tiempo. 

Vi su puño acercarse a mi cara y quise retroceder, sin embargo, mi visión se tornó borrosa y de pronto ya me encontraba en el suelo respirando agitadamente, y probando el sabor de mi sangre. 

Su figura borrosa se acercó a mí. 

      —Arriba, arriba —dijo y grité cuando me tomó del cabello, levantándome a la fuerza—. Te dije que probaremos tu resistencia, así que todavía no puedes dormir, ¿estamos? ¡Además, vamos de maravilla! Has probado que no eres una simple humana —se rio y dio un tirón a mi cabello, mis ojos se llenaron de lágrimas y volví a gritar—, si lo fueras, ya estarías muerta. Mi golpe ya te habría roto la mandíbula, en el mejor de los casos ¡Anda, alégrate! 

Saqué su cuchillo y corté la piel de la mano con la que me sujetaba, de inmediato me soltó y yo caí de cara en la nieve. 

      —Maldita mocosa, tú tenías el cuchillo que perdí ese día —siseó molesto.  

Alcé la cabeza, él estaba a pocos pasos de mí y su mano herida colgaba, la roja sangre teñía la nieve a sus pies a una increíble velocidad.  

Me puse de pie con esfuerzo, me dolía la cara y el cuero cabelludo. No soportaría mucho, él era mucho más fuerte que yo, y no podía seguirle el ritmo, alargar la pelea solo serviría para que él me matará. Necesitaba acercarme para poder usar la reliquia, de esa forma podría llevarlo lejos de ahí. Pero necesitaba que todo pareciera accidental, sí él veía mis intenciones, sospecharía y no tardaría en saber que estaba desesperadamente tratando de proteger algo. 

      —Es un arma muy útil —dije guardando su cuchillo en un bolsillo, le sonreí a pesar del dolor en mi boca—, y tiene un filo envidiable. 

Su mirada se oscureció, esta vez me atacaría en serio. 

      —Es un arma para Cazadores, los tuyos no tienen derecho a portar algo así. 

Entrecerré los ojos, pero no respondí. Sus comentarios eran extraños, pero en ese momento no podía ponerme a indagar. Me llevé la mano libre al cuello y de un tirón liberé la reliquia, el crepúsculo se tiñó al instante de un resplandeciente azul metalizado. Los ojos de mi Cazador se tornaron más oscuros al ver su preciada joya en mi poder, su codicia parecía haber aumentado desde la última vez. 

      —Me temo que tendremos que dejar esta conversación para otro día —Le dije en tono suave, porque a pesar de mi notoria desventaja, me sentía más valiente que de costumbre. 

Me llevé la reliquia a la boca, y al ver mis claras intenciones de huir, el Cazador se lanzó hacia mí. 

      —Vuelta —la palabra se deslizó por mi garganta, suave y delicadamente, como si fuera una oración. 

Todo comenzó a tornarse borroso, pero no antes de sentir unos dedos rozando la piel de mi brazo herido. Un segundo después sentí mis pies tocar el suelo, pero fue solo un instante, casi al momento noté que algo cedía a mi peso, y comencé a manotear con desesperación, arañando la nieve hasta que mis dedos se cerraron en algo firme.

Sobre los frenéticos latidos de mi corazón oí un grito y después silencio, luego vino el sonido del viento y su tacto en mi piel. Al fin tuve el valor de abrir los ojos.  

Miré abajo, aunque enseguida me arrepentí; abajo de mí no había nada, mis pies colgaban en el aire y el suelo no se veía muy cerca que digamos. Apreté los labios y mi corazón comenzó a martillear con agitación, odiaba las alturas, las aborrecía, no las soportaba... Sacudí la cabeza en un intento por alejar los mareos. Al menos el Cazador no sería un problema por un tiempo, había caído desde esa increíble altura y hasta para él supondría un problema recuperarse, o eso esperaba. Los brazos comenzaron a dolerme, entonces decidí volver a casa. 




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