Princesa De La Muerte

40 - Adeus

"Cuando ves el ultimo aliento de vida de una persona... Te fijas en sus ojos"

Lloraba aferrado a su cuerpo frío, mientras la lluvia seguía cayendo con fuerza, sin mostrar intenciones de detenerse. Las gotas golpeaban mi rostro, mis hombros, mi alma, como si quisieran arrastrarme hacia la misma oscuridad que ella ya había abrazado. Con la cabeza sumida en su pecho, inmóvil, sentí cómo la tormenta no era nada comparado con la tormenta que se desataba dentro de mí. Nada tenía sentido, nada parecía importarme ya.

—No... —murmuró mi hermano. Lo vi, y seguía exactamente igual, como si el mundo entero se hubiera detenido junto a nosotros, sumidos en la desesperación. Estaba llorando. Sus lágrimas caían en silencio, sin siquiera intentar ocultarlas.

Volví mi cara hacia su pecho, dejando que las lágrimas siguieran su curso. El sonido de los pasos fuertes chocando con el agua del suelo resonaba a mi alrededor, pero nada de eso alcanzaba mis oídos. Estaba ciego, sumido en la oscuridad de mi mente, con los ojos cerrados, reposando en el pecho de mi princesa, esperando, deseando con todas mis fuerzas que esto fuera solo una maldita pesadilla. Quería despertar en su pecho, sentir su suave respiración, ver su sonrisa, esa sonrisa dulce que siempre me daba, con ese brillo en sus ojos que me hacía sentir todo, me hacía sentir vivo.

Pero no… no era un sueño. No podía serlo. Y el dolor se intensificaba cada vez más, ahogando mis lágrimas mientras apretaba su cuerpo contra el mío, buscando algo, cualquier cosa que me diera un respiro, que me dijera que todo estaría bien. Pero no… la lluvia seguía cayendo torrencialmente, como una cortina de tristeza, sumiendo todo a su paso en un frío insoportable. Suspiré, mi aliento se convirtió en una nube frente a mí, mientras las lágrimas seguían cayendo, sin cesar, sin piedad.

—Princesa... —susurré contra su pecho, mi voz quebrada por el dolor, ahogada, como si me estuviera desangrando por dentro. —Vuelve... —solté entre sollozos, esperando que mi súplica fuera escuchada por algún milagro, pero la tormenta seguía igual. Los pasos se acercaban, pero yo no quería ver nada, no quería saber nada. Mi mundo ya se había reducido a ella, a su cuerpo frío entre mis brazos, y todo lo demás no importaba.

—¡Señor, están aquí! —gritó alguien, pero yo no presté atención, no me importaba, no quería saber de nada. Sólo quería estar con ella, aunque ya no pudiera sentirla.

—¿Pe- queña...? —escuché una voz acercándose, y luego un cuerpo se desplomó al suelo de rodillas, salpicando el agua. —Mi niña... —sollozó una voz familiar. Elevé la mirada, temblorosa, era su padre.

Mis ojos se llenaron de dolor al ver el sufrimiento en su rostro. Besé la mejilla fría de ella, pero al soltar su cuerpo, él la tomó inmediatamente, con desesperación, sin soltarla ni un segundo.

Las lágrimas de él se mezclaban con las gotas de lluvia que caían del cielo, como si todo estuviera destinado a ser una tormenta infinita.

—God save the proom queen... —murmuró, sus palabras llenas de pesar. Lo miré, sin entender del todo. Mientras me colocaba en posición fetal, abrazando mis rodillas, no podía apartar la vista de su hija, ahora en brazos de su padre. Él acarició su mejilla con ternura, como si aún no pudiera creer lo que sucedía.

—Turned her tears to diamonds in her crown... —murmuró, besando la frente de ella, y luego me miró, su rostro lleno de tristeza. —But she'll trade it all for a heart that's whole... —continuó, y mi corazón se rompió aún más. Extendió su cuerpo hacia mí, y sin pensarlo, lo tomé, aferrándome a ella nuevamente, como si fuera lo único que aún me quedaba.

—¿God save the proom queen? —repetí, con duda. Sabía lo que significaban esas palabras, pero no entendía qué papel jugaban en esta tragedia. No podía comprenderlo en ese momento, el peso de esas palabras era demasiado grande para mi alma rota.

—Turned her tears to diamonds in her crown... —repitió, mirando al cielo, la lluvia empapándole el rostro, mientras él se alejaba, el sonido de su voz cargado de amargura. —Tráela, te explicaré lo que necesites... —dijo, alejándose de nosotros, dejando atrás el caos, dejando atrás la pesadilla en la que ahora vivíamos. Mi hermano ya no estaba, y otros hombres arrastraban el cuerpo de la mujer. Ya nada importaba.

La cargué en mis brazos, como si recién nos hubiéramos casado, acomodando su cabeza en mi pecho. Su brazo colgaba del otro lado de forma inerte, como si estuviera a punto de despertar, pero no. Sus labios, que antes eran rosados, ahora estaban celestes por el frío. Sus ojos, cerrados, ya no se abrirían. Volví a besar la comisura de sus labios, ahogando el dolor que sentía. Lloré más, y seguí al hombre que caminaba delante de mí, como un zombi bajo la lluvia.

Lo seguí, perdido en las facciones sin vida de ella, viendo cómo su cuerpo se empapaba con el agua que caía del cielo, mientras cada paso que daba me alejaba más de la vida que conocía, más de la única razón por la que aún seguía respirando.




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