Presa: La Comunidad Roja

ASTUCIA E INDECISIÓN

Soñé estar lavando en el río, en casa. La luz del sol hacía brillar el agua, me concentré en mi tarea, ya habría tiempo para nadar. Pasos a mis espaldas me hicieron girar la cabeza y mirar entre los robles, ningún miedo me invadió, solo la anticipación. Pronto la figura de Alan se definió, la alegría iluminó cada célula en mí y sentí mi corazón bombear con más fuerza. Una sonrisa invadía su lindo rostro, le sonreí a mi vez.  

No sabía por qué me sentía ansiosa, pero corrí hacia él como si no lo hubiera visto por mucho tiempo. Cuando llegué enrosqué mis brazos alrededor de su cuello, y un dolor que no sabía estar padeciendo se esfumó, cada parte de mi dejó de doler. Sus brazos rodearon mi cintura y enterré la cara en su pecho, aspiré su aroma Sentí cuando Alan descansó su barbilla en mi hombro.  

      —Te extrañé —le dije con voz ahogada por las lágrimas.  

Me estrechó con fuerza y yo me pegué más a él.  

      —Despierta —dijo con dulzura.  

No sabía lo que quería decir.  

      —¿Qué?  

      —Despierta —repitió.  

Estaba despierta, lo estaba, alcé la cabeza para poder ver su cara, pero Alan seguía apoyado en mi cuello. 

      —Estoy despierta —dije con el ceño fruncido, ¿qué le pasaba?  

Negó y levantó la cabeza, me miró con sus ojos negros llenos de seriedad.  

      —No lo estás —dijo con calma.  

      —Sí, sí lo estoy —contesté a través del nudo en mi garganta—. Alan, por favor, estoy despierta, estoy aquí... —Pero él solo seguía negando con la cabeza, no quería que se comportará así ¿Por qué me estaba haciendo sufrir?  

Sentí lágrimas calientes rodar por mis mejillas.  

      —¿Por qué dices eso? —Pregunté desesperada sujetándolo fuertemente de su camisa— ¿Qué pasa contigo? ¿No me ves? Estoy aquí. Soy yo, soy tu Carol, Alan —terminé en un susurro.  

Únicamente sonrió y acercó sus labios a mi oído. Una ola de electricidad corrió por mi cuerpo, me quedé quieta, entonces dijo con paciencia y cariño:  

      —Carol, despierta, estás dormida —me congelé y solo pude mirarlo enmudecida, mis ojos relucían en pánico.  

Él sonrió para mí, aunque no podía ocultar su preocupación, él también estaba asustado. Mi visión se tornó borrosa y desesperada busqué tenerlo cerca un poco más, me aferré a su camisa con las manos en puños. Él era real y yo también. Un segundo después se desvaneció.  

Abrí los ojos de golpe y un sonido entrecortado salió de mis labios, recordé donde me encontraba y por qué. Aún estaba en la cama, pase una mano por mi cabello tratando de liberarme de los restos del sueño. Mi cara estaba bañada en sudor y sentía mi corazón tratar de saltar de fuera mi pecho. Limpié los restos de mis lágrimas mientras miraba las vigas carcomidas, intentando recuperarme del sueño. Pero el tiempo solo empeoraba todo y cada vez me costaba más seguir.  

Me estaba preguntando de dónde sacaría fuerzas para continuar cuando un leve ruido me hizo girar la cabeza, mi corazón dio un doble latido. El chico estaba despierto, y me estaba mirando.  

Por un momento solo le devolví una mirada, conmocionada, y un segundo después ya le apuntaba con el cuchillo. Ni se inmutó, sus ojos azul grisáceo permanecieron fijos en mí, tan tranquilos como si no me hubiera movido. Parecía que mientras yo dormía él se había recostado contra la pared opuesta a donde estaba mi cama. 

       «¿Por qué no desperté al oírlo?» Eso ya no importaba.  

Reafirmé el arma en mi mano y me senté sobre los talones sin dejar de apuntarle.  

Se veía mejor, más sano, más fuerte. Tragué saliva y trasladé la mirada hasta la maraña de capas en el suelo, a su lado. Él ladeó la cabeza en un gesto de interés y curiosidad. Tenía ambas piernas estiradas y los brazos descansando a los costados, su postura denotaba demasiada confianza. No dije nada, solo clavé mis ojos en los suyos, los cuáles se deslizaron a mi capa, mejor dicho, su capa. Arqueó una ceja. 

      —Es mía, te salvé la vida —había puesto mi vida en riesgo para mantenerlo a él lejos del Cazador. Me había ganado esa capa por méritos propios.  

      —Hola —saludó con una voz pastosa por el desuso, pero a pesar de eso, era un sonido suave e increíblemente seductor. El asunto de la capa no parecía importarle mucho.  

      «Como no» me mofé en mi mente, «el chico es perfecto».  

Como solo con hablar ya me había hecho enfadar, fui directo al grano.  

      —¿De dónde vienes? —Pregunté con voz dura.  

No dijo nada, solo siguió mirándome con la misma expresión intrigante, y ahora ya estaba irritada.  

      —Habla —ordené con impaciencia.  

Su expresión cambió de golpe, y su calma se transformó en impotencia y recelo.   

      —¿Puedes darme agua primero? —Pidió y añadió al ver mi expresión—. Después te diré todo lo que quieras.  

Consideré su oferta un momento, de todos modos, no podía dejarlo morir después del trabajo que me había costado transportarlo. Asentí y él pareció relajarse. Me levanté despacio, y sin dejar de apuntarle tomé la jarra de agua y con cautela me acerqué al chico, la deposité a sus pies. Él esperó hasta que me alejé, entonces se inclinó con dificultad, hizo un gesto de dolor cuando tomó la jarra con manos temblorosas y rápidamente se la llevó a la boca, bebió con ansia.  

Apreté los labios, quería respuestas. Cuando terminó de beber, dejó la jarra a su lado y me miró de nuevo, le sostuve la mirada con mucho esfuerzo. De verdad que sus ojos no me gustaban, y la expresión en ellos, poco menos. 

      —Puedes dejar el cuchillo —una suave sonrisa vaciló en su boca—, no saldré corriendo y tampoco pienso atacarte.  

Cambié el peso de un pie a otro mientras lo consideraba, deseaba hablar como la persona civilizada que era, pero no estaba segura de sí él era civilizado. Con esfuerzo reprimí la voz en mi cabeza que me decía que no dejará de apuntarle, y bajé la mano, guardé el cuchillo en un bolsillo.  




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