Princesa De La Muerte

38 - Valery

"Amo caminar bajo la lluvia porque nadie sabe que estoy llorando en realidad"

—¡Oh, vamos! —se quejó él, con una expresión divertida pero exageradamente melancólica. Su mirada estaba llena de diversión, pero su tono de voz hacía que todo sonara como si fuera una petición realmente dramática. Yo solo le sonreí, manteniendo la caja de pastelillos en mis manos como un trofeo preciado.

—Nop —respondí, negando con la cabeza mientras sostenía con firmeza la caja que tenía en las manos, como si fuera lo más importante del mundo.

—¡Oh, vamos, princesa! —repitió él, haciendo una mueca mientras se cruzaba de brazos, jugando a estar realmente molesto, aunque sabía que no lo estaba. No pude evitar soltar una risa al ver su actitud exagerada, y, sin pensarlo dos veces, corrí alrededor de la mesa, intentando mantener la caja fuera de su alcance.

—¡No seas mala! —dijo, siguiéndome a gran velocidad, con los pies apenas tocando el suelo mientras intentaba alcanzarme. Mis risas resonaban por la habitación mientras mi corazón aceleraba por la diversión de la persecución.

Con un giro rápido, me salté el sofá con un movimiento ágil, pero en el proceso, perdí el equilibrio y terminé cayendo de culo, con la caja de pastelillos aún en mis manos. El impacto fue más gracioso que doloroso, y no pude evitar soltar una carcajada al darme cuenta de la situación.

—¿¡Estás Bien!? —gritó él, su tono preocupado y su mirada llena de una mezcla de sorpresa y ternura. Me miró con intensidad, acercándose rápidamente. No pude evitar reír aún más por su preocupación desmesurada. Me quedé en el suelo un momento, mirando hacia arriba con una sonrisa.

—Sí… —respondí, mientras me levantaba lentamente, dándome cuenta de que el lugar afectado por la caída era... bueno, mi trasero. Me toqué el lugar golpeado, frotándome las "nachas" con una pequeña mueca de dolor.

—¡Ay, mis nachas! —exclamé en tono exagerado, levantando las manos como si fuera un gran drama. No pude evitar reírme de mí misma.

En un instante, él se acercó a mí y me abrazó por la espalda, con esa calidez que siempre parecía saber cómo hacerme sentir bien, incluso en los momentos más absurdos. El abrazo era un poco protector, pero también divertido, como si estuviéramos atrapados en un juego tonto y hermoso.

—Te tengo —dijo, con un tono cómplice, como si ya supiera que me había dejado atrapar.

—¡Oye, eso es trampa! —me quejé, intentando zafarme mientras todavía mantenía la caja de pastelillos en mis manos. La situación era completamente ridícula, pero eso solo hacía que todo fuera aún más divertido. Él rio con ganas, disfrutando de la escena tanto como yo.

—No, no lo es… —respondió él, con una sonrisa traviesa, mientras tomaba la caja de pastelillos de mis manos sin ningún esfuerzo. Su cara se iluminó cuando los pastelillos estuvieron finalmente en sus manos, y su mirada pasó de jugar a competir, a una que reflejaba una satisfacción plena.

Me miró como si hubiera ganado una victoria, y yo, aún abrazada por su gesto, no pude evitar dejar escapar otra risa. La manera en que todo esto había sucedido —un simple intercambio de pastelillos convertido en una pequeña aventura— me hizo darme cuenta de lo afortunada que me sentía de compartir estos momentos con él.

Mientras me levantaba por completo y me recuperaba de la caída, me sentí más conectada a él que nunca. Incluso en los momentos más simples, los que no son planeados y están llenos de caos, había algo en sus gestos y en su manera de hacerme sentir que me hacía querer estar más cerca de él. Y ahora, con una sonrisa en los labios, sabía que esta sería otra de esas pequeñas memorias divertidas y preciosas que quedaría grabada en mi mente.

(...)

Comíamos los pastelillos sentados en el césped del jardín de mi casa, bajo un cielo despejado, mirando las estrellas que comenzaban a brillar con fuerza, como pequeños diamantes en la inmensidad del universo. El aire fresco de la noche acariciaba nuestras pieles, y la calma que nos rodeaba solo era interrumpida por nuestras risas ocasionales y el crujir de los pastelillos al morderlos.

De repente, él rompió el silencio de manera inesperada. Su voz, suave y pensativa, llenó el aire tranquilo.

—Si tuvieras la opción de salvarte o salvarme... —dijo, mirando fijamente al cielo estrellado. Sus ojos brillaban con una luz que no podía ser explicada por las estrellas. Luego, me miró con una seriedad que nunca había visto en él. —¿A quién salvarías? —concluyó, llevando el pastelillo a su boca, sin apartar la vista de mí.

Lo miré confundida, sin saber exactamente qué pensar. ¿De dónde venía esa pregunta tan intensa? Tragué un poco de saliva, incapaz de responder de inmediato, antes de que mi mirada se volviera hacia el vasto cielo nocturno. Las estrellas, tan lejanas y sin preocupaciones, me ofrecieron un poco de consuelo mientras buscaba la respuesta correcta.

—¿De dónde viene esa pregunta? —pregunté, un tanto sorprendida, aunque la curiosidad había tomado el control. —¿Tú o yo? Supongo que la respuesta es simple... —me tiré de espaldas al césped, dejando que el frío de la hierba me abrazara mientras lo miraba. —Tú, y mil veces tú... —agregué con firmeza. —Yo podría regresar si lo deseara, pero tú no... —le dije, sin apartar la vista de sus ojos.

Él me miró extrañado, sus cejas fruncidas, como si no pudiera entender mi respuesta. Sin embargo, la verdad era simple. No había duda en mi mente sobre quién elegiría. La respuesta ya había sido tomada hace mucho tiempo.

Sonreí con dulzura mientras pensaba en todo lo que significaba estar aquí, con él. "Además, eso ya lo había decidido," pensé para mis adentros, con la certeza de que no había otra opción que no fuera él. El pensamiento me llenaba de una paz extraña, como si todo lo que había ocurrido nos hubiera llevado a este punto, a este momento perfecto bajo las estrellas.

—¿Y tú? —le pregunté, levantándome un poco, acomodando mis brazos detrás de mi cabeza mientras lo miraba fijamente, como esperando conocer su respuesta.




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