Princesa De La Muerte

36 - Valery

—Lista —dije, saliendo del closet con un vestido de manga larga color blanco. El vestido, ajustado en la parte superior, tenía un cinturón negro que marcaba mi cintura y un delicado estampado de flores que se desplegaba a lo largo de una de las mangas, dando un toque elegante y suave. La falda tenía un volado ligero que le daba un aire romántico, y me llegaba justo hasta la mitad de los muslos, lo que le daba un toque coqueto sin perder la clase. Para completar el look, me puse unos tacones negros de charol que realzaban aún más mi figura, con un pequeño detalle plateado en el talón. Me sentía lista y hermosa, con la sensación de que la noche sería inolvidable.

Ya estábamos a punto de salir para la fiesta. Miré a Adeus, quien estaba en el sofá, completamente concentrado en su teléfono móvil. Al levantar la vista y verme, su rostro se iluminó con una sonrisa picara y juguetona. En ese instante, el flash de su cámara iluminó la habitación, lo que me hizo soltar una risa espontánea. Él, como siempre, lucía increíble. Usaba un traje de corte impecable, todo de un negro profundo que hacía que su figura se viera aún más poderosa. El saco, ajustado perfectamente a su cuerpo, era de tela fina, mientras que la camisa blanca debajo del saco resaltaba su piel clara y suave, creando un contraste perfecto con el negro del traje. Los detalles en el saco, especialmente los botones plateados, le daban un aire de sofisticación y misterio. Y sus ojos oscuros, que siempre parecían tener ese brillo intenso, completaban su look de una manera arrebatadora.

—¿En serio? —dije con sorna, mientras guardaba mi teléfono en mi bolso de mano de charol negro, decorado con pequeños cristales en forma de estrellas.

—Estás hermosa, princesa, no pude evitarlo... —dijo, levantándose y acercándose a mí. Apartó mi cabello con suavidad y, como siempre, me besó la nuca con ternura y pasión a la vez, sintiendo su aliento en mi piel.

—Tú tampoco estás tan mal, mi príncipe... —dije, dándome la vuelta para verlo, y observé con satisfacción cómo su presencia seguía siendo tan cautivadora como siempre. Últimamente, nuestros momentos juntos parecían estar llenos de esos pequeños gestos cursis, pero la verdad es que me encantaban.

—¿Nos vamos? —preguntó él con una sonrisa traviesa, mientras sacudía un juego de llaves frente a mí. El brillo de las llaves me hizo sonreír.

—Lamborghini Veneno Roadster —dije con una sonrisa juguetona, casi orgullosa de lo que tenía preparado para esa noche. Un auto de lujo, elegante, veloz, y con una presencia inconfundible.

—Destacando... —se burló de manera ligera, provocándome a sonreír aún más.

—Siempre... —respondí, mientras me alejaba de él, saliendo del cuarto y sintiendo la diferencia de estatura entre nosotros. Al llegar a la puerta, lo miré por encima del hombro. —Vámonos para llegar a tiempo y presentarte a mi papá... —dije, con una sonrisa divertida, sabiendo lo que eso significaba para él.

Salimos afuera, y me dirigí directamente al garaje donde estaba el auto. El Lamborghini, con su carrocería de un blanco perlado, parecía casi una obra de arte. Las líneas aerodinámicas del vehículo eran perfectas, y las llantas de aleación negra contrastaban maravillosamente con el color brillante del auto. El motor rugió apenas lo encendí, una bestia lista para devorar el asfalto. Me sentí orgullosa de este regalo, y sabía que Adeus se sorprendería aún más cuando lo viera en persona.

Apenas llegué al frente de la casa, salí del coche y le entregué las llaves a Adeus.

—¿Nos vamos? —dije mientras me acomodaba en el asiento del copiloto. Él se subió al auto, sonrió de manera incrédula, y puso el motor a toda potencia, rugiendo con fuerza. Reí al escuchar el sonido del motor de 8 cilindros.

—Es tuyo... —dije, abrochándome el cinturón de seguridad mientras lo observaba, esperando su reacción.

Él me miró con incredulidad, incapaz de creer que realmente lo había hecho.

—No —respondió, incrédulo, como si no fuera posible.

—Oh, vamos, amor, déjame darte un regalo... —me quejé, cruzándome de brazos con una sonrisa de complicidad.

—¿Un regalo? —dijo, mirándome como si estuviera soñando—. Princesa, las pulseras, la moto, la casa en la playa... ¿y ahora este?

Sonreí, esa sonrisa inocente que siempre provocaba en él una mezcla de asombro y rendición. Sabía que después de los otros regalos, este no era nada para mí. Le había dado una moto Pulsar 200NS, le había comprado una mansión en una isla paradisíaca que aún no sabía que estaba a su nombre, y ahora este coche, un Lamborghini que brillaba como un diamante bajo las luces de la calle.

—Sí —dije, con una sonrisa simple y tranquila.

—No lo aceptaré —dijo, ahora más serio. Lo miré con una expresión de desafío.

—Pues me vale si lo aceptas o no... —dije, cruzándome de brazos, mirando fijamente al frente—. El auto ya está a tu nombre y no hay "pero" que valga... —dije, mi tono se volvió frío y firme. Luego de una guerra de miradas que duró varios segundos, suspiró pesadamente y se dio por vencido.

—Bien, pero que sea el último regalo —dijo, finalmente, encendiendo de nuevo el motor del coche. Sonreí, sintiéndome triunfante.

—No prometo nada... —dije, guiñándole un ojo mientras él me miraba mal.

—Oh, vamos, que se hace tarde —dije, haciendo un puchero "tierno", aunque sabía que a él le gustaba verme de esa forma. Negó divertido, riendo, y puso el coche en marcha, arrancando con una aceleración suave y controlada. Mientras nos dirigíamos hacia la fiesta, la noche comenzaba a convertirse en algo aún más emocionante de lo que había imaginado.




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