Ya habíamos llegado hace unas horas, y la fiesta estaba en pleno apogeo. El salón era impresionante, con enormes candelabros de cristal que iluminaban el ambiente con una luz suave y cálida. Las paredes estaban adornadas con tapices antiguos de tonos dorados y burdeos, creando una atmósfera de lujo y elegancia. Las mesas estaban dispuestas con delicadeza a lo largo de la sala, cubiertas con manteles de lino blanco y arreglos florales frescos que exhalaban un perfume sutil, casi embriagador. Las ventanas grandes ofrecían una vista espectacular de la ciudad, cuyas luces parpadeaban en la distancia, añadiendo un toque mágico al ambiente.
En el centro del salón, había una pista de baile de mármol pulido que reflejaba las luces como un espejo. A medida que la gente se movía al ritmo de la música, el brillo del suelo se acentuaba, dando la impresión de que todos flotaban sobre una superficie resplandeciente. El aire estaba lleno de risas, susurros y murmullos, pero lo que más destacaba era la melodía que emanaba de los parlantes: una melodía lenta que marcaba el paso de todos los presentes.
Yo estaba hablando con Bechet y el chico al que había salvado de la explosión, Ishiaq intercambiando palabras entre risas y copas de vino. Adeus, como siempre, se desenvolvía con una naturalidad impecable en este tipo de eventos. Su elegancia era innegable, y su presencia capturaba las miradas de todos. Bechet, como era de esperarse, lo adoraba. Me alegraba ver cómo Adeus se adaptaba tan bien a estos ambientes, a pesar de su naturaleza más reservada.
De repente, la música cambió de ritmo, y una bachata suave comenzó a sonar, envolviendo a todos en su sensualidad. Las parejas empezaron a moverse al unísono, dejando que la melodía guiara sus pasos. En ese instante, Adeus se acercó a mí con una sonrisa cómplice y extendió su mano, pidiéndome que lo acompañara.
—¿Me permite esta pieza, bella princesa? —dijo, con su voz suave pero firme, su mirada fija en la mía. Sonreí de inmediato, sabiendo que no podía negarme.
—Me detienes por favor, ya vuelvo —dije, dejando mi copa en la mano de la chica a mi lado, esposa de uno de los socios de Bechet.
—Claro —respondió él, tomando mi copa mientras me tomaba de la mano con una suavidad que me hizo sentir como si flotara. Juntos, nos adentramos en la pista de baile, nuestro caminar sincronizado como si fuéramos una sola entidad. La música se fue intensificando, y comenzamos a movernos lentamente, dejándonos llevar por la melodía.
Su mano descansó sobre mi cintura, atrayéndome más cerca de su cuerpo, mientras yo me movía al ritmo de su cadera. Los pasos lentos y sensuales se fueron combinando, nuestras respiraciones se entrelazaban mientras nos perdíamos en la danza. Cada uno de sus movimientos era tan preciso y cautivador que no podía evitar seguirlo sin pensarlo. Me sentía completamente absorbida por el momento, atrapada en su abrazo.
De repente, con un movimiento fluido, tomó una de mis manos y la recorrió con una sutil caricia hasta dejarla en el aire. Aprovechando la oportunidad, me giró sobre mi eje, y en un giro elegante, me dejó pegada a su espalda mientras "El Malo" comenzaba a sonar en los parlantes del lugar. Mi espalda se pegó a su pecho, sintiendo su calor y fuerza, mientras yo soltaba pequeñas risas al dejarme llevar por su destreza en la danza. Cada uno de sus movimientos me hacía sentir más conectada con él.
Sus grandes brazos me rodearon nuevamente, manteniéndome cerca de él mientras la música llegaba a su clímax. Me giré nuevamente sobre mi eje, y en un gesto gracioso, una de sus manos sostuvo la mía mientras la otra me atrajo hacia él. De un solo movimiento, elevó mi pierna con su mano libre, mientras la otra permanecía en mi cintura, presionándome contra su cuerpo. Mi cabeza se inclinó hacia atrás, dejando que mi cabello cayera suavemente sobre su hombro. Mis manos, por instinto, se apoyaron sobre su pecho y su brazo, ayudándome a mantener el equilibrio mientras ambos jadeábamos levemente, sin dejar de sonreír. La intensidad del momento era tal que sentía como si el resto del mundo hubiera desaparecido.
Las risas y el jadeo compartido eran un testamento de lo mucho que ambos disfrutábamos de este tipo de momentos, tan simples pero tan significativos. Nos conocíamos lo suficiente como para saber que esos pequeños gestos nos unían de una manera que no podía explicarse con palabras. De hecho, nunca imaginé que podría disfrutar de algo tan... cursi. Pero con él, todo se sentía natural.
Cuando nos habíamos sumergido tanto en nuestra pequeña burbuja de complicidad y alegría, no nos dimos cuenta de que todas las demás parejas se habían retirado de la pista. Todos nos miraban, observando cómo nos movíamos juntos, como si fuéramos los protagonistas de una danza privada. Fue solo cuando la canción llegó a su fin que se escucharon los aplausos, acompañados de un silencio cómplice, y me di cuenta de que nos habíamos quedado completamente solos en el centro del salón, rodeados por un círculo de admiración.
Con una sonrisa jadeante, recosté mi cabeza en su hombro, dejando que el calor de su cuerpo me envolviera. Yo jamás habría bailado con alguien en una fiesta como esta, mucho menos en el centro de atención, pero con él era diferente. Me hacía hacer cosas que nunca habría imaginado, y eso era lo que amaba de él. Él rompía mi rutina, desbarataba mis barreras con cada acción, y cada una de ellas me enamoraba aún más.
—Te amo —murmuró en mi oído, y el simple sonido de esas palabras hizo que mi piel se erizara, aún más al sentir su beso suave en mi cuello.
Sonreí, dejando que esas palabras se impregnaran en mi alma, sabiendo que esos momentos serían los que siempre recordaría, los que atesoraría para siempre en lo más profundo de mi corazón. Porque con él, cada acción, por más pequeña que fuera, se convertía en un recuerdo que nunca dejaría de ser importante.
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Editado: 16.05.2025