Presa: La Comunidad Roja

EL PRINCIPIO DEL FIN

El tiempo y la tarde transcurrieron tan lento que parecía que el día siguiente jamás llegaría, la cabaña poco a poco comenzó a llenarse de oscuridad, y yo no me moví. Era gratificante estar con otra persona y saber que tus desgracias no son tan malas después de todo, ver que no tendrás que enfrentarlo todo sola. Muy despacio algo parecido al cariño comenzó a florecer en el centro de mi pecho, lo sentí expandirse por cada vena y arteria, la mezcla de sensaciones culminó en una pequeña dosis de alivio junto con una gota de agradecimiento; en silencio le di las gracias al ser que me estaba proporcionando esa paz.  

La noche cayó sobre nuestro refugio y la tormenta disminuyó considerablemente. Antes que la oscuridad fuese absoluta, me zafé del abrazo de Cam y me senté de rodillas en la cama. Lo observé dormir, su rostro casi se veía en total calma y sus brazos seguían en la misma posición, como si aún me rodearán. Tenía la pierna mala colgando del borde de la cama, y su alborotado cabello blanco sobre los ojos, su expresión era ligeramente inquieta, pero después de pasar dos noches con él y escuchar todo lo que me había contado, entendía que era normal.  

Ya no le temía tanto, el terror que sus ojos me producían había sido metamorfoseado hasta transformarse en solo una leve inquietud. Ese lobo y Cam no eran el mismo ser, Cam era humano y ese lobo una bestia, además, seguro que el animal ya estaba muerto. Cam ahora era mi amigo, aunque él me llegase a rechazar algún día, la gratitud que sentía por él siempre permanecería intacta.  

Salí de la cama en silencio, no quería despertarlo. Casi temerosa tomé su pierna y la acomodé sobre las viejas tablas, no era la posición más cómoda, pero no tenía más que ofrecerle. Tomé su capa y arropé su cuerpo con ella, era mi turno de cuidar de él. Me había prometido no sucumbir ante el camino que mañana recorreríamos juntos, y también hacer lo posible para sobrevivir, sabía de sobra que viajar hasta La Comunidad Roja con él no sería un día de campo.  

Volví a acostarme y lancé mi capa sobre mí, la noche sería muy fría. Antes de terminar de acomodarme sus brazos volvieron a rodearme, me apretó contra él y yo sin saber cómo reaccionar, no me opuse. Suspiró en mi oído, profundamente dormido. Parecía estar acostumbrado a dormir abrazando a alguien, como si ya fuese un acto reflejo, algo en lo que no tuviese que pensar. Casi al instante mi cuerpo entró en calor, después de tanto tiempo sola, había olvidado lo que es estar calentita. Nunca había dormido con nadie, ni siquiera con Alan, esta era una de muchas primeras experiencias.  

      «Y no todas malas» murmuró mi subconsciente. Fruncí el ceño antes de caer dormida, a veces la odiaba. 

*** 

Gotas de sudor bañaban mi rostro, me desperté abochornada, cada parte de mí se sentía pegajosa y caliente. Sin abrir los ojos me estiré, o al menos lo intenté, las largas piernas de mi amigo me tenían atrapada y casi estrangulada, cuidadosamente maniobré y al fin logré zafarme.   

Limpié el sudor de mi cara con el brazo al tiempo que bostezaba, la noche había sido pacífica a pesar de haber tenido un mal sueño, pero no logré recordar lo que había soñado. Cam seguía profundamente dormido, sus largas pestañas resaltaban unos altos pómulos sonrosados, el cabello blanco estaba hecho un haló sobre su cabeza y tenía la boca ligeramente abierta; sin duda estaba durmiendo muy cómodo. Me deslicé fuera de la cama y me dirigí a la puerta, ya no se escuchaba el aullido del viento y todo en el bosque volvía a ser pacífico, lo único que quedaba de la tormenta era la inmensa cantidad de nieve y uno que otro árbol caído. Nubes espesas llenaban el cielo de un extremo al otro, pero me parecía que el clima se mantendría así por un tiempo. Habíamos elegido un buen día para ponernos en marcha. 

Lancé un suspiro, cada vez más cerca.  

Cerré la puerta y volví adentro, quería partir cuanto antes y debía prepararme. Pero apenas me di la vuelta me llevé un susto de muerte, Cam estaba sentado frotándose los ojos con los nudillos. Me dirigió una pequeña mirada antes de agacharse para ponerse las botas, me llevé una mano al pecho e hice mi camino hasta la vieja mecedora. Recliné la cabeza contra el respaldo de la silla, impaciente. Cam seguía inclinado y se examinaba la pierna a conciencia, pero sin descubrir la herida ¿No quería que viera que tan mala estaba? Fruncí el ceño.  

      —¿Tan mal está? —Me atreví a preguntar al ver que no se erguía.  

Alzó la mirada.  

      —No, creo que ya estoy bien.  

Asentí aliviada.  

      —¿Entonces podemos ponernos en marcha?  

Frunció los labios mientras se enderezaba.  

      —Supongo que sí —accedió de mala gana. Reprimí la sensación de que tal vez no quisiera llevarme con él.  

Me pasé la lengua por los labios antes de ponerme en pie, lo dejé en lo suyo y me puse a recoger mis cosas. Tomé ambos cuchillos y me los guardé en los bolsillos, los ojos de Cam siguieron mis movimientos.  

      —Bonitas dagas —comentó en tono neutro.  

      «¿Dagas?» Pensaba que solo eran cuchillos.  

      —Se llama así a esa clase de cuchillos —dijo como explicación.  

Era tonta de veras, eran míos y ni siquiera conocía sus nombres correctos.  

      —Ah, entiendo —respondí y le di la espalda para ponerme la capa.   

Me calé la capucha en la cabeza al tiempo que escuchaba a Cam ponerse la suya, y me di cuenta que ya no volvería a ese lugar nunca. Tomé un profundo suspiro y me planté en la fachada de la cabaña, mientras esperaba que mi amigo terminará de prepararse me dedique a pasar los dedos por la madera vieja de la cabaña, echaría de menos ese lugar. Fue mi primer refugio en este nuevo mundo, me protegió del frío y la inclemencia de Sacra. La melancolía afloró en mí, de verdad la extrañaría.   

Un toque cálido en la mano me sacó de mi ensimismamiento, bajé la vista a los dedos de Cam en los míos. Me dio un leve apretón, le di otro en respuesta.  




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