Había despertado un poco adolorida en las caderas. Mi cuerpo aún recordaba las intensas horas de la noche anterior, pero no podía evitar sonreír al recordar cada momento. Miré a mi lado, y allí estaba él, profundamente dormido. Su cabello alborotado se veía desordenado, pero de alguna forma, aún se veía malditamente perfecto a mis ojos. Respiraba tranquilo, como si el mundo entero no tuviera nada que ver con él en ese instante.
Me deslicé de la cama lentamente, con cuidado de no despertarlo. La sábana me envolvía, cubriendo mi cuerpo mientras caminaba hacia el baño. La frescura del suelo frío contra mis pies me hizo estremecer un poco, pero lo ignoré mientras me adentraba en la privacidad del baño. Necesitaba una ducha, no solo para relajarme, sino también para aclarar la mente y preparar algo especial para él. Después de todo, tenía algo que había comprado pensando exclusivamente en él, y quería que fuera un detalle memorable.
Tras la ducha, me tomé mi tiempo para arreglarme, escogiendo cuidadosamente lo que iba a ponerme. Elegí una camisa color café con mangas caídas, dejando al descubierto mis hombros desnudos. La tela suave rozaba mi piel, mientras la combinación con los jeans, que parecían de cuero, le daba un aire atrevido pero sofisticado. Terminé de acomodarme el cabello y me puse un sombrero negro que contrastaba con el tono de mi piel. Me sentía bien, pero sobre todo, sabía que él iba a notarlo.
Luego me dirigí a uno de los cajones con llave que guardaba en el armario. Sacando con cuidado la caja donde tenía el regalo que había comprado para él, la abrí un poco para asegurarme de que todo estuviera perfecto. Sonreí al ver el contenido, y con la caja en las manos, salí del closet y me dirigí a la cocina.
Él estaba allí, como siempre, con su presencia que dominaba cualquier habitación. Me quedé un momento observándolo desde el umbral de la puerta. Mi respiración se detuvo por un segundo al ver cómo su gran anatomía se movía con tanta destreza, como si todo a su alrededor estuviera hecho para rendirse ante él. Estaba concentrado en lo que estaba haciendo, y sus músculos se marcaban con cada movimiento que hacía mientras preparaba el desayuno. No pude evitar quedarme allí unos segundos más, simplemente viéndolo, admirando cada uno de sus gestos.
—Hola, princesa —dijo con voz suave, pero cargada de esa intensidad que siempre tenía. Alzó la mirada y sus ojos se encontraron con los míos.
Le sonreí, mi corazón latiendo más rápido. Entré a la cocina con paso firme, acercándome a él. Me paré frente a él, besándolo rápidamente en los labios antes de rodear su cintura con mis brazos, apoyando mi cuerpo contra el suyo.
—Hola, príncipe —respondí, sintiendo como una ola de calor me invadía al recordar lo que había dicho ayer, sin ningún tipo de vergüenza, mientras lo montaba con total descaro. Él rió, y me dio la vuelta, quedando yo contra su torso, mi pecho presionado contra su tableta de chocolate mientras su sonrisa de picardía me hacía cosquillas en el estómago. Me besó en la nariz, lo que me hizo reír también.
Con una sonrisa traviesa, tomé la caja que traía conmigo y la coloqué frente a él.
—Toma —le dije, con una sonrisa que apenas contenía la emoción de ver su reacción. Él miró la caja con curiosidad, y con una mirada cauta, la tomó en sus manos.
—¿Qué es? —preguntó, alzando una ceja, intrigado.
Me encogí de hombros con una sonrisa cómplice.
—Es para que me tengas siempre presente —respondí, viendo cómo comenzaba a abrir la caja con esa curiosidad que tanto me gustaba.
Dentro, había dos pulseras de hombre. Una era doble, formada por distintas perlas redondas de color negro, algunas de ellas con apariencia de cristales. Entre ellas, había una pequeña cabeza de esqueleto que se veía tallada con detalles exquisitos. En la fila superior, había otra línea de perlas negras con una corona de rey sobre la cabeza del esqueleto. La otra pulsera era más sencilla, solo perlas negras, pero con una corona dorada de rey, simple pero llamativa.
—Están lindas, princesa —dijo, sus ojos brillando con admiración mientras observaba el contenido de la caja. Sacó la primera pulsera y la sostuvo frente a él, como si estuviera analizando su significado. —¿Corona y calavera? —dijo con una sonrisa ladeada. —¿Príncipe de la muerte?
Mi corazón dio un vuelco al escuchar esas palabras. Pensé para mí misma, observándolo, "Esa seré yo."
—Me alegra que te gusten, mi príncipe —respondí, sonriendo de vuelta. Lo besé nuevamente, con más intensidad esta vez.
—Me alegra que te gusten —dije con suavidad, retirando la primera pulsera y poniéndosela en la muñeca. —Esta es para que siempre la uses, y cuando la veas, te acuerdes de mí. La otra es para ocasiones especiales, o cuando me extrañes y no pueda estar a tu lado —le expliqué mientras evitaba su mirada por un momento. No quería que me viera demasiado vulnerable, pero sentía que las palabras salían solas. —Así siempre recordarás que eres mi príncipe... —murmuré, acariciando la caja, mientras observaba el brillo de sus ojos.
Él me miró, notando la incomodidad y dolor en mi tono.
—¿Estás bien? —preguntó, acariciando mi mejilla con ternura.
Ladeé la cabeza, buscando más de su toque. Cerré los ojos, disfrutando de su cercanía, y asentí lentamente.
—Lo estoy... —respondí, pero luego cambié de tema, deseando hacer desaparecer la duda en su mirada. —¿Qué cocinabas?
—Omelette de huevo y jamón, acompañado con una taza de café negro sin azúcar —dijo mientras se giraba hacia la mesa, donde varios platos ya estaban listos. —Y también tengo pastelillos de chocolate y fresa, con una buena porción de fruta picada. Si no quieres café, hay jugo de naranja recién exprimido, tostadas y mermelada de cereza... —dijo con una sonrisa de orgullo mientras el aroma de la comida me invadía.
—Increíble —dije, acercándome a la mesa con hambre y con los sentidos completamente cautivados por el aroma. Lo miré con admiración y, sin poder evitarlo, sonreí. —Además de príncipe, eres un chef... Creo que te tendré como esclavo, pues todo esto se ve exquisito.
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Editado: 16.05.2025