Stacy despertó temprano. La luz suave entraba por la ventana del apartamento, dibujando líneas doradas sobre las sábanas aún tibias. A su lado, Mateo dormía profundamente, con el rostro sereno, sin rastro de las sombras que lo habían acompañado semanas atrás. Esa calma, ese momento… fue lo primero que le hizo entender que ya sabía lo que quería.
No necesitaba más tiempo.
Se levantó sin hacer ruido, preparó café y se sentó frente a su computadora. El correo de la ONG internacional seguía ahí, con su promesa de prestigio, aventura, nuevos caminos. Pero al leerlo otra vez, Stacy no sintió emoción… solo distancia.
Releyó su propuesta. Luego abrió un documento nuevo. Tecleó una respuesta clara, honesta, firme:
Agradezco profundamente la oportunidad. Su misión es admirable y me honra haber sido considerada. Pero he decidido quedarme en Toronto, donde he encontrado no solo un proyecto de vida, sino un compromiso personal que merece ser cultivado. Espero podamos colaborar desde aquí, en otro formato. Con gratitud, Stacy Duarte.
Respiró hondo antes de darle a “Enviar”.
Fue un suspiro de certeza. Por primera vez en semanas, su alma no dudaba.
Horas después, mientras caminaba por las calles de Toronto, Stacy sintió que la ciudad la abrazaba diferente. Ya no era solo el lugar donde Mateo vivía; era su hogar también. Uno que había elegido, no por obligación, sino por amor.
Ese mismo día recibió una llamada inesperada: una importante fundación canadiense enfocada en deporte comunitario había visto su trabajo con la fundación en Colombia y quería conocerla. Le propusieron una reunión para explorar alianzas, becas deportivas para niños migrantes y programas inclusivos en barrios marginados de Toronto.
—Queremos traer tu experiencia aquí —le dijeron—. Crear algo local, sostenible, y visible. Con tu liderazgo.
Stacy colgó con el corazón acelerado. No solo era quedarse: era crecer desde donde estaba.
Por la tarde, cuando Mateo regresó del estadio, la encontró organizando papeles, sonriendo sola.
—¿Buenas noticias? —preguntó, dejando su mochila en el suelo.
—Acabo de rechazar Madrid —dijo ella sin rodeos—. Me quedo aquí.
Mateo parpadeó. Se acercó lentamente, como si necesitara asegurarse de que había escuchado bien.
—¿Estás segura?
Stacy asintió. Luego lo abrazó por la cintura, con fuerza.
—Estoy donde quiero estar. No necesito correr más.
Él la besó en la frente. Y en ese gesto silencioso, le agradeció por todo.
Los días siguientes fueron una mezcla de renovación y movimiento. Stacy fue a su reunión con la fundación canadiense, presentó su visión, compartió sus experiencias en Colombia, y propuso crear un programa piloto en tres barrios de Toronto.
La respuesta fue inmediata: estaban dentro.
—Comencemos en primavera —le dijeron—. Toronto te necesita.
Stacy volvió a casa con papeles, contratos y una sonrisa tan grande que a Mateo le bastó mirarla para saber: ella estaba floreciendo.
Esa noche salieron a cenar con Julie y Cami. Las chicas celebraban su decisión con entusiasmo, mientras Mateo brindaba en silencio, observándola con admiración.
—¿Y ahora? —le preguntó Julie—. ¿Qué sigue?
—Construir algo grande aquí —respondió Stacy, sin dudar—. Y cuidar lo que amo.