Princesa De La Muerte

15 - Valery

"Basto un simple beso para cerrarle la boca a un chico"

Me contó sobre su accidente.

Antes, me habría dado igual. No era mi problema. Pero ahora... ahora es diferente. Solo pensar que pudo haber muerto me deja un nudo en la garganta.

Es absurdo. No debería afectarme.

Me repito eso mientras lo observo con una sonrisa burlona, intentando no pensar demasiado en lo que siento.

-¡Corredores, Acérquense! -escucho la voz de Marina llamando a los participantes.

Sonrío, agarrándome a la adrenalina, a lo único que realmente me hace sentir viva.

-Voy a patear bolas -digo con confianza, dejando la cerveza en el suelo antes de caminar hacia mi moto.

-Espera -su voz me detiene.

Levanto una ceja y lo miro. Tiene el ceño fruncido.

-¿Y el casco?

Me río por lo bajo.

-No lo uso -respondo sin darle importancia.

-¿Cómo que no? -su tono cambia, casi parece molesto.

Ruedo los ojos. No quiero discutir por algo tan estúpido. Pero entonces, siento su mano en mi brazo.

-¿Y si te estrellas? ¿Si pierdes el equilibrio? ¿Si te chocan? -empieza a decir, y su voz se llena de preocupación-. No quiero despegar tu cabeza del pavimento...

Habla y habla. Suelta palabras que no quiero escuchar.

Porque si lo hago, si dejo que su preocupación se meta bajo mi piel, entonces significaría que le importo.

Y peor aún... que me importa que le importe.

No quiero que eso pase.

Así que lo callo.

Mis labios chocan contra los suyos. Un beso lento, sin urgencia, sin apuro. No es un beso para provocar, ni siquiera para disfrutar. Es un beso que busca silencio.

Un beso que le dice sin palabras que todo lo que está diciendo no me importa en lo más mínimo.

Cuando me separo, me acerco a su oído y susurro:

-No lo harás...

Lo dejo ahí, quieto, con la mirada atrapada en la mía.

Por un segundo, veo la confusión en sus ojos. Veo que quiere decir algo, pero no lo hace.

Y eso me alivia.

Porque no quiero escuchar lo que sea que está pensando.

Camino directo a mi moto y me subo sin mirarlo de nuevo.

"Me gustó...*

El pensamiento aparece antes de que pueda evitarlo.

"Me encantó ese beso..."

Mi agarre en el manillar se tensa. No puede ser. No debería sentir esto.

Nunca lo había sentido con nadie.

Solo con Erick.

Y no quiero volver a sentirlo.

No quiero volver a ilusionarme. No quiero encariñarme. Porque si lo hago, todo terminará de la misma manera en la que siempre termina.

Conmigo, siendo dejada atrás.

Con ellos muriendo frente a mis ojos.

No. No puede ser.

Suelto un suspiro, obligándome a dejar de pensar en estupideces.

Veo a Marina levantar el pañuelo blanco.

Mi pecho se llena de adrenalina.

No puede... No debe...

El pañuelo cae.

Suelto el freno.

Las llantas chillan contra el asfalto, el rugido del motor corta la noche.

Y entonces, todo lo demás desaparece.

Solo existo yo, mi moto y la velocidad.

Voy con todo lo que tengo.

(...)

Gané.

Otra vez.

Las carreras siempre tienen el mismo efecto en mí. Arranco lo más rápido posible, dejando que el viento golpee mi rostro con fuerza, sintiendo la adrenalina recorrer cada fibra de mi cuerpo. Es un éxtasis puro, como si por unos minutos pudiera dejar atrás todo lo que me atormenta. Me concentro solo en la velocidad, en el rugido del motor, en la sensación de control absoluto. Mi cabello se agita con la corriente de aire, y por un momento, nada más importa.

Pero esta será la última carrera de la noche.

Le prometí al puberto que saldríamos después de esto, aunque aún no tengo idea de qué se supone que haremos a las 12:34 de la madrugada.

Cuando la carrera termina, bajo de la moto y me deslizo entre la gente que se acerca a felicitarme. No me detengo demasiado. No quiero hablar con nadie, no quiero escuchar comentarios ni recibir palmaditas en la espalda. Solo quiero salir de aquí.

Y, sobre todo, quiero evitar el tema del beso.

Lo que pasó antes de la carrera fue un error. Un maldito error que no debí cometer. No sé qué me pasó por la cabeza en ese momento, pero lo único que quería era callarlo, detener esa voz preocupada que insistía en hacerme pensar en consecuencias que nunca me han importado. Así que lo besé.

Y lo peor es que me gustó.

Me gustó demasiado.

Pero no puedo permitirme sentir nada por él. No después de lo que pasó con Erick. No después de lo que significa enamorarse y perder.

Así que hago lo que mejor sé hacer: fingir que no ocurrió.

Me acerco al puberto con expresión neutral, como si nada extraño hubiera sucedido hace unos minutos.

-¿A dónde se supone que iremos a la una de la mañana? -pregunto con un tono seco, sin darle oportunidad de sacar el tema.

Él se ríe con esa maldita sonrisa despreocupada. Como si nada lo afectara, como si todo fuera tan simple para él.

-A la playa -responde con tranquilidad.

Levanto una ceja, sin saber si me parece una idea estúpida o simplemente no tengo energía para discutir.

-Bien -digo al final-. Vamos.

Doy media vuelta y camino hasta mi moto, arrancando el motor sin esperar ninguna otra palabra.

Si vamos a la playa, genial. Cualquier cosa es mejor que quedarme aquí, lidiando con pensamientos que no quiero tener.




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