Princesa De La Muerte

27 - Valery

"Yo quiero a todo el mundo. Algunos mucho, a otros lejos y a otros mandar a la mierda. Pero lo importante es que los quiero"

Los primeros rayos del sol se filtraron suavemente entre las cortinas, despertándome lentamente. Al principio, todo parecía borroso, pero pronto las sombras del entorno empezaron a despejarse. Parpadeé varias veces, tratando de adaptarme a la luz que me daba en la cara. Mi cuerpo se sentía pesado, pero al mismo tiempo, una calma profunda recorría cada rincón de mi ser. Los eventos de la noche anterior seguían vivos en mi mente, tan vívidos, como si los hubiera vivido por primera vez. Ayer… le entregué a Adeus algo que nunca había perdido en ninguna de mis vidas.

Lo miré a mi lado, aún dormido en la cama improvisada que él había hecho con tanto cuidado. Era la primera vez que me sentía tan vulnerable y, al mismo tiempo, tan segura. Lo miraba allí, tan sereno, y me di cuenta de que no me importaba entregarle mi confianza. Me había llevado tanto tiempo llegar a este punto, y él era el único que lo merecía. El único que siempre había estado ahí, incluso cuando yo no me atrevía a verlo. Le había entregado mi virginidad porque lo amaba. Porque siempre lo había amado, desde la primera vez que nuestras vidas se cruzaron...

Que en esta vida, lo observé.

Sabia que su cercanía sería un problema, pero no uno de esos que quieres evitar a toda costa. Y por eso desee alejarme de él con todas mis fuerzas, pero el final, fue irremediable.

Con suavidad, me deslicé de su pecho, cuidando de no hacer ruido para no despertarlo. Se veía tan tranquilo que mi corazón se apaciguó solo con mirarlo. Me levanté con movimientos delicados, evitando cualquier brusquedad. Acomodé mi vestido con calma, recordando el mensaje que había recibido de Bechet esa misma noche. Su advertencia sobre los hombres que me estaban siguiendo no me había dejado intranquila, pero ahora había otras cosas en mi mente.

Me coloqué el vestido con algo de dificultad, intentando ser rápida, pero también cuidando cada movimiento. Mis pensamientos volaban mientras lo hacía, al igual que mi mente se perdía en el porqué de esas sombras que me acechaban. Recordaba el mensaje de Bechet, confirmando que me seguían, y sabía que no podía dejarlo pasar por alto.

Con el vestido ya puesto, me acerqué a él para darle un suave beso en los labios. Fue un beso casto, lleno de cariño, y también de despedida. No quería despertarlo, porque lo vi tan tranquilo, y no tenía el valor de sacarlo de ese descanso tan profundo. Me detuve un momento y lo observé, disfrutando de su paz, antes de salir con cautela de la habitación.

Al salir de la casa, me encontré con el rusillo en la entrada. Como siempre, su expresión era un tanto desafiante, pero su mirada reflejaba curiosidad y algo más. Me ofreció una sonrisa de medio lado, como si estuviera esperando alguna respuesta.

—Buenos días —me saludó con tono relajado—. ¿Y Adeus?

—En el jardín, dormido como una roca —respondí, mientras sacaba mi teléfono para enviar un mensaje.

El rusillo observó cómo tecleaba sin prisas, pero luego sus palabras rompieron el momento de tranquilidad.

—Sabes… hace unos días empecé a notar a unos hombres siguiéndome a todos lados —me dijo con un tono serio.

Lo miré, pensativa. Sabía que este tipo de situaciones no eran casualidad, pero tampoco era algo que me sorprendiera.

—Son mis hombres. No hay de qué preocuparse —respondí con calma, guardando mi celular en el bolso—. Y no te preocupes por Adeus. Dije que lo cuidaría, y tú eres importante para él.

El rusillo arqueó una ceja, observándome con una mezcla de confusión y escepticismo.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, claramente desconcertado.

Asentí mientras miraba al frente. En ese momento, me di cuenta de que era mejor que lo entendiera pronto.

—Lo necesitará… alguien que lo cuide cuando yo no esté —dije con firmeza, apartando la mirada—. Solo ten paciencia. En poco tiempo lo entenderás.

Antes de que pudiera responder, el auto que había solicitado llegó al frente de la casa. El chofer me saludó educadamente mientras abría la puerta.

—¿A dónde, señora?

—A casa —le respondí rápidamente, sin dejar espacio para más preguntas.

—Sí, señora.

El vehículo arrancó y se alejó de la entrada de la casa. Durante el trayecto, mi mente se mantenía ocupada. A veces, parecía que el universo quería ponerte a prueba en los momentos más inesperados. Y con Adeus, definitivamente era uno de esos momentos. Al principio, las piezas parecían no encajar, pero todo se estaba volviendo más claro, más inevitable.

Media hora después, el auto llegó a mi casa. Al bajarme, le indiqué al chofer que podía irse, pero que reforzaran la seguridad. Siempre tenía que estar alerta, no importaba lo que pasara.




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