Princesa De La Muerte

32 - Valery

Desde el otro lado de la línea, escuché una risa baja. No era de diversión, sino de resignación.

—No te preocupes, mi niña... Solo no hagas eso de nuevo —suspiro, su tono ahora más suave, más vulnerable, como si dejara de lado toda la dureza por un momento. —Aún no te quiero perder... —sus palabras eran las que siempre me llegaban al fondo, las que no podía ignorar, las que me hacían sentir una responsabilidad inmensa.

Me senté en la cama, sintiéndome más pesada por cada palabra. La culpa no me dejaba en paz, pero sabía que no podía dejar de hacer lo que hacía, por mucho que eso lo dañara.

—Lamento esto también, siempre te causo problemas... —murmuré, dejando que mi voz se suavizara, como si las palabras fueran un susurro para calmar mi propio remordimiento.

—¿El chico que me dijiste es el que está en mi jardín con una chica de ojos ámbar? —preguntó, cambiando de tema y enfocándose en lo importante. Eso me hizo levantar una ceja, sorprendida por su perspicacia.

—La chica no estaba cuando lo dejé —respondí sin dudar. La había dejado allí, pero no me preocupaba. Aquel chico tenía sus propios problemas y su propio mundo. —Seguro es la novia o algo así... Está emparejado con un sobrenatural. Si tiene los ojos ámbar, no le molestes porque hay probabilidades de que se convierta en un perro gigante y te mate... —dije con naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo, mientras me metía al baño, dejando que el sonido de mi voz flotara en el aire.

—Esta bien, supongo que ya debía acostumbrarme a todo esto contigo —suspiro al otro lado, como si finalmente aceptara lo que implicaba estar involucrado en mi vida. —Ten cuidado y no hagas mamadas, Valery... Te llamo después.

—Claro, papá, y no prometo nada... —respondí con sorna, esbozando una pequeña sonrisa que rápidamente desapareció cuando me di cuenta de la gravedad de la situación.

—Adiós, Valery —dijo, y la llamada se cortó, dejándome sola con mis pensamientos. "

Solté una risa irónica, pero no tenía mucho tiempo para relajarme. Dejé el teléfono sobre el lavabo y decidí que era hora de meterme a la ducha. Sin embargo, antes de dar el primer paso, el teléfono sonó de nuevo. Era un número desconocido. Fruncí el ceño, dejando la ropa en el suelo antes de tomar el teléfono. Esta vez no estaba tan segura de que fuera una llamada que valiera la pena contestar.

" —¿Dime que estás bien? —dijo una voz masculina, que inmediatamente reconocí. Mi pulso se aceleró, aunque traté de mantener la calma.

—¿Eres? —respondí, cortante, manteniendole la idea de que no sabía quién era, a ver si así colgaba la llamada y me dejaba tranquila.

No funciono.

—Soy Mikhail Shalow —dijo él, me contuve un suspiro frustrado.

—Rusillo, ¿Cómo tienes mi número? —me senté en el sanitario, comenzando a preguntarme si realmente debía salvarlo a él también.

—Mi hermano no usa contraseña en su teléfono... Eso no importa, casi le da un ataque a Adeus cuando se dio cuenta —se quejó, claramente alterado. —Salió como alma que lleva el diablo a tu casa, ni siquiera se llevó el teléfono —añadió, claramente frustrado.

—Bien, no te preocupes... Alguien lo vigila... Estará bien —respondí, mi tono lo más calmado que pude, aunque por dentro quería gritar. Me sentía completamente fuera de control. —Cuando venga acá te escribo, no le pasará nada mientras viva... —concluí, y sentí un leve alivio al decirlo en voz alta.

—Bien, confiaré en ti... —suspiro, claramente aún preocupado, pero más tranquilo. —Gracias...

—Como sea —respondí, deseando que la conversación terminara ya. —Estaba por bañarme, adiós —dije antes de colgar rápidamente. "

Guardé el teléfono en el lavabo y envié un mensaje a Bechet, pidiéndole que cuidara a Mikhail y que estuviera atento a la llegada de Adeus. Le pedí que no lo dejara solo bajo ninguna circunstancia.

Finalmente, dejé el teléfono en su lugar, me puse algo de música para calmarme y terminé de desvestirme, metiéndome bajo la ducha. El agua caliente me ayudaba a despejar la mente, aunque sabía que todo esto era solo un descanso temporal. Las cosas seguirían complicándose, y estaba empezando a preguntarme qué tan lejos podría llegar todo esto.

Luego del baño, me vestí con unos jeans negros ajustados que se ceñían perfectamente a mis piernas, una camiseta corta del mismo color que dejaba ver mi abdomen, y una camisa de vestir roja con negro a cuadros que ataba a mi cintura, como siempre me gustaba. Para completar el look, me puse unos botines planos negros que, aunque cómodos, daban un toque audaz a mi estilo. Me miré al espejo por un momento, ajustando el conjunto, sintiendo una mezcla de nostalgia y determinación en mi pecho.

Cuando terminé de vestirme, salí del closet y bajé las escaleras con paso firme. La casa estaba en silencio, pero había algo en el aire que parecía vibrar, como si todo estuviera a punto de cambiar. Llegué a la sala, donde Adeus me estaba esperando desde hacía unos minutos. Apenas me vio, sus ojos se iluminaron, y sin pensarlo, se lanzó hacia mí, envolviéndome con sus brazos, apretándome contra su pecho con una fuerza inesperada.

—Pensé que te perdía —dijo, con la voz rota por la preocupación, sin soltarme, como si fuera lo último que haría en su vida.

Lo sentí tan cercano, tan vulnerable en ese instante, que un nudo se formó en mi garganta. Yo le devolví el abrazo con la misma fuerza, tratando de transmitirle en ese gesto todo lo que las palabras no podían decir. Sonreí, nostálgica, porque aunque sabía que ahora no lo había hecho, en algún momento él me perdería. Era inevitable.

—Estoy bien, puberto —dije, intentando quitarle peso a la situación. Me separé un poco de él, pero sólo lo suficiente para mirarlo a los ojos. Le besé los labios de manera suave, casi castaña, pero llena de significado. Después, le regalé una sonrisa cálida, esa que solo le daba a él, esa sonrisa que nunca mostré a nadie más—. Aún no te desharás de mí... Pase lo que pase, volveré a ti.




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