Princesa De La Muerte

08 - Valery

El golpe lo derriba de inmediato. Su cuerpo cae pesadamente junto a su moto, y por un segundo me quedo ahí, observándolo. No porque me preocupe si está bien, sino porque quiero asegurarme de que entienda lo que hizo.

Pero no es suficiente. No después de lo que intentó.

Aunque morir no es algo que me preocupe realmente.

Lo agarro del brazo y lo arrastro lejos de la moto sin ningún cuidado. Apenas tiene tiempo de recomponerse cuando le suelto una patada en el estómago.

-¿Querías matarme? -escupo las palabras con rabia, viendo cómo se retuerce en el suelo, luchando por recuperar el aire.

El cabrón jadea, intentando decir algo, pero no me interesa escuchar excusas. Mi corazón sigue latiendo con fuerza, la adrenalina sigue en mi sistema y todo en mí me pide seguir golpeándolo hasta que entienda lo que pudo haber causado. Si no fuera por mis reflejos, podría haberme estrellado contra el pavimento a toda velocidad. Podría estar muerta. De nuevo.

-¡Valery!

La voz de Xavier irrumpe en la escena. Lo veo acercarse corriendo. Me toma de los hombros con fuerza, su mirada buscándome con urgencia.

-¿Estás bien?

-Sí -respondo con frialdad, todavía molesta. No lo miro, solo me concentro en el idiota que casi me hace perder la vida-. No quiero que vuelva a correr jamás.

-Así será -dice Xavier con voz más calmada, soltándome-. Eso está prohibido. Pudo causar un accidente y no solo matarte a ti, sino también a los otros corredores.

Lo dice con seriedad, pero sé que también está enojado. Xavier puede tolerar muchas cosas en estas carreras clandestinas, pero lo que jamás deja pasar es la gente sucia. Aquellos que juegan con la vida de otros por pura desesperación o, peor aún, por un capricho de ego.

El tipo en el suelo intenta incorporarse, pero Xavier no se lo permite. Sin dudarlo, le suelta un derechazo en la cara, haciéndolo caer nuevamente.

-No quiero volver a verte aquí -su voz es firme, no hay espacio para discusión-. Lárgate antes de que ella -me señala con la cabeza- te mate a golpes.

-Y ganas no me faltan -añado, fulminando al tipo con la mirada. Me tenso, pero me obligo a respirar hondo. No vale la pena ensuciarme más las manos-. Pero no quiero joderme los nudillos. Prefiero seguir corriendo.

El imbécil no espera más. Se tambalea mientras se levanta, corre hacia su moto y desaparece en la noche sin mirar atrás.

Xavier me observa en silencio por unos segundos antes de sonreír con obviedad.

-Ganaste... -dice.

No respondo. Claro que gané. Lo sabía desde el momento en que me subí a la moto.

-¿Te doy tu dinero ahora o después?

-Después. Aún tengo carreras que ganar -respondo con indiferencia, encogiéndome de hombros-. Apúntame en la siguiente con el dinero que gané en esta. Voy a beber mientras empieza.

No espero su respuesta y camino directo al puesto de alcohol. Me arde la garganta de la sed y el coraje, y la cerveza ya no me parece suficiente. Pido algo más fuerte: tequila.

(...)

Ocho carreras. Ocho victorias.

La noche pasó en un abrir y cerrar de ojos. Corrí, reí, grité y sentí la adrenalina recorrer cada célula de mi cuerpo. Ahora, mientras recojo mi pago, todavía puedo sentir el eco de los motores rugiendo en mis oídos.

-Doscientos mil -dice Xavier, entregándome un fajo grueso de billetes-. Hace mucho que no entrego esta cantidad a la misma persona.

Su tono es divertido, pero sé que también está impresionado. Yo, en cambio, tomo el dinero con tranquilidad.

Veinte mil de cada carrera, más cuarenta mil de las ganancias por las apuestas.

Es poco comparado con otras ocasiones. He corrido tantas veces, en tantas vidas. Que estás vueltas me parecen un juego de niños.

-Hace mucho que no corría -respondo con una sonrisa arrogante.

-Eso es cierto -asiente-. ¿Correras de nuevo?

-Obvio -guardo el dinero en mi chaqueta-. Me hace falta esta adrenalina... y partir algunas caras.

Xavier suelta una carcajada, negando con la cabeza.

-Bueno, avísame cuando quieras correr otra vez.

-Lo haré. Ahora me voy, tengo clases.

Clases. Qué irónico. Aún con el cuerpo vibrando por la velocidad y los golpes, ahora tengo que cambiar de rol y regresar a la normalidad.

Camino hacia mi moto. Son las cinco de la mañana. Me coloco el casco, que había quedado tirado cerca del puesto de alcohol, y arranco rumbo a casa.

El rugido del motor se apaga cuando llego. Entro directamente a mi habitación, sintiendo la electricidad aún recorriéndome los músculos. Mi cuerpo debería estar cansado, pero no lo está. No todavía.

Voy al closet y elijo lo primero que veo: una camisa gris de manga larga, jeans negros rasgados en las rodillas y una bufanda crema. Me calzo unos tenis blancos y me acerco al espejo.

Me cepillo los dientes y, con movimientos rápidos, aplico un poco de labial. No tengo paciencia para más.

Tomo mi bolso, paso por la cocina para agarrar una manzana y me dirijo al garaje. Ahí está mi otra moto, con sus detalles en rosa y negro brillando bajo la luz tenue del amanecer.

Salgo, cierro el garaje y me incorporo al tráfico con facilidad. La ciudad empieza a despertar, pero para mí, la noche apenas está terminando.

Cuando llego a la universidad, estaciono la moto, me quito el casco y voy directo a mi casillero. Por suerte, no me he encontrado con las chicas, y Erick ha estado evitándome desde que entré. Eso es un alivio.

-Hola -una voz familiar interrumpe mis pensamientos.

Ruedo los ojos. No necesito mirar para saber quién es.

El puberto de siempre. Sonríe con esa maldita alegría contagiosa que me exaspera.

-Deshacerme de ti es imposible -bufé, cerrando la puerta del casillero con más fuerza de la necesaria.

Él solo ríe, como si nada le afectara.

-No me apartaré de ti. Qué bueno que lo tengas claro.- solté un bufido irritado.




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