Estoy en la línea de salida, el motor de mi moto vibrando debajo de mí, la adrenalina recorriéndome las venas. Esta vez no me voy a contener.
Aprieto el manillar con fuerza, sintiendo la textura del cuero bajo mis guantes. Marina se coloca en el centro con el típico pañuelo blanco entre las manos. Lo levanta en el aire, dándonos los últimos segundos antes de que todo inicie.
El ruso está a mi lado, su moto rugiendo impaciente. Puedo sentir su mirada de reojo, probablemente preguntándose si la fama de "La Reina" es solo un mito.
Le demostraré que no lo es.
El pañuelo baja.
Suelto el freno de golpe y acelero con toda mi fuerza. La velocidad es mi aliada. El aire golpea contra mi cuerpo, la vibración del motor se fusiona con la euforia de la carrera.
-Comerás polvo, ruso -murmuro con una sonrisa torcida mientras lo dejo atrás.
Siento cada curva, cada recta, cada leve inclinación del terreno. La pista es una extensión de mi cuerpo. Mis reflejos están afilados, mis movimientos precisos. La gente grita a los lados, pero yo solo escucho el rugido de mi moto y el latido de mi corazón.
(...)
La carrera ha terminado.
¿El resultado?
¡Gané!
No puedo evitar sonreír con satisfacción cuando Xavier llega a mi lado. Su sonrisa es enorme, como si fuera él quien hubiera ganado.
-Muy bien hecho, Reina. Sabía que eras la indicada.
Me encojo de hombros con fingida indiferencia.
-Sabes que nunca pierdo. Y menos cuando me subestiman.
El ruso y el puberto se acercan. Ambos tienen expresiones diferentes. El puberto me observa con esa sonrisa maliciosa de ayer, la que le queda mejor que la de siempre. El ruso, en cambio, me mira con una mezcla de incredulidad y respeto.
-Ahora entiendo por qué te llaman así... Su Majestad -dice con una reverencia burlona.
Alzo una ceja, esperando su siguiente comentario.
-Eres buena -añade finalmente, reincorporándose.
Sonrío con diversión.
-No subestimes a nadie por su pinta de no matar ni una mosca.
Miro de reojo al puberto. Su sonrisa ha cambiado. Ahora es la de siempre: inocente, casi tonta. Me gustaba más la otra.
Ruedo los ojos y me giro hacia Xavier.
-Me voy. Guarda mi paga para la próxima carrera.
-Hecho -asiente con una risa.
-Y encuentra mi casco. No tengo idea de dónde diablos quedó esta vez.
Xavier ríe y yo arranco la moto, alejándome del lugar.
Cuando llego a casa, apenas tengo energía para dejar la moto en el jardín. Estoy demasiado cansada para meterla al garaje.
Subo las escaleras con pasos pesados y me dejo caer en la cama sin siquiera cambiarme de ropa.
-Correr diario no parecía tan mala idea... pero ahora me está pasando factura -murmuro con los ojos cerrados.
Dos semanas corriendo sin parar, sin dormir lo suficiente. Mi cuerpo ya está resintiendo el desgaste.
Ni siquiera sé en qué momento me quedo dormida.
Horas después, el sonido de la alarma me arranca del sueño. Siento el cuerpo pesado, los párpados pegados de cansancio. Maldigo internamente mientras me levanto y voy directo a la ducha.
El agua caliente relaja mis músculos, pero no borra del todo la fatiga. Voy a necesitar mucho café.
Salgo envuelta en una toalla y voy al clóset. Necesito algo cómodo pero con estilo.
Escojo lencería de encaje negra y un vestido blanco con detalles de flores oscuras que llega hasta la mitad del muslo. Lo combino con unos tenis negros y dejo mi cabello suelto para que se seque naturalmente.
Antes de salir, agarro mi teléfono, dinero y bolso.
Ya en el auto, me miro en el espejo retrovisor. Las ojeras son un desastre.
Tomo corrector y lo aplico rápidamente, seguido de un labial rojo sangre. Listo.
Arranco el auto y salgo rumbo a la universidad. Solo espero que el puberto no me haga una emboscada en la entrada, como siempre.
Llego al estacionamiento, apago el motor y bajo del auto con mi bolso al hombro.
Y ahí está él.
El puberto camina hacia mí con esa sonrisa que me gustó ayer. Segura. Maliciosa. Cargada de algo que no puedo definir del todo.
Me sorprende encontrarme riendo sin darme cuenta. Él llega hasta mí con paso relajado, sus ojos fijos en los míos.
-No pensé que "eso" eran tus planes, Reina -dice en un tono bajo y seguro, haciendo una ligera reverencia.
Alzo una ceja divertida.
-Tu sonrisa es hermosa -añade, reincorporándose.
No sé si es por su tono o su mirada, pero hay algo en sus palabras que me hacen sentir cosas que no debería.
Sacudo la cabeza, tratando de ignorar esa sensación.
-¿Qué eres del ruso? -pregunto mientras cierro el auto con seguro.
-Su hermano.
Asiento lentamente, procesando la información. Vaya sorpresa.
-Vamos a clases.
Él sonríe aún más, siguiéndome hasta el salón.
Definitivamente, esto se va a poner interesante.
Y peligroso.
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Editado: 16.05.2025