"Todo lo que quiero en esta vida es que este dolor tenga un propósito"
Han pasado tres años y medio desde que la perdí, y aunque el tiempo ha hecho que la herida se calme un poco, aún sigo con la esperanza de que en cualquier momento aparecerá, diciéndome lo estúpido que soy por esperarla. Una parte de mí aún no cree que se haya ido para siempre, como si fuera posible que, en cualquier momento, la vea aparecer por la puerta con esa sonrisa que tanto amaba, reprochándome por estar tan estancado en el dolor, como si no hubiera aprendido nada de todo lo que pasó.
Camino junto a Bechet y mi hermano hacia la mansión. El suelo bajo mis pies, los mismos pasillos, la misma fachada de siempre… pero algo en todo esto me hace sentir más vacío cada vez. Ya no es como antes, cuando el lugar estaba lleno de su energía, cuando su presencia lo hacía todo soportable. Ahora, las paredes parecen más frías, más distantes, como si todo lo que alguna vez tuvo vida aquí ahora estuviera consumido por el eco de su ausencia.
Mi hermano y yo empezamos a trabajar para él, o más bien, a entrenarnos para sustituirlo cuando decida retirarse.
Nos lo propuso al año de estar entrenando. Al principio, mi hermano se negó rotundamente, no estaba preparado para esa responsabilidad, no quería tomar ese camino. Sin embargo, después del accidente, aceptó, tal vez más por su propia seguridad que por otra cosa. La verdad es que la oferta se convirtió en una forma de supervivencia, y él lo sabía. Yo no tuve tanto problema en aceptar, al contrario, veía una oportunidad de seguir adelante, aunque nunca dejé de pensar que si ella estuviera aquí, las cosas serían diferentes. Tal vez, si no la hubiera perdido, no tendría que estar en este dilema ahora.
A mí, en cambio, la propuesta me pareció lógica. Si ella hubiera estado aquí, habría sido la primera en llegar a este lugar, no habría tenido que buscarla en el vacío. Tal vez, por eso mismo, acepté tan rápido. Al menos sabía que podía estar cerca de lo que me quedaba de ella, aunque fuera indirectamente. Era una forma de tratar de llenar el vacío que dejó su partida, pero sabía que no era suficiente.
El vacío que me dejó su partida aún duele, y cada día que pasa, siento que la nostalgia se convierte en una carga más pesada. Incluso en las noches, cuando todo está en silencio, cuando todo está oscuro, mi mente se llena con su recuerdo, y el dolor se vuelve más real. En esos momentos, no puedo evitar llorar, la tristeza me consume, y la sensación de que nunca volveré a sentir su abrazo, sus palabras o su risa, me destruye por dentro. Me culpo una y otra vez por no haber podido hacer nada para evitarlo. Lo que más me atormenta es que no pude protegerla, no pude evitar que se fuera. Todo lo que queda es un eco, un suspiro lejano de lo que alguna vez fue nuestra vida.
Un par de días después de su muerte, el cuerpo de ella empezó a llenarse de líneas negras, como si la vida misma fuera desintegrándose de su cuerpo, cubriéndola hasta convertirse en cenizas negras. Fue algo indescriptible, algo que jamás podré entender. Bechet me dijo que era parte de su "transición", como si hubiera algún tipo de explicación lógica para eso. Pero lo único que pude hacer fue observar cómo el tiempo parecía no afectarla de la misma manera que a nosotros. Ella ya no era ella, pero aún así, ese proceso duró casi seis meses. Seis largos meses en los que el dolor nunca me dejó y se intensificaba cada vez que entraba a esa habitación para verla, para hablarle anhelando que en alguna de esas veces abriera sus ojos y que su mirada celeste se encontraría con la mía otra vez.
Pero eso jamás paso.
Entramos a la casa, y aunque todo parecía estar en su lugar, en su lugar estaba también el vacío. Mi hermano se fue a la cocina, buscando algún tipo de consuelo en la rutina diaria. Vivíamos aquí ahora, ya que pasábamos la mayor parte del tiempo en la mansión, pero ni siquiera este espacio me daba la calma que necesitaba. La casa ya no era un hogar sin ella. Todo lo que alguna vez había sido nuestro, ahora me resultaba ajeno, como si los recuerdos fueran lo único que me quedaba, y ni siquiera podía aferrarme a ellos sin que me quemaran.
Me senté en el sofá de la sala, dejándome caer con pesadez. Estiré la cabeza hacia atrás, mirando al techo, sintiendo cómo el peso de todo me aplastaba. No estaba cansado físicamente, pero mi alma lo estaba. Mi mente y mi corazón estaban exhaustos de tanto dolor, de tanta espera, de tanta incertidumbre.
—Joven… —me habló Monica, una chica que, unas semanas después de que mi princesa me dejara, apareció de la nada alegando querer trabajar con Bechet.
Cuando la contrató, no pude hacer más que aceptarlo, aunque en el fondo sabía que no quería que nadie más se acercara. No quería más rostros, no quería más personas que trajeran sus propios problemas. Pero tampoco me interpondría en las decisiones de Bechet, porque sabía que él tenía sus razones, aunque no siempre las entendiera.
Monica comenzó a acompañarme en las entregas, y algo en ella me desconcertaba. Parecía inmortal, como si la muerte no pudiera alcanzarla. La perra, como a veces la llamaba, había estado en medio de tiroteos, y más de una vez le habían disparado mientras me protegía. Sin embargo, siempre, al cabo de unos días, parecía estar bien, como si nada hubiera pasado. Esos pequeños detalles me perturbaban. No entendía cómo funcionaba, pero no me atrevía a preguntar. Quizá era mejor no saberlo.
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Editado: 16.05.2025