Presos de Sangre

Introducción

¡Hola! Mi nombre es Andrei. ¡Sí, así como suena! Es un nombre poco común, sobre todo en el lugar de donde vengo. ¿Segundo nombre? ¿Quién usa segundo nombre? A fin de cuentas, es innecesario y, además, es gracioso porque todos lo olvidan.

Mi apellido es “Martínez”, bastante corriente, ¿no? En España se suelen usar dos apellidos, pero sinceramente creo que es algo absurdo y sin sentido. Pero bueno, cada quien con lo suyo.

Nací hace veinticinco años en una pequeña ciudad al norte de Argentina. Hace tres años, vine a Europa buscando nuevos horizontes, como mucha gente lo hace cada año.

El primer año al llegar, estaba muy emocionado por viajar y conocer lugares que casi siempre vi solo en películas, como el Reino Unido, Holanda, Dinamarca, entre otros. Pero la realidad es que, para lograr cumplir con los pequeños y grandes sueños, hay que trabajar muy duro. A medida que se ocupa el tiempo en trabajar, también se gasta el dinero poco a poco en tonterías, sobre todo cuando se es joven. Eso es de lo que hablo casi todo el tiempo: del dinero que gasto en tonterías, mientras otros ahorran y forman su vida, yo pienso en las cosas que debo pagar.

Ahora estoy soltero y, si me preguntan, les diré que no he tenido novia en bastante tiempo. Creo que vivir solo me ha hecho no querer compartir mi espacio con nadie, pero no lo sé con certeza. Solo lo digo especulando, porque cuando uno habla sobre sí mismo, es más difícil que hablar de otra persona. Me conseguí un trabajo a medio tiempo que al final se convirtió en uno de tiempo completo. Me dieron la libertad de elegir si quería hacer horas extras, y como estoy tratando de ahorrar dinero y no tengo otra cosa que hacer, pues trabajo. Seguro se preguntarán, ¿de qué trabajo? Bueno, me compré una bicicleta para convertirme en mensajero. Llevo cosas como comida o hago algunos mandados para gente que necesita mis servicios. A simple vista, mi vida no era muy interesante. Digo “era” porque actualmente ha cambiado un poco, y en un momento les voy a contar por qué.

Era invierno, pleno febrero, y si mal no recuerdo, era martes. Ese día no fui a trabajar por la mañana porque preferí dormir hasta las seis, así que decidí trabajar por la tarde. Como la gente prefiere quedarse en casa, tuve más trabajo de lo normal. Como a eso de las dos de la madrugada tuve mi último pedido, hice lo que hago siempre: entrego y me voy. Recuerdo que hacía bastante frío y en la calle a esa hora no había ni un alma.

Lo que hice fue subirme a mi bicicleta y tomar un camino diferente. Normalmente es una especie de calle donde solo circulan vehículos con motor y las aceras son muy delgadas, donde camina la gente durante el día.

Hacia los costados se conecta con otras calles de adoquines, que te llevan directamente a los cascos antiguos y a peatonales que suben y bajan. Por lo general, son delgadas y no hay muchas casas a los alrededores, sino más bien bancos y negocios, por lo que parecen callejones. Si me preguntan, a mi parecer es una rambla parecida a la de Barcelona.

Cuando estaba descendiendo por una rotonda, que está justo antes, noté que la rueda trasera estaba pinchada. —¡Mierda! —Yo creo que la suerte se burla de mí todo el tiempo.

Me bajé y, mientras iba caminando con la bici al lado, mi cara estaba desfigurada por la bronca y los insultos no faltaban. “Bicicleta hija de puta”, “Suerte maldita” y cosas así, típico de alguien bien cabreado. Luego de caminar un poco, suspirar y exhalar, me calmé. Solo caminé en silencio, sabiendo que me quedaban como 50 minutos para llegar y meterme a la cama.

Me estaba aproximando a una esquina donde quedaba la última calle de adoquines de la rambla. Después debía hacer una curva larga que me dejaba directo sobre una avenida y, de ahí en adelante, era todo recto. Bueno, ese era el trayecto que mi mente había trazado.

Cuando me acercaba a dicha esquina de la delgada y solitaria calle empedrada, miré a mi izquierda y vi a una pareja que, a simple vista, estaba abrazada y pensé: "Qué suerte tienen algunos en este frío". Ese momento se sentía mucho más lento de lo normal. Escuchaba unos pequeños quejidos de la chica, que sonaban como de placer, y me dije: "Se ve que la pasan bien", mientras en mi cabeza me hacía la película. Como soy algo curioso, miré otra vez.

Así que, disimuladamente, giré mi cabeza despacio y de reojo observé. Les juro que luego de verlos me sorprendí y, además de curioso, siempre he sido observador, así que noté instantáneamente varios detalles que me confundieron.

Al parecer, el hombre que aparentaba ser el suertudo novio o amante, que por cierto estaba de espaldas hacia mí, la sujetaba por la cintura y un poco más arriba mientras tenía su cabeza en su cuello. Hasta me dio la ligera impresión de que la apretaba y la sacudía, pero sus pantalones no estaban bajados y las piernas de ella no estaban cruzándolo como para pensar que estaban teniendo sexo en la calle. Por otra parte, la mujer no lo abrazaba como suele ser normal en una pareja de enamorados, sino que su brazo colgaba hacia un lado al igual que su cabeza. En el suelo estaba su bolso y al lado unas llaves que parecían ser del auto. Cuando subí la mirada, noté que ella me estaba viendo y creí haber visto una lágrima caer por su mejilla manchada en negro por lo que podría ser su rímel.

Volví la cabeza rápidamente, un poco avergonzado porque pensé que ella podría tomarlo a mal… Y aquí viene el punto de esta historia. Cuando estaba por pasar el último adoquín hacia el otro lado de la calle, con mi cuerpo dividido entre el final y la pared, escuché una palabra que me paralizó por completo, erizándome la piel y, sobre todo, confirmándome que entre tantos pensamientos que tuve al observar aquella escena, uno de ellos era el correcto y el menos deseado…

—¡Ayúdame!—

Seguro se preguntarán qué fue lo que hice y yo me pregunto qué hubieran hecho ustedes. Inconscientemente, mi cuerpo se detuvo, no pude seguir avanzando. ¡A ver! No me pregunten cuánto pasó porque les juro que perdí la noción total del tiempo. Mis ojos se cerraron y, sin tener control total de mi boca, solo me salió de muy dentro decir: “Hubiera preferido que solo estén teniendo sexo normal, como cualquier persona común en invierno, aunque fuera en medio de la calle”.




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