Princesa De La Muerte

30 - Valery

Él iba a mi lado, lo sabía, el trabajaba para esa mujer que quería acabar con lo único que había considerado bueno en mi existencia.

Ser hija de la muerte no era algo grato, jamás lo fue.

Siempre tuve que cargar con esa maldición, con ese peso que me perseguía por la sangre que recorría mis venas, y ahora esa mujer, esa figura sombría en mi vida, quería destruir todo lo que significaba algo para mí. La idea de que él estuviera al servicio de ella, siendo parte de su mundo oscuro, me consumía por dentro. Pero no tenía tiempo para procesarlo; no con la carrera acercándose, no con la adrenalina ya hirviendo en mis venas.

Crucé rápidamente la calle baja del puente, sintiendo cómo mi moto rugía bajo mí, haciendo eco en el aire denso de la mañana. Mis manos estaban firmemente sujetas al manillar, pero había algo en el aire, algo que no podía entender. Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos sin previo aviso, sin razón aparente. No podía frenarlas, y, de alguna manera, no quería. La sensación de esa pista, esa carrera, se mezclaba con algo más profundo, un dolor que no lograba comprender.

Subí las tres vueltas del puente con una agilidad que no sabía que tenía, pero no me sentía en control, no de todo. Cada giro, cada aceleración, la curva ajustada, la presión del viento contra mi cuerpo me dejaba una sensación de irrealidad, como si estuviera fuera de mí misma. Mi moto saltó la pequeña verja al final de la subida, el metal crujió bajo el impacto, y el sonido de las llantas tocando el suelo me pareció lejano, como si no estuviera en este mundo.

Las lágrimas seguían fluyendo, incontrolables, empapando mi rostro, y me di cuenta de que no quería detenerlas. Había algo en el hecho de seguir corriendo, seguir huyendo de mis propios pensamientos, de mis propios sentimientos, que me daba una especie de consuelo.

La moto de él me alcanzó de repente, y una chispa de confusión me atravesó. La visión me golpeó como un relámpago, inesperada y brutal.

" Cuarenta segundos, explosión en el puente frente a nosotros. Él me rebasa y muere al instante, con la explosión volando por los aires, moto incluida. "

El tiempo se detuvo en ese momento. El rugido de los motores desapareció. El aire se enfrió. Mi corazón latió con tal fuerza que me pareció que lo podía oír retumbando en mis oídos. Todo se volvió blanco, y la imagen de su rostro, al que miré por un breve instante, se me clavó en la mente como una espina. Él no lo sabía, pero la visión era clara, demasiado clara para que fuera solo un miedo o una ilusión. Lo vi, lo sentí. Sabía lo que iba a pasar.

"No puedo dejar que esto suceda," pensé, con el pánico comenzando a brotar de mis entrañas. La confusión y la incertidumbre se apoderaron de mí, pero no había tiempo. El impulso de salvarlo, de evitar lo que mi mente ya había visualizado, me obligó a frenar de golpe. Di vuelta en seco, con el motor rugiendo bajo mí como una bestia enfadada, las llantas chirriando contra el asfalto caliente, dejando una marca oscura y humeante en el suelo.

Mis manos temblaban mientras miraba al frente, tratando de calmar la presión que me aplastaba el pecho. No podía pensarlo demasiado; tenía que actuar rápido. Él seguía cerca, demasiado cerca. Me pasé al lado de él, tomándolo con fuerza de la chaqueta sin pensarlo sacándolo de su moto, arrastrándolo hacia mí con una fuerza que no sabía que poseía en este cuerpo físico humano. Lo sentí tambalear mientras lo ajustaba rápidamente sobre mi moto, sus quejas apenas audibles en mis oídos.

"Dos, uno..." conté en mi mente, como si la cuenta atrás fuera una sentencia. La explosión estaba a punto de ocurrir, y todo lo que podía hacer era confiar en mis instintos. Una gran explosión sacudió el aire tras nosotros, el retumbido de la onda expansiva empujándome hacia adelante con fuerza. El viento caliente y denso me golpeó, y él, aún aferrado a mí, jadeó por la impresión aferrando sus manos a mis caderas.

El fuego llegó rápidamente. Vi cómo el puente se incendiaba detrás de nosotros, todo el lado derecho del puesto era una bola de llamas incontrolables. La moto que estaba en el medio del fuego no era más que escombros ardiendo. Respiraba con dificultad, sintiendo cómo el sudor se mezclaba con mis lágrimas. Yo seguía acelerando, buscando la ruta hacia el puente, mientras él seguía aferrado a mi cintura, la cara enterrada en mi espalda, temblando con cada curva que tomaba a toda velocidad.

—¡Detente, detente, detente!— gritaba él con una voz rota, pero yo no podía escuchar. Mi moto saltó sobre las llamas con un rugido estridente, desafiando la gravedad, desafiando la destrucción que nos seguía. La escena detrás de mí era solo una nube de fuego y humo, pero yo no miré atrás. No podía.

Bajé por el camino indicado, sin un segundo de duda, hasta llegar a Xavier. Su rostro era una máscara de asombro y confusión, igual que los demás que miraban la escena. Me quedé un momento, apenas unos segundos, antes de darme la vuelta y continuar. Xavier se haría cargo de todo. Él siempre lo hacía. No era la primera vez que ocurrían accidentes en las carreras, y no sería la última. Se encargaba de borrar todo rastro, de hacer que todo pareciera como si nada hubiera pasado.

Él seguía aferrado a mí, su respiración aún entrecortada, la humedad de sus lágrimas empapando mi espalda. Apreté los dientes, centrándome en el siguiente movimiento. Estaba bien. Ya había vivido cosas similares, sabía cómo procesarlo, cómo seguir adelante. La adrenalina seguía corriendo por mis venas, y el cansancio, aunque estaba presente, no me alcanzaba.

Finalmente, llegué a la casa de Bechet. Él se soltó de mí cuando paramos, bajando de la moto con los ojos rojos por el llanto. No necesitaba palabras. Él no preguntó, no buscó respuestas. Sabía que lo había salvado, que algo le había prevenido, pero no entendía del todo el cómo o el por qué.

—Gra... gracias— dijo él, su voz quebrada. Yo bajé de la moto, sin dejar que la incertidumbre se apoderara de mí.




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