Presa: La Comunidad Roja

CAM

Caminé hasta sus pies y tomé mi capa, no tenía ganas de pasar el resto de la noche temblando por un idiota arrogante. Cuando cerré los dedos alrededor de la tela una pálida y grande mano rodeó mi muñeca, me quedé quieta mirando unos largos y finos dedos (¿dónde estaban sus guantes?). A comparación con la suya, mi mano parecía insignificante y minúscula. Traté de zafarme de su agarre, no me dejó y me vi obligada a alzar la vista a sus ojos, justo lo que estaba evitando. Un par de ojos azul grisáceo me miraban con sinceridad, ya no había emociones negativas en su mirada, era una expresión nueva y acogedora. Aun así, no quería estar cerca de él, no me daba buena espina y sus ojos solo empeoraban mi opinión sobre él.  

      —Lo lamento, no fue correcto descargar mi frustración en ti —murmuró.  

Asentí y su mano por fin liberó la mía. Estaba a punto de ponerme en pie cuando una duda asaltó mi mente. Él ya me había dejado claro que no iba a decirme muchas cosas, como, por ejemplo, quienes habían creado Sacra. Pero podía preguntar otras de mis dudas.  

      —Por cierto, ¿qué significa Sacra y por qué ese nombre?  

Una leve sonrisa cubrió su boca.  

      —En respuesta a tu primera pregunta, Sacra significa en latín: «desterrados o exiliados», y creo que con eso también respondo a la segunda.  

Lo pensé mientras me acostaba, tenía mucho sentido, la palabra correcta para nombrar el rol del bosque y de su gente, menudo humor.  

Me hice un ovillo envuelta en mi capa, recostada de cara al chico. No quería que huyera mientras dormía, ahora tenía más preguntas que antes, demasiadas. Su capa negra lo cubría desde los pies hasta la barbilla, no pasaría frío esa noche. Parecía más tranquilo que antes, más en calma. Sus párpados cerrados eran de un claro color lavanda, que bonito, era muy guapo. Tenía algo más que preguntarle.  

Bostecé, mis ojos cada vez se sentían más pesados.  

      —Tengo una pregunta más que hacerte.  

      —Mmmm.  

Cerré los ojos, casi dormida.  

      —¿Cómo te llamas?  

Lo oí reír en silencio.  

      —Dime tu nombre primero.  

Hice un mohín. ¿Cuánto tiempo más seguiría con ese absurdo juego de tira y afloja?  

      —Carol Videla —contesté de mala gana.  

Al principio solo permaneció en silencio, estaba comenzando a creer que ya estaba dormido, o qué no iba a responderme nada.  

Volví a bostezar.  

      —Cam —dijo con suspiro. 

 

Mi lengua tenía un sabor amargo cuando desperté. Mi noche había sido en blanco, ningún sueño me acechó. Tenía la capa enredada en las piernas, había dormido profundamente y a pierna suelta. Me apoyé en un codo para ver al chico, él seguía durmiendo, su rostro tenía un aspecto más sereno que cuando estaba despierto, aunque aún había un toque de cautela en su expresión. Volví a dejarme caer en la cama, arrastré la capa hasta que volvió a cubrir todo mi cuerpo.  

Y por fin todo lo descubierto la noche anterior cayó sobre mí, sentí como el peso de esas revelaciones se deslizaba por mi cuerpo igual que lluvia helada, congelando todo a su paso y formando cristales de hielo en mis venas. Seguía rehusándome a creer en las palabras de Cam, aunque en el fondo sabía que todo era cierto, las piezas de un gran rompecabezas habían aparecido con Cam, y muchas cayeron en su lugar en cuanto dijo todo eso de Sacra y sus creadores.  

Metí mi puño en la boca para ahogar un sollozo, más bien un llanto descontrolado. Me rehusaba a creer que nunca volvería a ver a mi familia, la sola idea de nunca ver más a Alan quemó mi sangre y descongeló mis venas, pero en el proceso el fuego arrasó todo a su paso, dejándome vacía. Silenciosas lágrimas rodaron hasta mi cabello y un gemido involuntario brotó desde lo más profundo de mi agonía. Cam no veía cuán importante era para mí salir de Sacra, no sabía que yo solo era un cascarón vacío y que mi contenido estaba afuera, más allá de mí, y que tenía un nombre.   

Un sutil movimiento a mis espaldas me indicó que mi compañero ya estaba despertando. Sorbí con discreción y limpié rápidamente los restos de mis lágrimas, no quería mostrarle cuán desecha me sentía. Cuando volteé a verlo, él todavía tenía sus extraños ojos entrecerrados con sueño y un poco de color pintaba su pálida piel de marfil. Me aseguré de no dejar rastro de mi llanto mientras Cam se desperezaba, pasó ambas manos por su cabello y estiró su largo cuerpo, como suelen hacer los felinos.  

      —¿Estás mejor? —Le pregunté cómo saludo.  

Sus ojos se centraron en mí y pude ver cómo analizaba mi aspecto, especialmente mis ojos.  

      —Sí —contestó lentamente, recelaba de mí, él; un chico alto y bien formado, recelando de una pequeña chica como yo, qué ironía—. No estoy tan mal como parece.  

      «Por supuesto» pensé en mi fuero interno. «Estás tan sano que tuve que arrastrar tu trasero por varios kilómetros».  

Me mordí la lengua, ese día no sería bueno y empeoraría si me comportaba como una bravucona con él.  

      —¿Entonces estás listo para irte? —Le solté.  

 No dijo nada, y no es que lo odiara, solo que no lo quería conmigo por muchas razones, entre ellas, mantener a salvo mi secreto.  

      —No lo sé —sonó sincero—, pero si eso es lo que quieres, me iré ahora.  

Su respuesta sacó a flote una de mis preguntas.  

      —Por cierto, ayer no me dijiste de dónde venías.  

      «Los chicos no aparecen de la nada, tienen que venir de algún lado. Pero tú vienes de la nada» murmuró mi inconsciente con tono misterioso.  

Le dije que cerrara la boca, no era necesario recordármelo.  

      —Tú tampoco —me recordó.  

No contesté y esperé pacientemente una respuesta. Al final respiró pesadamente, dándose cuenta de que no sacaría nada de mí: 

      —Hay un asentamiento, una aldea, digamos. Nosotras la llamamos «La Comunidad Roja». 




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