Presa: La Comunidad Roja

UN CHICO... Y UN LUGAR EN LA NADA

Apreté la mandíbula y lo fulminé con la mirada, él no estaba en condiciones de poner condiciones. Yo lo había salvado, había puesto mi vida en riesgo peleando contra ese inhumano hombre gigante, lo había llevado hasta mi refugio, lo había protegido y aliviado su sed de buena gana; pero a cambio de todo mi esfuerzo, lo único que obtenía era resistencia, obstinación y terquedad. Quise cruzar el espacio que nos separaba y patear su pierna, quería patearla hasta que chillara.    

      —Tú prometiste contestar mis preguntas —le recordé entre dientes.  

      —Lo sé, pero no diré nada porque no te conozco —su voz era tan tranquila y muy modulada, igual que si estuviera negociando conmigo—. Sigues siendo una extraña para mí. 

Quise gritar de frustración.  

      —¡Te salvé la vida! —Estallé.  

      —Estabas llorando mientras dormías —dijo en cambio, y parte de mi rabia se esfumó. Ignoraba por qué sacaba de pronto ese tema, eran asuntos que no deberían importarle.  

Tragué saliva, sin saber qué decir. Y en vez de enrojecer, palidecí al recordar mi pesadilla.  

      —Tuve un mal sueño —dije al fin, en un hilo de voz.  

Ese chico me miraba de una manera muy extraña, como si intentara encontrar algo en mí. No me gustaba nada, yo no lo conocía, pero ya me inspiraba desconfianza. 

      —¿Qué te parece si nos turnamos? —Ofreció con esa tentadora voz suya.  

Lo miré extrañada.  

      —¿Turnarnos, para qué? —No iba a dejarme persuadir tan fácil por un desconocido.  

Una astuta sonrisa nació en sus labios.  

      —Para preguntarnos cosas.  

      —No hay nada de mí que tengas que saber —repliqué enseguida.  

Se encogió de hombros.  

      —Esa es tu opinión, pero tal vez haya algo que sea importante para mí, tal vez.  

Dude eso, no había nada que fuese necesario él que supiera sobre mí. En mi pueblo, quien mostraba esa clase de interés tenía un nombre: metiche. Sin embargo, no podía negarme, yo sí necesitaba saber cosas, más cosas de todo. Lo que sabía en ese momento no era suficiente.  

      —Está bien —accedí a regañadientes, y un destello de triunfo cruzó sus ojos. Me preparé para lo que vendría.  

Pasó la lengua por sus labios, considerando y ordenando sus propias preguntas. Lo esperé mientras afuera un viento fuerte aullaba y agitaba los árboles, seguro una tormenta caería esa noche; aunque yo no tenía por qué preocuparme, contaba con una cama y ropa muy acogedora. El muchacho de cabellos blancos sí que pasaría una mala noche, ni modo. 

      —Tú me ayudaste, así que lo más justo es que seas tú quien pregunte primero, ¿te parece? —Dijo. 

En respuesta me quedé mirándolo, en verdad no entendía a ese chico, primero se negaba a decirme nada y después me invitaba a preguntar primero. Me planteé la idea de que tal vez era bipolar o un completo loco. Pero estaba de acuerdo, yo merecía hacer la primera pregunta. Mordiéndome el labio inferior viajé por todas mis preguntas, tratando de encontrar la correcta. Al fin mi mente llena de angustia lanzó la duda que mi cabeza aún seguía tratando de descifrar, la que más me carcomía.  

      —¿Qué es este lugar? —Mi pregunta sonó más a exigencia.  

La sorpresa, y tal vez un poco de angustia, se reflejaron por un instante en su cara, pero antes de estar segura ya parecía tranquilo de nuevo. Su frente de marfil se arrugó en concentración y transcurrió cerca de un minuto hasta que contestó:   

      —Sacra...  

Lo interrumpí de inmediato.  

      —¿Qué dijiste? 

Me lanzó una mirada significativa, pero yo no podía dejarlo pasar.  

      —Esa palabra ha estado rondando en mi vida desde hace mucho tiempo, así que explica primero que significa—le exigí.  

Tomó un profundo suspiro, casi parecía estar renuente a decirme más.  

      —Sacra es este lugar —explicó con cansancio, y un deje de amargura—. Es todo lo que has visto hasta ahora, este bosque es todo lo que hay, es Sacra. Así fue nombrado por sus creadores hace siglos—algo parecido al terror y la angustia invadió mi sangre, congelándome el cuerpo.  

Ahora entendía por qué me causaba tanto miedo pensar en esa palabra, por qué sentía una familiaridad extraña cuando pensaba en ese bosque y su origen.  




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.