Presagio De Muerte

PARTE XIX

3 de diciembre de 1999

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21:30

Jonathan se encontraba sentado en el sofá mirando el viejo cuadro familiar. Habían pasado tantos años desde que habían tomado esa fotografía que ya ni siquiera lo recordaba. Allí estaban los rostros de su madre y de su padre, la alegre sonrisa de un pequeño Franco, y también estaba él, aunque tenía una falsa sonrisa plasmada en su rostro, se podía percibir la tristeza y la soledad en el rostro de aquel niño. Y ahora, años después, esa soledad y tristeza continuaban allí, como siempre, pero ahora había algo más. La angustia de saber que algo estaba a punto de ocurrir le apretujaba sin piedad su corazón.

Sabía que su hora estaba cerca. No podía evitar pensar en cómo sería. Quizás un repentino dolor en su cabeza y de repente todo se volvería negro, o quizás aquella bestia entraría de repente haciendo añicos la endeble puerta de su hogar y lo haría pedazos mientras un enorme charco de sangre se formaría a su alrededor. Cualquier opción era aterradora, pero lo que más le aterraba era la idea de dejar a su hermano solo. Aquel pobre niño debería ver morir al único familiar que le quedaba. Aquel niño debería crecer absolutamente solo, sin nadie con quien contar. Él no quería hacerle eso a su hermano, pero en el fondo de su alma sentía que era inevitable que eso pasara.

–Nuevamente tienes esa cara. —Le dice Franco sentándose a su lado.

–¿A qué te refieres?

–Esa cara de que pronto ocurrirá una tragedia. Últimamente tienes esa cara todo el día. Si algo está pasando tienes que decírmelo. Por favor, solo dímelo. Pase lo que pase yo estaré allí.

–No es nada... es solo que...

Jonathan no pudo seguir hablando. Frente a él, estaba nuevamente la aterradora figura oscura. La muerte había llegado.

–Por favor todavía no...–Le suplicó a aquel fantasmal ser.

–¿A quién le hablas? –Preguntó Franco desconcertado.

Jonathan comienza a llorar. Abraza a su hermano. Siente que era la última vez que estaría juntos.

Entonces escuchan a alguien gritar desde afuera.

–¡Jonathan Jakov! –Gritaba alguien.

–¡Sal ahora mismo! –Gritó otra persona.

Jonathan mira por la ventana. Frente a su hogar había un grupo de más de diez personas. Todas tenían su rostro cubierto. Y frente a ellos estaba aquel hombre de negro que intentó matarlo aquella noche en el hospital.

Entonces comprendió que no sería la bestia ni la enfermedad lo que acabaría con él, sería la misma gente del pueblo que lo vio crecer.

Una sombra pasó por la ventana trasera. Habían rodeado la casa por completo. No había donde escapar.

–Escucha hermano. Quiero que te quedes aquí. Pase lo que pase quiero que te quedes aquí. Busca donde esconderte.

–¿Acaso te has vuelto loco? No voy a dejarte.

–Entiende por favor. Esto debe ser así. No quiero que salgas lastimado. Ahora por favor quédate aquí.

Entre lágrimas, los hermanos se abrazaron.

–Jonathan Jakov ¿Acaso no piensas salir?

El sonido de líquido siendo vertido en las paredes de su hogar le hizo comprender que estaban a punto de incendiar la casa con ellos dentro. Si no salía ambos morirían. La locura y el miedo se habían apoderado de aquellas personas. Harían cualquier cosa por recuperar la paz en el pueblo, incluso matar.

Jonathan abrió la puerta lentamente y salió con las manos en alto.

–No tiene que ser así. No he hecho nada malo.

Pero no pudo seguir hablando. Un fuerte golpe en la cabeza que alguien le dio por detrás lo hizo caer. Lo siguiente que sintió fue como era arrastrado por dos personas que luego lo arrojaron con violencia. Sujetándose la cabeza por el dolor alzó su vista. Se encontraba a los pies de aquel hombre vestido de negro y con aquella mascara atemorizante.

–Traigan al niño también. –Se escuchó decir a alguien.

–¡Noo! ¡Déjenlo en paz! –Gritó Jonathan desesperado viendo como su hermano era arrastrado y arrojado junto a él.

–Por favor. Es solo un niño inocente. Él no ha hecho nada. Solo déjenlo ir. No me resistiré. Sé que mi hora ha llegado, pero él no merece morir.

El hombre de negro permanece en silencio, pensando. Luego hace una señal con la cabeza y otros dos hombres levantan al niño.

–Dejen que se vaya. –Dijo el hombre con aquel extraño acento.

–No voy a dejar a mi hermano. Déjenlo ir. –Gritaba Franco forcejeando con aquellos hombres.

–No seas tonto. Debes irte. ¡Corre! –Le gritó Jonathan.

–Pero...

–¡Correeee!! –Gritó nuevamente.

Franco comenzó a correr lo más rápido que pudo hasta internarse en los cultivos.

–Ese acento no es de aquí. ¿Por qué no muestra su rostro... Padre Bernard? –Preguntó Jonathan al pensar que la única persona en el pueblo que no hablaba perfectamente el español era aquel joven sacerdote.




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