Presa: La Comunidad Roja

RECELO Y CAUTELA

—¿Por qué la llamas La Comunidad Roja? —le pregunté, expectante. 

Cam arrugó la frente y medio sonrió. En verdad era guapo, demasiado para resultar confiable. 

      —Bueno, creo que la nombraron así porque es el único lugar de Sacra que alberga vida. Además, según las leyendas, los primeros pobladores aparecieron allí junto con cientos de cadáveres que no sobrevivieron a una guerra que se llevó a cabo en el mundo real. Al principio no usaron a Sacra únicamente para los Desterrados y Traidores, sino también como vertedero de cadáveres. El nombre es un claro recuerdo del inicio y de nuestra prevalecía aquí. 

      «Así que los primeros Desterrados fueron enviados a Sacra después de una guerra ¿Por qué?» Igual no podía preguntar, Cam tenía una expresión sombría y malhumorada, pensar en volverme de nuevo el objetivo de su malhumor no me apeteció.  

      —¿Está muy lejos? —Quise saber, no podía evitar sentirme intrigada respecto a ese punto.  

Sus cejas se fruncieron en consideración a mi pregunta.  

      —Sí, creo que sí, por lo que veo —ladeó la blanca cabeza y escuchó, concentrado en el aullido de la tormenta—. Me perdí, mi ruta falló y… después todo fue de mal en peor.  

Tenía una mirada pensativa, sentía que, si lo interrumpía, estaría invadiendo algo personal. Lo dejé en lo suyo y me puse en pie, tenía hambre y seguro Cam más que yo; el día anterior ninguno de los dos probó bocado. Fui hacía la chimenea y me puse a encender un fuego, con la tormenta el humo pasaría desapercibido y, además, incluso dentro se sentía el frío, mi aliento era una nube. Tomé la carne restante y la coloqué sobre las brasas, esperé pacientemente a que se calentara. 

De espaldas a Cam toqué el collar en mi cuello, con discreción lo oculté dentro del escote. De ninguna manera pensaba decirle sobre eso, solo lo pondría en riesgo y, de todas maneras, aún no decidía nada sobre el chico.  

      —Todavía no me dices que hacías solo —le recordé sin volverme.  

Oí el gruñido que produjo al cambiar de posición, en respuesta me tensé y mi cuerpo se puso rígido. Pareció percatarse y se quedó quieto.  

      —Estaba de cacería —dijo con cautela y un matiz de recelo.  

      «Cacería» repetí la palabra en mi cabeza, sabía de alguien más que también estaba cazando.  

      —¿Cómo fue que te perdiste?  

Casi lo oí ordenar sus ideas, seguí atizando el fuego.  

      —No estaba muy lejos de casa, pero había estado siguiendo a una manada de ciervos durante todo el día, y cuando me di cuenta ya estaba anocheciendo. Me apresuré a volver, pero no llegué y decidí pasar la noche en el bosque...  

Lo escuchaba en silencio mientras continuaba con la tarea de mover la carne en las brasas.  

      —No fue buena idea —prosiguió—, por la noche cayó una tormenta, me refugié de ella como pude. Cuando amaneció y busqué mi camino, me di cuenta de que estaba más lejos de lo que pensaba. Con la confusión de la tormenta no me había fijado que me alejaba más y más de La Comunidad Roja.  

Tragué saliva, recordando la desastrosa noche de la tormenta, al parecer yo no fui la única afectada esa horrible noche. Sabía que hablaba del mismo día que casi muero congelada, todavía lo recordaba vívido en mi memoria. Me giré para poder verlo, una pregunta importante bailaba en la punta de mi lengua y me sorprendió ver que tenía sus ojos clavados en mí. Con un esfuerzo sobrenatural le devolví la mirada.  

      —¿Cómo fue que te lastimaste la pierna?  

Su rostro tomó una expresión inquieta y desvió la mirada. Esperé a que hablara.  

      —Fue un accidente —dijo en voz baja.  

No le creí.  

      —Eso lo dudo —repliqué fríamente.  

Rápidamente se giró a mirarme, su expresión ya no era la misma. En sus ojos relucía una furia contenida y su mandíbula estaba tensa. 

      «Así que es un tipo malhumorado» pero yo no me acobarde y esperé la verdad.  

      —Tienes razón —dijo brusco e irritado—, un tipo me atacó, pero eso a ti no te importa.  

Me quedé de piedra, y no precisamente por la brutalidad de su respuesta. Una ola de terror corrió por cada fibra y hueso, mi corazón comenzó a latir el doble de rápido y la sangre huyó de mi cara. Sabía a quién se refería. La expresión de Cam volvió a cambiar, en un segundo preocupación y angustia sustituyeron a la irritación y brusquedad, trató de ponerse en pie, pero yo alcé la mano en un gesto para que se quedará dónde estaba, moverse podría empeorar su estado.  

Casi inconsciente quité la carne del fuego y la llevé conmigo a la vieja cama, miles de dudas casi eclipsadas por el miedo corrían veloces por mi mente. Seleccioné la más importante, la crucial: 

      —¿Cómo era? —Mi voz era neutra.  

      —¿Estás bien? —Preguntó él en cambio  

No le hice caso.  

     —¡Contéstame! —no tenía paciencia para hablar con tranquilidad.  

Meneó la cabeza tratando de recordar los detalles de su encuentro.   

      —Era un hombre adulto —frunció el ceño con extrañeza, miró mi ropa e hizo un gesto vago— y vestía casi como tú, no igual, pero el mismo estilo. Ropa desgastada; un abrigo marrón sobre una vieja camiseta blanca y unos pantalones del mismo tono que el abrigo —su mirada adquirió un matiz de sospecha al ver mi falta de reacción.  

Yo misma sabía cómo vestía y parecía que después de todo, en verdad era él. Me puse en pie y empecé a dar vueltas de un lado a otro, todo comenzaba a sobrepasarme.  

      —Lo conoces —por su tono no era una pregunta.  




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