Bajamos de las motos frente a la playa, el sonido de las olas estaban llenando el silencio entre nosotros. Me quito los zapatos y dejo que mis pies se hundan en la arena fría, esa sensación helada que, por alguna razón, siempre logra calmarme. Respiro profundo mientras camino hasta la orilla, permitiendo que el agua moje mis pies. A mi lado, el puberto sigue mi ritmo, sin decir nada.
Silencio.
Es raro.
Él nunca se calla.
Pero por alguna razón, este silencio no es incómodo. No es el tipo de silencio que pide a gritos ser roto con palabras vacías. Es un silencio que simplemente... está.
Entonces, su voz lo quiebra.
-¿Por qué corres sin casco?
Cierro los ojos por un segundo y ruedo los ojos antes de responder.
-Puedes morir.
-No lo hago -digo con fastidio, sin mirarlo. Y aunque muriera, daba igual. En unos años regresaría.
-Pero puedes.
Su tono es serio. Demasiado.
Y lo siento detenerse.
Yo también me detengo.
-Si el día de mi accidente no lo hubiera llevado, estaría muerto.
Sus palabras me golpean como un puñetazo en el estómago.
El maldito nudo en mi garganta regresa, apretándome por dentro.
No quiero mirarlo.
Pero lo hago.
Y ahí está, con el ceño fruncido, la mandíbula tensa, los ojos clavados en mí con una mezcla de preocupación y frustración.
Me encojo de hombros, tratando de fingir que no me importa. Que sus palabras no hacen eco en mi cabeza, que no imagino por un segundo lo que hubiera pasado si él...
No.
Sacudo la cabeza ligeramente y finjo desinterés.
-No es para que te lo tomes a la ligera, Valery.
Su tono es más suave ahora, casi como una súplica.
Y eso me jode aún más.
Aprieto los labios.
-¿Te callas?
-No... Valery, puedes morir.
Ese maldito nudo en la garganta se aprieta más.
Cierro los ojos con fuerza, inhalo.
Exhalo.
-¿Te callas?
-No.
No.
No lo hará.
Su estúpido sentido de la responsabilidad y su preocupación excesiva no lo dejarán callarse hasta que me haga entrar en razón.
Pero yo no quiero entrar en razón.
No quiero escuchar lo que me dice, no quiero aceptar que tiene razón, no quiero admitir que, en el fondo, me aterra la idea de que él haya estado tan cerca de no estar aquí.
No quiero aceptar que... me importa.
Así que hago lo único que se me ocurre para detener sus palabras.
Dejo caer mis zapatos en la arena y, sin pensarlo dos veces, lo agarro de la camisa y aplasto mis labios contra los suyos.
Su cuerpo se tensa al principio, pero no se aleja.
Es un beso lento, sin prisas, sin urgencias.
Un beso que le dice lo que no quiero poner en palabras.
Que todo lo que acaba de decir no me importa en lo mas mínimo... y al mismo tiempo, no.
Me separo de él cuando el aire me falta, recogiendo mis zapatos sin mirarlo.
-Silencio.
Camino como si nada hubiera pasado, como si mi corazón no estuviera latiendo con fuerza en mi pecho.
Pero, por supuesto, él no me sé callara realmente tan fácil.
-¿Por qué me besaste?
Suelto un suspiro, cansada.
-En serio, cállate o te callo de nuevo -lo amenazo sin mirarlo.
-Si me callas así, no voy a dejar de hablar nunca.
Detesto el tono divertido en su voz.
Y detesto aún más la sensación en mi estómago.
Ese maldito cosquilleo.
Ese maldito calor subiendo por mi cuello.
Ese maldito sonrojo que sé que ya tengo en la cara.
Mierda.
Lo escucho reír.
Y mi sonrojo se intensifica.
-Jódete -murmuro, acelerando el paso.
Pero su risa solo se hace más fuerte.
-Lo siento -dice con suavidad-. Te ves hermosa sonrojada.
Lo miro de reojo y lo veo rascándose la nuca, con esa sonrisa entre dulce y traviesa que me hace querer golpearlo y besarlo al mismo tiempo.
Sigue siendo él.
El mismo puberto molesto de siempre.
Pero algo en su mirada ha cambiado.
Y lo sé porque la mía también.
Sus ojos se desvían por un segundo.
Yo también miro sin darme cuenta.
A sus labios.
"Quiero besarlo de nuevo, pero..."
Nos miramos a los ojos al mismo tiempo.
Y ambos bajamos la mirada a los labios del otro, casi sincronizados.
La respiración se me acelera.
Vuelvo a mirar sus ojos, pero ahora hay algo más en ellos.
Deseo.
Y algo más.
Algo que no quiero nombrar.
Algo que me aterra reconocer.
No lo pienso demasiado.
No quiero pensarlo.
Simplemente me dejo llevar.
Mis labios vuelven a buscar los suyos.
Y esta vez, él no duda en responder.
Su mano se desliza por mi cintura y me acerca más a él, profundizando el beso.
Mis dedos se enredan en su cabello sin darme cuenta.
Y cuando su lengua roza mis labios, le doy entrada sin pensarlo.
Su beso es intenso.
Apasionado.
Pero no es solo deseo.
Es un maldito torbellino de emociones que no sé cómo manejar.
Y, por primera vez en mi larga vida... siento miedo.
Miedo de perderlo.
Y eso me da aún más miedo.
Me separo cuando el aire se vuelve insuficiente.
Mi corazón está fuera de control, latiendo tan fuerte que siento que se va a salir de mi pecho.
Mis labios todavía hormiguean.
-Estúpido puberto... -susurro contra sus labios.
Él sonríe, respirando entrecortadamente.
-¿Y ahora?
No quiero pensar en eso.
No quiero pensar en lo que significa.
No quiero pensar en nada.
-No pensemos en eso... -murmuro antes de besarlo otra vez.
Él no se queja.
Y así pasamos el resto de la madrugada.
Besos.
Caricias.
Susurros que se pierden entre las olas.
Hasta que el sol comienza a salir.
Y ahora estoy en mi cama.
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Editado: 16.05.2025