Princesa De La Muerte

42 - Adeus

Cuando finalmente logré recuperar un poco el aliento, cuando el llanto comenzó a ceder, me acerqué de nuevo a las paredes que estaban cubiertas de recuerdos. Cada foto, cada sonrisa, cada momento compartido se sentía como una daga en el corazón. Mis ojos, ya hinchados y rojos de tanto llorar, se posaron sobre una foto que, al principio, no había notado entre las demás. Estaba al fondo, casi oculta por la multitud de imágenes. La tomé con manos temblorosas.

Era una foto de ella, cuando era niña. La imagen me golpeó con una fuerza que me dejó sin aire. Era tan pequeña, apenas una niña de siete u ocho años. Su cabello castaño, con tonos dorados que brillaban como el sol, caía sobre sus hombros en suaves ondas. Sus ojos, grandes y de un celeste claro como el cielo en pleno día, miraban curiosamente al frente. Su piel era clara, suave como la porcelana, y sus labios, finos y rosados, formaban una línea recta, tranquila. En la foto, ella estaba un poco mareada, como si hubiera girado rápido y se hubiera detenido para observar algo en la pared. Pero lo que más me llamó la atención fueron las pequeñas pecas que decoraban sus mejillas, diminutas manchas de color café, como si el sol las hubiera dejado ahí en sus juegos.

Sus pequeños dedos, delicados, tocaban la pared, mientras se ocultaba detrás de ella, curiosa y tímida. Pero lo que realmente me llamó mucho la atención fue lo que vi en sus muñecas. Había líneas negras que rodeaban con fuerza sus muñecas, marcas que subían por su piel, siguiendo el contorno de su cuello y apenas saliendo de su camisa, como si fueran cicatrices o marcas de algo mucho más profundo. Las marcas, visibles, parecían contar una historia, una que yo nunca llegué a conocer, pero que ahora, en ese instante, sentía como propio. Sus orejas, pequeñas y delicadas, se asomaban tímidamente, con los bordes puntiagudos haciéndola parecer de todo, menos humana.

Algo dentro de mí se revolvió con violencia, como un nudo que se cerraba en mi pecho. El dolor de verla así, de descubrir una parte de ella que nunca imaginé, me destrozó más de lo que ya estaba.

Volteé la foto, y lo que leí en el reverso fue como una puñalada directa al corazón. Las palabras que ella había escrito, con una caligrafía pequeña y apretada, me estrujaron el alma.

"No se la muestres a nadie... Solo es para ti. Jamás nadie me conoció de niña aquí... Ni Bechet... Para que me recuerdes, mi príncipe. Perdóname si no logro cumplir mi promesa, pero haré todo lo posible para hacerlo. Te amo. Adeus Shalow... Recuerdalo."

Esas palabras... Ese "Adeus Shalow"... Me destrozaron. Mis manos temblaban y mi corazón latía de manera errática. Sentí que el aire me faltaba. Ella siempre había sido mi princesa, la razón por la cual mi mundo giraba, pero ahora me encontraba con una parte de ella que no conocía, una parte oculta, vulnerable, que había sido mía de alguna manera, pero que jamás había sido compartida con nadie más.

Cubrí mi boca con mi mano para evitar que el sollozo se escapara. Las lágrimas, implacables, comenzaron a caer de nuevo, sin control. Sentí que el dolor, la pena, el amor que le tenía, todo se mezclaba en un torrente de emociones que me desbordaba por completo.

Seguí mirando las fotos, mis dedos rozando cada una, como si al tocarlas pudiera sentirla más cerca. Entre ellas, encontré algo que había quedado escondido, una carta que estaba bajo todas las demás. Me llamó la atención su aspecto: el sobre era antiguo, con un sello de cera que había sido roto ya. La tomé con cuidado, casi con reverencia, y me senté en el suelo, sintiendo que el peso de todo lo que había descubierto me estaba aplastando.

Con las manos temblorosas, comencé a abrir la carta. La letra que apareció frente a mis ojos era de ella, clara y firme, como siempre lo había sido, pero esta vez había algo más. Había dolor, había amor, había promesas no cumplidas y recuerdos que jamás podría borrar.

Con cada palabra que leía, sentía que su voz me envolvía, aunque ya no estaba aquí. Mi corazón se apretó más, y una vez más, las lágrimas comenzaron a caer sin detenerse, mientras la carta revelaba todo lo que ella había querido dejarme antes de... antes de que todo cambiara.

—Mi príncipe... —comencé a leer en voz baja, como si ella estuviera ahí, a mi lado, susurrando cada palabra en mi oído.

Pero sus palabras ya no tenían el poder de calmarme. Ya no estaba aquí para prometerme que todo iría a mejorar, que me esperaría. Ahora solo quedaba yo, con el eco de sus palabras en el viento y el dolor que se convertía en parte de mí, algo que llevaría por siempre. Mi vista borrosa por las lágrimas se centraron en las letras.

"Seguramente en estos momentos me estés odiando, y no te culpo. No sé si alguna vez comprenderás lo que estoy sintiendo, pero sé que es difícil de perdonar. Ya te lo había dicho antes, y te lo repito ahora, daría mi vida por ti, sin pensarlo. Mis palabras nunca son a la ligera, especialmente cuando las prometo con todo lo que tengo en mi pecho. Aunque a veces, ni yo misma sé qué es lo que realmente habita dentro de mí.

Te voy a contar mi historia, aunque dudo que creas alguna palabra de lo que te diga. Probablemente pensarás que soy una loca, escapada de un manicomio, una fantasía que se escapa de la razón. A veces, no sé por qué se nos llama locos solo porque podemos ver lo que otros no pueden ver, porque nuestra realidad es tan distinta. Ustedes, los humanos, se destruyen entre sí, se hacen daño sin pensar, sin comprender lo que están perdiendo. Es un espectáculo tan extraño y doloroso que aún no logro entenderlo del todo. Pero regresemos al meollo de todo esto… lo que realmente importa es lo que te voy a contar. La verdad, aunque suene tan absurda.

Soy Valery Alissha Reyes Parker, hija legítima del "Dios de la Muerte", o como algunos de los de tu raza lo llaman, el "Rey de la Muerte". Los humanos tienen varias formas de nombrar a mi padre, pero la verdad es que soy la princesa de la muerte misma, de lo que llaman el más allá. La portadora del final, la que siempre está al borde de la oscuridad.




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