3 de diciembre de 1999
Jonathan se levantó temprano esa mañana. La noche había sido difícil, los contantes aullidos de la criatura no le permitieron dormir. El creciente temor de que su visión se hiciera realidad y su hermano terminara devorado en vida lo aterraba. Entonces, mientras miraba por su ventana como los cultivos se mecían por el viento, como en tantas ocasiones Jonathan se pierde en sus pensamientos. Pensamientos que siempre fueron su escape de la realidad, pero esta vez sus pensamientos le llevaron a remover sus recuerdos más terribles.
Los recuerdos de aquel terrible día, hace ya hace más de diez años. Al igual que ese día, aquella tarde en los inicios de la década de los 90 era muy calurosa, Jonathan quien en ese momento solo era un niño de 14 años, se encontraba sentado sobre el tronco caído que reposaba en su patio delantero, su mirada estaba perdida hacia el camino de tierra colorada que comunicaba su casa con el resto del pueblo.
Luego de cumplir con las responsabilidades de la escuela, lejos de poder descansar, Jonathan debía ayudar a su padre. Era una tarea extenuante, debía regar y poner abono en las lechugas de los grandes invernaderos que tenían detrás de la casa, juntar los huevos puestos por las gallinas en los gallineros con el siempre presente peligro de recibir algún picotazo de un ave enfurecida.
Esa tarde, luego de un arduo día de trabajo, Jonathan descansaba en el árbol caído. Sus manos doloridas estaban llenas de ampollas y raspones. En su cabeza se agolpaban toda clase de pensamientos, él no quería pasar el resto de su vida en San Antonio, quería alejarse lo más posible de aquel pueblo. Estaba tan sumido en sus pensamientos, que no escuchó cuando su madre se sentó a su lado.
–¿Que sucede hijo? – le preguntó su madre poniendo su mano en su hombro suavemente.
Jonathan se sobresalta – ¡Madre, me has asustado!
–Todos los días observo como quedas en el mismo árbol, con esa expresión perdida en tu rostro. A veces quisiera saber que está pasando por tu cabeza.
–No es nada madre, es solo cansancio, ya sabes, papá me exige mucho.
Su madre lo mira con ternura y sonriendo le dice –Tu padre puede ser muy exigente y severo, pero él te quiere, y la razón de exigirte tanto es que quiere que todo esto un día sea tuyo. Por lo quiere que aprendas a manejar la tierra.
–Pero madre, yo no quiero quedarme en San Antonio el resto de mi vida. Quiero irme. No quiero ser un agricultor para siempre. –Le contesta Jonathan ante la sorpresa de Elisabeth.
En ese momento observan a lo lejos dos niños que vienen caminando en el abrazador sol. –Mira son tus amigos. –Le dice la madre.
Los niños llegan cansados, con sus remeras completamente empapadas de sudor. Eran Javier y Fernando.
–Hola señora Jakov. ¿Cómo está? – saluda Javier.
–Hola chicos. ¿Qué hacen caminando con este calor? ¿Y Javier que haces con medias hasta las rodillas? – dice la mujer sorprendida al ver al pequeño vestido con una musculosa blanca, un pantalón corto, unas zapatillas de cuero negro, y unas, en apariencia calurosas medias negras subidas hasta la rodilla.
–Ah esto. ¡Esto es culpa de su hijo! –le dice Javier algo enojado, y comenzó a relatar una anécdota. –Resulta que Jonathan, aquí presente, me pidió que lo acompañara al supermercado del centro a hacer unas compras. Íbamos tranquilamente caminando por la avenida, cuando observamos un perro acostado plácidamente del lado de la calle por el que iba Jonathan y como al parecer, tiene un miedo irracional hacia los perros se corrió hacia el otro lado, dejándome del lado del perro.
–No me digas que el perro te mordió. – interrumpe Elisabeth.
–Pues sí. Al parecer el valiente cambio de lugar de su Jonathan provocó que el perro se alterase. Cuando me di cuenta, sentí un fuerte mordisco en mis pantorrillas, agacho mi mirada y veo al perro sujetando mi pierna, subo la mirada nuevamente y digo ayúdame Jonathan, y veo como se aleja corriendo valientemente.
–Es que pensé que tú también estabas corriendo, no me di cuenta que te había mordido el perro. –dijo Jonathan intentando justificarse.
–Eso no fue lo peor. - continuó relatando Javier – El sonido del perro mordiéndome, atrajo a otro perro más pequeño, pero no con menos dientes, que también empezó a morderme la otra pierna. Así que me encontraba en el suelo revolcándome con dos perros que me mordían.
–Bueno, pero cuando me di cuenta volví y le arrojé piedras a los perros. – Dijo Jonathan sonriendo y encogiéndose de hombros.
–Ah claro. Todo un héroe. Gracias por eso. –Dijo Javier en tono irónico. –Así que, en resumen, señora, tengo que andar con estas poco estéticas y calurosas medias para tapar las heridas.
–Yo creo que te quedan bien. - Dijo la señora Jakov y todos echaron a reírse a carcajadas.
–¿Y que los trae por aquí? –Preguntó Elisabeth.
–Vinimos a buscar a su hijo. –contestó Fernando. - Estamos haciendo un proyecto de video. Mi hermano nos ha prestado su cámara VHS, y estuvimos ahorrando y compramos unos cassettes vírgenes y queremos hacer un documental sobre el pueblo.
–Que interesante. ¿Y dónde quieren ir a filmar? – pregunta Elisabeth.