19 de noviembre de 1999
1
Aquella tarde Gastón se dirigió a la casa de sus padres. Al acercarse no pudo evitar contemplar los oscuros cuervos que se posaban sobre el tejado del hogar, observándole como si fuera un animal moribundo. Algo andaba mal en su hogar, su hermana había regresado, pero, de todas formas, la alegría que siempre impregnaba el lugar con las risas de las pequeñas parecía algo muy lejano, tan solo un tenue recuerdo que se desvanecía en el olvido, reemplazado por la tristeza y el vació que la muerte de Lucia había dejado.
–Hola padre! –Saluda levantando su mano derecha al ver a Pedro picando leña con una enorme hacha junto al horno de barro en el cual tantas veces su madre había hecho pan.
–Hola hijo. –Le contesta, mientras seguía impactando una y otra vez la madera con el filo de su hacha.
–¿Cómo está todo? Veo que usas tu vieja terapia de picar la leña cuando estas estresado.
–No del todo bien. Sabes que esto me ayuda a aliviar la tensión. –Dijo intentando mostrar una sonrisa.
–Sé que están pasando por mucho. He venido a ayudarlos en lo que necesiten. Ustedes son mi familia.
–Te lo agradezco hijo. Las cosas no han estado muy bien con tu hermana. –Dijo el hombre apoyando el hacha contra un gran leño y secándose el sudor de la frente con su antebrazo. –Llevo casi tres días sin dormir. La que regresó es nuestra Emilia, pero al mismo tiempo siento que no lo es.
–A que te refieres con eso?
–Algo es diferente en ella. No nos habla. Simplemente permanece acostada mirando hacia el techo. Durante la noche es peor. Cerca de la medianoche comenzó a gritar desesperada y a sacudirse en su cama. Tu madre y yo corrimos a socorrerla. ¿Y sabes que nos dijo? Nos dijo que el diablo estaba allí junto a ella. La verdad es que nunca fui un hombre muy creyente, pero el escuchar esas palabras, sentí un fuerte escalofríos que me recorrió toda la espalda hasta llegar a la nuca, como si de verdad hubiera habido una presencia maligna allí con ella.
–Debes entender padre, ella ha pasado por algo horrible. Es normal que tenga pesadillas e identifique al animal que las atacó como el demonio. Solo piensa lo horrible que debió ser para ella ver morir a su hermana y pasar todo ese tiempo, sola, perdida.
–Lo mismo pensé. Hasta que vi estos malditos cuervos. Desde que ella volvió, han invadido los campos, se comen mis plantas y se posan en el tejado. Ya no sé qué creer hijo. Creo que me estoy volviendo loco.
–Claro que no estás loco. Lo de los cuervos creo que puede explicarse por la tormenta. Quizás los haya desviado hacía aquí y tu campo se puso a su alcance. No es motivo para preocuparse. Eres Pedro Stevenson, dios santo. Qué pensaría la gente si se enterara que crees en esas cosas. Lo que pasó fue terrible, pero podemos agradecer que recuperamos a Emilia. Ella necesita nuestro apoyo.
–Creo que tienes razón hijo. De igual modo, tu madre la está preparando para llevarla al hospital. De verdad nos preocupa su salud. No quiere comer nada, tiene esos arranques de locura y tiene una enorme herida en la pierna que no se cura. Creo que tiene una infección.
–De cuerdo padre. Los acompañaré. Es bueno poder ayudarlos y más en estos momentos.
Gastón volteó al escuchar la puerta delantera abrirse. La pequeña Emilia se asoma caminando con su mirada clavada en el suelo. Los cuervos se alborotan y emprenden el vuelo.
–Hola hermanita. –Se acercó a saludarla, pero ella ni siquiera le presta atención.
–Lo ves? Ella no presta atención a nada a su alrededor. Como si estuviera atrapada dentro de su propia mente.
Su padre sujeta la mano a la pequeña, pero esta la quita. Cuando la señora Stevenson sale de su hogar, su rostro refleja el enorme cansancio al que ha sido expuesta esos trágicos días. –Hijo gracias por venir. Eres como un vaso de agua en medio del desierto.
–Hola madre. –Le devolvió el saludo con un gran abrazo. –He venido a acompañarlos y a ayudarlos en lo que necesiten. Sé que estando unidos como familia podremos superar todos los obstáculos. Así que vamos al hospital, para que muy pronto pueda tener a mi querida hermana completamente recuperada.
Al llegar al hospital, el Doctor Claudio Alberto Pérez, el único clínico con el que contaba el aislado poblado, se apresta a revisar a la pequeña en una pequeña habitación que hacía las veces de consultorio. –Veamos que tenemos aquí. –Dijo el anciano médico, mientras iluminaba los ojos de la niña que lo miraba fijamente sentada en la camilla.
La mirada de Emilia estaba fija en el rostro del doctor, sus pupilas se dilataron levemente ante la luz de la pequeña linterna.
–Abre la boca por favor. –Le solicitó para observar detenidamente la garganta de la niña. Luego de ello procedió a tomarle la temperatura, su sorpresa fue muy grande al darse cuenta de que estaba más fría que una persona normal. El termómetro acusaba unos preocupantes 33 grados centígrados.
–Esto es muy raro. Creo que debemos dejarla unos días en observación aquí en el hospital. Si no muestra mejoría, tramitaremos su traslado hasta la ciudad a algún hospital de mayor complejidad.
–Pero que es lo que tiene doctor? –Preguntó el padre preocupado.