Han pasado ya unas semanas desde que lo encontré en las carreras, y aunque al principio no estaba muy segura de qué pensar de él, ahora estamos en este punto, donde él me invita a salir y a correr juntos. Bueno, yo voy a correr y él me acompañará. Tenía una carrera esa noche, pero me invitó a ir con él a otro lugar después. Aunque, si soy sincera, lo acepté porque se lo prometí. No soy de romper promesas, aunque a veces siento que lo que prometí me está llevando por caminos que no tenía planeados.
Me termino de vestir, y mientras lo hago, mis pensamientos se mezclan, se atropellan unos con otros. No puedo evitar pensar en cómo ha cambiado mi vida desde que lo conocí, cómo la presencia de Adeus parece haber alterado algo en mí que no había notado antes. Mi reflejo en el espejo me muestra la misma chica de siempre: unos jeans rotos en las rodillas que combinan perfectamente con una malla negra que lleva hasta la cintura. Me pregunto si soy la misma de antes, si sigo siendo la misma chica fuerte e independiente o si algo está cambiando en mí. ¿Estoy cambiando por él? Me miro por un momento largo en el espejo. El top blanco que llevo puesto se ajusta perfectamente a mi cuerpo, sin mostrar de más, pero sí dejando claro que no soy como las demás chicas que siempre buscan llamar la atención. Me pongo los tenis blancos y luego me doy cuenta de que mi reloj dorado en la mano derecha tiene una ligera huella de uso. Lo miro y, sin querer, me siento algo más conectada con mi "yo" actual. La pulsera de estaciones menguantes en mi muñeca izquierda, junto a la gargantilla negra en forma de telaraña que me había regalado mi madre, me hacen sentir que sigo siendo yo, a pesar de todo lo que pueda estar ocurriendo dentro de mí.
Aun con esos pensamientos dando vueltas en mi cabeza, salgo de la casa y me dirijo al garaje, el ruido de mis pasos resonando en la entrada. Saco mi moto rosa, esa que usé la noche en que volví a las carreras, y cada vez que la veo, siento una extraña satisfacción. La moto, al igual que yo, tiene una historia, un propósito. Me subo a ella y, con un suspiro profundo, cierro el garaje detrás de mí. El sonido del motor al arrancar me llena de energía, pero hay algo más, algo más que no puedo identificar. ¿Qué me pasa? He dejado de preguntarme por qué Adeus tiene ese efecto en mí, porque ya no importa. Cada vez que estoy cerca de él, algo dentro de mí se enciende y no sé si debo estar feliz o preocupada por ello. Pero, por alguna razón, no quiero pensar demasiado en eso ahora.
Arranco la moto y comienzo a rodar por las calles. La velocidad es mi forma de liberarme, de escapar de los pensamientos que me ahogan. Sin embargo, en el camino hacia la casa del puberto, mi mente no deja de dar vueltas. Ya lo soporto más, y cada vez me agrada más. ¿Pero es eso realmente bueno? Me pregunto a mí misma mientras acelero. La verdad, en el fondo sé que esto es algo que no puedo controlar, aunque me gustaría. Me gusta pasar tiempo con él, y de alguna forma me hace sentir que hay algo más en mí, algo que pensaba perdido o enterrado. Pero, al mismo tiempo, me aterra que en algún momento él se aburra de mí, que termine como todos los demás, como todos los chicos que han desaparecido de mi vida después de haber creído que lo que teníamos era real. ¿Qué pasa si esto es solo un juego para él?
Es una sensación incómoda, pero aún así no puedo evitarlo. No tiene sentido. Debo dejar de pensar tanto.
Llego finalmente a la casa de Adeus. El "ruso", como lo llama él, me abre la reja de la mansión. Puedo sentir la tensión en el aire, como si las paredes de la casa estuvieran llenas de secretos. El ruso es una presencia constante, como si estuviera allí para asegurarme de que nada salga de control. Aunque en realidad, él no es mi problema.
-Hola -saluda el ruso, sin prestarme mucha atención-. Adeus, te buscan -grita a lo lejos.
Genial, me resisto a poner los ojos en blanco, pero no puedo evitarlo. Ruedo los ojos mientras espero, sabiendo lo que está por venir. No tarda en llegar, y cuando lo veo bajar por las escaleras, una sonrisa automática se dibuja en mi rostro. Sus pasos son tranquilos, como si no tuviera prisa, como si estuviera acostumbrado a que el mundo gire a su alrededor. Lleva puesta una chaqueta de cuero negra que resalta contra su piel, unos jeans azules rasgados que, de alguna manera, le quedan perfectos, y una camisa blanca que, aunque sencilla, parece estar hecha para él. Mi mirada viaja por su cuerpo de arriba abajo, y no puedo evitar morderme el labio. Dios, ¿qué me está pasando?
El ruso se burla de manera ruidosa.
-Cuidado que te come -dice, y, aunque intento no prestarle atención, sus palabras resuenan en mi cabeza.
Le lanzo una mirada de indiferencia, pero mi interior está mucho más agitado de lo que quiero admitir.
-Lo que digas, rusillo -le contesto, sin ganas de discutir. Mi mirada vuelve a Adeus, que me observa con esa sonrisa que me provoca un extraño calor en el pecho.
-¿Nos vamos? -le pregunto, intentando sonar más segura de lo que me siento. Hay algo en él que me vuelve vulnerable, y eso no me gusta. Pero aún así no puedo evitarlo.
Adeus asiente y, antes de que pueda decir algo más, el ruso lo interrumpe.
-No corras, Adeus -le dice en un tono que me parece innecesario. Yo, por otro lado, no puedo evitar reírme en mi cabeza. ¿De verdad piensa que va a detenerlo?
-No lo haré... -responde Adeus, sin darle importancia, como si supiera que no tiene sentido que alguien le diga lo que puede o no hacer-. No creo regresar temprano, no me esperes despierto -añade, como si ese detalle fuera importante para mí.
Salimos de la casa, y mientras caminamos hacia donde está la moto, Adeus me mira con una expresión que me resulta difícil de descifrar. Algo en su mirada me hace sentir que me está observando de una manera diferente, como si pudiera ver más allá de lo que dejo ver. Como si supiera que hay algo que no he compartido con nadie.
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Editado: 16.05.2025